EL cielo ficha a otra estrella rojiblanca. Beti Duñabeitia ejerce de athletizale allá arriba, desde donde disfrutará de su Athletic y de su Bilbao. El que fuera presidente de la entidad rojiblanca entre 1977 y 1982, y alcalde de la Villa durante medio año (1990-1991), entre otras funciones, recibió ayer el último adiós terrenal. La catedral de Santiago se quedó pequeña para rendir un emotivo y multitudinario homenaje a Beti, que ya no está en cuerpo, pero sí en alma. Su huella, su legado, es imborrable. Y así lo dejó ver toda la procesión de personas ligadas al Athletic, al Ayuntamiento de Bilbao, al Consorcio de Aguas -las tres entidades donde dejó su impronta-, a la sociedad bilbaina, al Casco Viejo... y un sinfín de anónimos que convivieron con el expresidente más allá del formalismo de sus cargos.
Beti se fue arropado por su familia consanguínea y de esa otra familia que tanto le acompañó como personaje público. El Athletic fue su debilidad. Su pasión. Por el que dio todo. Ser presidente de un club de le genética del rojiblanco enorgullece y desgasta. Beti se quedó con lo primero. Marcó época, como se dice popularmente, y, como tal, no faltaron al adiós sus sucesores en el sillón de Ibaigane. Pedro Aurtenetxe, compungido, llegó primero. Fue el que cogió su testigo. José Mari Arrate, José Julián Lertxundi, Fernando Lamikiz, que llegó al templo acompañado del burukide Joseba Aurrekoetxea, Fernando García Macua, escoltado por el núcleo duro de la que fue su Junta Directiva -Juanma Delgado y Juan Antonio Zarate-, Ana Urkijo, la única mujer que ha ostentado la presidencia, y Josu Urrutia, actual jefe del club que apareció junto a las directivas Yolanda Lázaro y Silvia Muriel, hiceron causa común para rememorar a su maestro. La delegación institucional la completaron Javier Aldazabal, Ramón Alkorta, Borja López y Alberto Uribe-Echevarría, mientras que otros exdirectivos como Joseba Inchaurraga o Juan Pedro Guzmán se resguardaban en la discrección.
Los futbolistas que sirvieron bajo su mandato coinciden en la humildad y cercanía de su presidente. José Ángel Iribar encarna ese sentir, al que se unieron Txetxu Gallego, Miguel de Andrés, Dani -que compartió unos minutos con el alcalde Iñaki Azkuna, refugiado en su silla de ruedas y que por la mañana recordó a Duñabeitia como una persona que era "todo optimismo y jovialidad"-, Manu Sarabia, José Mari Amorrortu... y demás leones que tantas páginas de gloria han escrito en el Athletic que modernizó Beti, el presidente que en agosto de 1977 izó la ikurriña en el viejo San Mamés y que aplicó el sufragio universal en la entidad.
Porque junto a la vena athletizale le brotaba su sangre abertzale, siempre ligado al PNV, al que también se dedicó en cuerpo y en alma. Beti asumió la makila de alcalde en momentos delicados. se lo debía a Bilbao. Su legado en el Ayuntamiento también es profundo. Ayer quisieron despedirse concejales y políticos de todos los colores e ideologías. Desde los jeltzales Ibon Areso y Eduardo Maiz y otros ediles de la formación; pasando por el socialista Alfonso Gil, o Tasio Erkizia y Aitziber Ibaibarriaga, por la izquierda abertzale; hasta Beatriz Marcos, del PP.
Beti presumió, además, de bilbaino. Bilbao era el centro del mundo. Era un hombre, como dicen los que le conocen, que "le hacían sentirse a uno orgulloso". Quizá por esa virtud acumuló amistades allá por donde pasó. Jon Azua, Antón Taramona, Cecilio Gerrikabeitia, Juan Mari Sáenz de Buruaga, Manu Suárez, Josu Bergara, exdiputado general de Bizkaia, y un ejército de anónimos y anónimas dieron ayer fe de ello.