bilbao - Las pocas probabilidades de acertar el desarrollo y el desenlace de un cruce entre dos equipos son casi nulas cuando no hay precedentes. Sin embargo, el alto nivel que atesora el próximo rival del Athletic es algo objetivo y desde esta premisa cabe anticipar que le aguarda una empresa complicada. El Nápoles es un equipo diseñado para conquistar títulos, destaca en el seno de una Liga fuerte, en cuya última edición ocupó la tercera posición, es el vigente campeón de Copa y tuvo un papel más que digno en la Champions, donde resultó eliminado pese a sumar doce puntos en un grupo donde coincidió con Arsenal y Borussia Dortmund. Este año pretende mejorar sus registros aprovechando la inercia adquirida. En definitiva, se trata de un hueso muy duro de roer y es comprensible que aparezca como favorito en el emparejamiento con los rojiblancos.

Para describirlo podría empezarse por señalar que el Nápoles es un equipo de Rafa Benítez. Y lo es desde que disputase el primer partido bajo su dirección. Enseguida notó la mano del técnico madrileño y fue para bien: obtuvo resultados favorables de inmediato, transmitió sensación de poderío y convencimiento sin dejar de crecer en los meses siguientes, para regocijo de la afición que vive en las faldas del Vesubio. El sello que Benítez, que ya conquistó una Champions como entrenador del Liverpool, imprime a sus obras supuso una importante transformación en un club que en años anteriores tampoco pasó desapercibido, su llegada al banquillo del San Paolo se tradujo en una mentalidad y estilo futbolístico distintos. El librillo del ex del Valencia, Liverpool y Chelsea, destinos donde amasó prestigio y un bonito palmarés, dio paso a una propuesta más ambiciosa, fundamentada en la ampliación del catálogo de recursos, como corresponde a un grande.

El primer cambio sustancial fue táctico: Benítez colocó una defensa de cuatro elementos, cuando sus antecesores desde 2005 (Reja, Donadoni y Mazzarri) estuvieron abonados al modelo de tres centrales, habitual en el Calcio, no así en el resto del continente. El 3-5-2 (o su variante 3-4-3) murió en favor de un 4-2-3-1, el mismo que emplea el Athletic de Valverde, así como muchos otros equipos, que a menudo deriva en un 4-3-3. Con este sistema, unas nuevas directrices y un grupo de futbolistas huérfano de su estrella Edinson Cavani, aunque reforzado con Reina, Albiol, Mertens, Callejón e Higuaín, el Nápoles modificó claramente su conducta.

transición de vértigo Dos datos que ilustran la evolución experimentada durante la campaña 2013-14 serían el notable incremento del número de goles marcados y el balance a domicilio, cifrado en diez victorias, récord en la Serie A, la Liga italiana. Este segundo aspecto es sintomático por ser un rasgo que denota jerarquía y hambre, es propio de los aspirantes a las metas más exigentes. Lo de la puntería tiene mucho que ver con el concepto anterior: el gol es el pasaporte a la gloria y Benítez la persigue obsesivamente allá donde esté. La vía de rentabilizarlo poniendo el acento en la contención no va con él, lo cual no quiere decir que el Nápoles acostumbre a ir de frente, pero tampoco es de los que se mete en la cueva a defender el 1-0. Lo que propone es un repliegue táctico que combina con una enorme facilidad para generar acciones de ataque con pocos toques.

La transición es el arma favorita del Nápoles por la velocidad que imprime a sus desdoblamientos. A esto se le podría llamar juego de contragolpe y no sería del todo incorrecto, pero es algo más. Sucede que de medio campo hacia arriba reúne a tipos muy resolutivos, por su rapidez de piernas, su visión y precisión. Los Mertens, Insigne, Callejón, Higuaín o Hamsik, hacen gala de verticalidad y pegada. Con esta nómina es lógico que las defensas contrarias sufran. En la última edición de la Serie A, el Nápoles sumó 77 goles, solo tres menos que la Juventus, campeón con diez partidos ganados más.

Benítez es amigo del rigor defensivo, pero su plantilla no se distingue por la calidad de aquellos hombres que ocupan las demarcaciones más retrasadas, los buenos juegan arriba, de ahí que articule una media con dos piezas que barren todo el ancho del terreno y además despliegue una presión en la que, por supuesto, implica a los atacantes. El Nápoles, como colectivo, asume una alta carga de trabajo, es dinámico, corre mucho, pero sobre todo se dispara como la lava de un volcán en erupción cuando recupera la posesión y activa la conexión entre sus goleadores.