Un sopapo de hielo, un puño de nieve, un iceberg recibió al Athletic en cuanto asomó el rostro en el aeropuerto de Domodedovo, punto de enganche de la eliminatoria de dieciseisavos de la Europa League que enfrentará mañana al equipo rojiblanco contra el Lokomotiv de Moscú en el estadio olímpico de Luzhniki. El mercurio, chivato y tiritón, tras cinco horas de vuelo, señalaba 14 grados bajo cero cuando la noche cerró los brazos de la oscuridad sobre el extrarradio de la capital rusa, un frigorífico que en la madrugada del lunes se achicó ante el general invierno, inclemente con 36 grados bajo cero, la mínima temperatura registrada en Moscú desde 1911, cuando comenzaron las mediciones en la capital.

"Bueno no se está tan mal. El Athletic ha tenido suerte", decía sonriendo Irina, una de la intérpretes que guió a los aventureros bilbainos, una mujer de enciclopédica sabiduría, que acumula datos en su prodigioso archivo mental. La voz de Irina recorrió la carretera que une el aeródromo con el centro de la ciudad, la historia rusa: desde el periodo de lo Zares hasta Putin sin olvidar a Lenin y Stalin.

Frente a la polar Rusia, que respira aliviada por el respingo de las temperaturas en los próximo días -la previsión es que mañana el termómetro se acomode alrededor de los cero grados-, la expedición del Athletic, acaudillada por Josu Urrutia, al que acompañaron varios directivos, respondió con ropa y buen humor. No hay mejor artillería. "Bueno tampoco hace tanto frío", se atrevió a decir más de un hincha cuando el comandante del avión, que se fotografió con algunos seguidores rojiblancos, anunció que esperaban 14 grados bajo cero en tierra. "Nosotros no jugamos con tanto frío, habría 7 u 8 grados bajo cero. Pero fue duro", rememoraba Joseba Etxeberria, que compartió avión como un seguidor más, sobre el duelo que disputó en Noruega ante el Rosenborg en Champions. A Iribar los recuerdos de su viaje a Moscú para medirse al Torpedo se le escurrían de la memoria. "No sé muy bien cómo se llamaba el campo en el que jugamos, pero no hacía este frío. Creo que ese día hubo 5 grados".

Los expedicionarios, plantilla, técnicos y demás staff, así como los aficionados, combatieron los rigores de Moscú enroscados en un vestuario capaz de acoger ropa térmica, abrigos, gorros, plumíferos, guantes, bufandas... pero en el que se resaltaba el rojo y el blanco, un sentimiento que va más allá del ropaje aunque se represente con él. El frío, extremo, no fue, sin embargo, el peor enemigo tras un aterrizaje sereno en una pista rodeada de nieve y hielo pero desbordante por el frenesí, por la incesante actividad. Las sirenas de los vehículos que sirven de liebre a los aviones o el rugido de los autobuses que descargan de pasajeros los aeronaves se intercalaban entre los aviones, esos no lugares que encapsulan al viajero, que le arrancan del arraigo de las coordenadas, aun con el sonido inconfundible del ánimo de la valiente hinchada al Athletic.

BUROCRACIA La caravana del Athletic se estancó, tiesa y sin respuesta, ante la burocracia, que se mueve en cámara superlenta y habla en ruso, sin apenas rastro de inglés. Un semáforo rojo en la autopista. No existe antídoto ante el control de pasaportes, únicamente el jarabe de la paciencia y la sonrisa ante el escrutinio y la autopsia milimétrica de cada pasaporte, timbrado en la embajada. "No se qué es peor, si el control de pasaportes o el Lokomotiv. La verdad es que no me fío de ninguno de los dos", lanzó con una sonrisa un jugador del Athletic mientras observaba, estupefacto, esperando su turno, el ritmo triste de los tornos que dan acceso a Rusia, su luz verde. Alcanzarla no es tan sencillo.

Ante una garita acristalada, a Gorka Iraizoz se le agotaron las horas. Luego, al resto. Los minutos se le apilaron ante la funcionaria aeroportuaria como al protagonista de la novela El Proceso, de Kafka. De la novela procede un famoso relato kafkiano, Ante la ley. En él, un hombre llegado de lejos, pongamos que Iraizoz y así hasta la totalidad de la procesión rojiblanca, pretende cruzar la puerta de la Ley, un torno que de acceso a Moscú, al Lokomotiv, pero un guardián, digamos que un funcionario, se lo impide durante años, o interminables minutos. En el final, cuando el hombre agoniza, el guardián le grita: "Ninguna otra persona podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada solo para ti. Ahora me voy y cierro la puerta".

Abandonado el calor del aeropuerto, los rusos disparan la calefacción -somos grandes productores de gas y petróleo", recordaba Irina-, y una vez cerrada la puerta, el frío abre de nuevo sus fauces. Siempre con apetito. Un leviatán. El contraste térmico es brutal, una descarga eléctrica escalofriante. Del interior al exterior, no menos de 35 grados de diferencia. Las caras agradables se acartonan, acuchilladas por el frío extremo, que no hace prisioneros ni firma armisticios. Para acelerar la aclimatación, el Athletic, que llegó al hotel sin contratiempos, entrenará a partir de las once de la mañana y después lo hará en la sesión preparatoria oficial sobre el césped artificial del estadio olímpico Luzhniki, donde competirán ante el Lokomotiv. Durante el vuelo tuvieron tiempo para inspirarse con una película de Clint Eastwood: Invictus.