BILBAO. Manolo Delgado (Alcázar de San Juan, 1945) fue pionero en la preparación física aplicada al mundo del fútbol. Su fichaje coincidió con un Lezama embrionario y desde el inicio de su andadura se pudo apreciar el valor de su aportación. Ha formado a infinidad de jugadores y técnicos, pero por encima de sus conocimientos, quienes han compartido todos estos años con él resaltan su capacidad para generar buen ambiente.
De usted se sabe que ha estado en el Athletic las cuatro últimas décadas, pero quizá se desconozca cómo llegó al club.
En 1974, a petición del Athletic, se celebró una reunión de trabajo en Lezama. El club había contactado con José María Cagigal, director del INEF, y acudimos a Bilbao dos médicos, Sicilia y Arce, y tres preparadores físicos, Navarro, Bañuelos yo, que era el primero que había empezado a trabajar en el fútbol. En la temporada 72-73 había estado en el Mallorca y en aquel momento trabajaba para el Tenerife. Era el único licenciado en activo que había sido jugador de fútbol. El Athletic quería pulsar nuestra opinión sobre la creación de una escuela.
O sea que cayó por Lezama cuando apenas se había puesto en marcha el proyecto.
Sí, Lezama se puede decir que estaba en construcción. Aparte del campo para el primer equipo había dos campos más de tierra, otro de ceniza y el del pabellón era de cemento. Estuvimos reunidos con Barrallo y Patxi Angulo, los doctores del club, con Piru Gainza, Poli Bizkarguenaga y otros técnicos. En aquellas conversaciones se trataron muchos aspectos relativos a la preparación y las pruebas físicas. Recomendamos que la edad de captación de chavales fuera los diez años porque la adquisición de las destrezas futbolísticas sería en esas edades... Hoy en día se habla ya de los seis años. Vinimos para una semana, a finales de junio, yo estaba de vacaciones.
Y aquel encuentro propiciaría luego su contratación.
Yo estaba trabajando en la pretemporada con el Tenerife, con Felipe Mesones de entrenador, y en julio recibí una llamada en el teléfono de la caseta. Era José Ignacio Zarza, el gerente del Athletic, diciéndome que me querían contratar. Le contesté que tenían a Ruperto Sagasti, que había sido auxiliar de la selección rusa, pero me dijo que no, que me querían a mí para el primer equipo. En una semana se arregló todo y me presenté en Bilbao.
Pero usted pertenecía al Tenerife.
Conseguí la carta de libertad, pero de lo que me pagó el Athletic le tuve que devolver al Tenerife lo que me había pagado y también el salario de ese año, de tal forma que mi primera temporada en el Athletic fue casi de regalo.
Pese a ello no parece que tuviese muchas dudas.
Ninguna. Firmé por los diez meses que quedaban de temporada, vine a prueba.
¿A prueba?
Sí, a prueba, pero a venía a un club serio. Sé que el Athletic contactó con una serie de deportistas de elite vascos para desarrollar esa labor, pero ninguno estaba especializado en el mundo del fútbol como yo.
Vayamos ahora más atrás: antes de ser preparador fue jugador.
Empecé como todo el mundo, jugando en mi pueblo. Pero ya siendo un niño empezaron a darse circunstancias por las que yo suelo decir que estaba predestinado a acabar en el Athletic. Fui conociendo gente que de alguna manera me fue acercando más y más al club. Antes de nada, en mi pueblo, Alcázar de San Juan, hay una peña del Athletic que es de las más antiguas. Si dijera que yo fui del Athletic desde niño alguien pensará que exagero, pero era así. En los juegos que hacíamos en la calle siempre elegía ser del Athletic. Un hermano mío solía venir en tren desde el pueblo a San Mamés y luego volvía seguido para trabajar. Y pronto empecé a tener relación con gente que fortalecía ese vínculo sentimental con el Athletic. Relaciones no sólo con gente de aquí, sino también conectada al Athletic. Por ejemplo, en la escuela mi tutor era el padre Fidel, que luego cuando entrené al juvenil en Lezama descubrí que era tío carnal de Endika Guarrotxena, porque él me lo contó. Pertenecía a la orden de los Trinitarios y como él había otros más que eran de Algorta.
Jugaba de portero.
Siempre de portero y siendo juvenil, el que me llevó a hacer una prueba con el Real Madrid fue Angel Umaran, de Galdames, que era el entrenador del Gimnástico Alcázar. Otro punto de encuentro con el Athletic. El Madrid me ficha y estando en la selección castellana jugamos contra la vizcaína, que dirigía Piru Gainza. En el Bernabéu nos ganaron 1-2, metió Arieta, y en San Mamés, 4-1. Esto fue en febrero de 1963. Así que conocí el campo con la antigua general. Luego, ese verano jugamos la final de juveniles contra el Athletic en el Camp Nou. Allí estaban Deusto, Uriarte, Zugazaga, Simó, Quintana, que me metió un gol. Recuerdo que cenamos juntos los dos equipos.
No estuvo mucho en el Madrid.
No, me cedieron al Calvo Sotelo de Puertollano, que era como una sucursal. Y allí resulta que estaban Urrestarazu y Antolín Basurto. Y acabé juntándome con un grupo de gente que había estado en el Athletic: Pedrito Iturriaga, Amezaga, Txema Alonso, el padre del que fue jugador, Jesús Mari Etxeberria, Oleaga, Sañudo, Rafa Alkorta padre y José Ramón Larrea, mi compañero de habitación, de Basauri, pueblo al que me siento muy unido. Me pude haber relacionado con los andaluces o los valencianos, pero me junté con los vascos, que me enseñaron a cantar bilbainadas y palabras en euskera, algunas de las cuales no convenía pronunciar entonces.
Poco a poco fue tejiendo una red con personas que una vez se radicó en Bilbao volvería a ver.
Por eso te decía lo de la predestinación, fueron como puntos de encuentro con gente que me tiraba más y más hacia el Athletic. Mi relación con Larrea valió para que Piru, al que conocía del pueblo, tuviese una referencia sobre mi persona. Así que según aterricé en el Athletic me empezó a venir un montón de gente a sacarme de Lezama para ir a comer y a recordar viejos tiempos, era gente que había conocido durante mi juventud.
¿Cuántos años estuvo jugando al fútbol?
Diez años. Empecé en la 62-63 y hasta la 72-73. Acabé los estudios coincidiendo con el momento en que dejo el fútbol. Del Calvo Sotelo, que estaba en Segunda A, fui descendiendo y decidí que tenía que estudiar. Estando en Madrid, con el dinero que sacaba del fútbol me pagaba los estudios.
¿Y cómo le dio por estudiar educación física?
Por consejo de mi padre. Mi hermano es perito industrial y empecé a hacer perito aeronáutico. Luego pasé a perito industrial, que era más asequible, pero al ir a Puertollano empecé perito de minas. Cuando dejé el Calvo Sotelo mi padre me habló de una carrera nueva. 'Te viene como anillo al dedo', me dijo.
Parece que su padre dio en el clavo.
Sí. Tuve que pasar una oposición, éramos 900 para noventa plazas. Yo pertenecí a la segunda promoción. Y nada más terminar fui de becario a la selección española de juveniles, con Héctor Rial. Allí, del Athletic, conocí a Juan Carlos Vidal. Después, Rial, que había estado en el Mallorca me recomendó para que fuera allí y lo empalmé todo: fútbol, carrera y trabajo. Así que llevo desde los 15 años en el fútbol.
Y del Mallorca al Tenerife.
Estaba en Segunda, firmé para dos años. Allí le daban estilo a la cantera, 'La cadena' le decían. Empecé con los infantiles y acababa de trabajar a las doce de la noche. Hacía de todo, también me encargaba de las selecciones territoriales…
Tampoco sería ligera la jornada en Lezama, que estaba casi en mantillas.
No, en el Athletic también el horario era de sol a sol. Trabajé solo hasta el 82, cuando vino Gonzalo Abando. Iba rotando los equipos a lo largo de la semana, ya cuando estuvo Gonzalo dividimos el trabajo. Yo llevaba el primer equipo, el juvenil de honor de Nico Estéfano y la escuela. Gonzalo: el Bilbao Athletic, el juvenil B y la escuela. Hasta el año 96 estuvimos los dos, mano a mano.
¿Cómo encajó alguien con nuevos métodos, venido de fuera, una figura que antes no existía en el organigrama?
Bien. En la 74-75 el Athletic dio un rendimiento que dejó bastante que desear y pensaron en mí para aplicar unas teorías de entrenamiento. Rafa Iriondo quería que le convenciéramos entre Patxi Angulo y yo. Fue muy receptivo. El equipo empezó a ir mejor, más cerca de la UEFA que de la zona baja. También pasaba que los jugadores demandaban un sistema de trabajo diferente, los internacionales eran los más conscientes de las carencias que había. Es verdad que los resultados avalaban mi propuesta, pero aquello era una labor compartida en la que participaban todos los técnicos. El club vivió una década de éxitos, del 75 al 85. Se renovaron dos equipos y se cogió breada.
Habla de años buenos, pero también los hubo malos y habría tensiones, cambios de técnicos, problemas. No obstante, usted permaneció ahí, en su puesto.
Creo que he estado tantos años porque he intentado divulgar mis conocimientos y todo se ha hecho haciendo partícipes a los demás. Claro que ha habido discusiones, pero no disensiones, siempre ha existido un espíritu constructivo en las reuniones que se hacían con los técnicos. Todo se exponía con nitidez y con una base científica, se generaba una interrelación entre muchas personas. Y luego está el trato personal con los jugadores, en el día a día y cuando hay lesiones de larga duración, que es algo muy delicado. El jugador cuando está de baja con un problema grave es muy sensible porque está al límite, está en juego su profesión. Y se establece una tensión no negativa, pero sí de exigencia porque lo pide la rehabilitación. Hay que explicarle al interesado las cosas con claridad, decirle qué es lo que le interesa hasta que él lo ve. Son momentos tensos que hay que vivirlos. Por ejemplo, cuando se lesionó Gorka Iraizoz, fue un proceso provechoso, pero costoso. Todos los estamentos, médicos, fisios, técnicos, trabajamos en una lesión que era grave. Y no pusimos plazos, no se dio por terminado el tema hasta que Gorka tuvo el nivel que tenía cuando cayó lesionado, no se le dio el alta cuando volvió a jugar sino al cabo de 13 partidos.
Cuántas historias tendrá como esta.
El caso de Santi Urkiaga, que tuvo fractura múltiple de tibia y peroné. Parecía que le había pasado un tractor por encima y había que ver qué ejercicios hacía en la última fase de la recuperación, saltaba a la pata coja como si fuera un atleta de élite. Santi volvió a tener el nivel que tenía antes de la lesión. Pero es necesario que haya un médico que refuerce mi labor y a la inversa. O con Dani, que era un obseso y en su tiempo no había máquinas de fuerza como ahora, todo eran ejercicios resistidos por Miguel Gutiérrez y por mí.
En definitiva, el contacto humano ha sido fundamental en su trabajo.
Otro momento importante en la comunicación es cuando planteas cosas a un equipo y se las explicas. Después de estar con Iriondo vino Koldo Aguirre y me dijo que fuésemos a por todas. Era un proceso innovador, creando sistemas de entrenamiento novedosos que entusiasmaban a los jugadores, que además veían que volaban. Es un progreso constante, el equipo estuvo entrando en Europa tres años seguidos. Nuestro trabajo encierra una complejidad porque el estado máximo de forma dura como mucho 40 días y hay que prepararse para competir diez meses. Ahí está la dificultad y esto se le debe explicar al jugador.
Lo cierto es que le tocó realizar una labor de pionero.
También empezamos a hacer una escuela de entrenadores, los sistemas de trabajo se aplicaban desde los equipos inferiores. Esto es un trabajo añadido. Nadie que ha estado en el Athletic ha dejado de hacer su aportación para beneficio del colectivo. Desde luego los responsables del club vieron claro que todo esto había que hacerlo, hablo de directivos y también de entrenadores, y gracias a que fue así estamos aquí después de tantos años. He participado en la formación de seis o siete generaciones en el Athletic y creo que nunca he creado problemas.
Se le ve orgulloso.
Yo como cualquiera fui un niño futbolista que vio ampliados sus sueños porque, pese a no haber sido un jugador importante, he vivido al lado del jugador siempre y he podido desarrollar mi labor, realizarme, en una entidad como el Athletic. Sí, estoy muy orgulloso de haber pertenecido al Athletic, es lo más. Y enlazo con lo que te decía antes de la predestinación, con todos esos episodios de mi vida que engarzados me empujaban a acabar aquí.
En su última época cambió su cometido en el primer equipo.
En 2001 con la llegada de Jupp Heynckes, que trajo su propio equipo de trabajo, Angel Iribar y yo perdimos el rango que teníamos. Angel dejó de entrenar a los porteros y pasó al área institucional del club, mientras que yo me centré en la recuperación de lesionados. Sí, entonces dejé de ser cabeza de lista, pero luego, por circunstancias tuve que volver a asumir ese rol principal. Con Javi Clemente volví a ser el responsable de la preparación física y luego, al año siguiente, repetí con Mané. En situaciones límite, el club recurrió a mí y yo encantado de ser útil junto al resto de los profesionales.
Ya ha pasado gente por sus manos.
Ya he dicho cuántas generaciones. Aparte de las relaciones que se van haciendo por cuestiones laborales, está el hecho de que uno va poco a poco integrándose en la vida social. Te vas mezclando con el pueblo y tomas parte en iniciativas, acudes a donde te llaman, das charlas, conferencias, ayudas en lo que puedes, te implicas en la fundación de una ikastola, etc. Y además de en el Athletic estuve trabajando con Euskadi desde el 98 con Iribar y tienes el privilegio de viajar fuera, a Venezuela, que era la primera vez que la selección salía en 70 años. Aquello fue una experiencia muy emotiva, lo que compartimos con los vascos que viven allí.
Le toca jubilarse ya, pero está volcado en varias actividades que no piensa dejar.
No me voy a desconectar. De Euskadi ya me despedí recientemente y me dieron la insignia de oro, pero sigo vinculado a los veteranos del Athletic y a los de Euskadi. Y luego, bajo la dirección de Asier Arrate, contribuyó a la generación de fondos para el museo. Es una forma de devolverle al Athletic un poco de todo lo que me ha dado a lo largo de tantos años.