Entre noches de conciertos, txosnas desbordadas y brindis interminables, la verdadera protagonista de Aste Nagusia aparece siempre al día siguiente: la resaca. Un mal que no distingue de procedencias ni edades y que, año tras año, convierte las calles de Bilbao en un desfile de botellas de agua, gafas de sol y pasos arrastrados. Porque si algo duele más que la cuenta de cervezas de la noche anterior, es la factura física que llega con la luz del día.
En El Arenal, dos amigos procedentes de Madrid lo resumen con sinceridad mientras sostienen una botella de litro y medio como si fuera oro líquido: “Hemos salido esta noche, venimos de Madrid y la resaca está siendo dura”. Su compañero añade la estrategia que más se escucha en estas fechas: “Tenemos aquí la botella de agua porque si no, no aguantamos. Para lidiar la resaca lo mejor es dormir y beber mucha agua”.
Camas improvisadas
Sin embargo, no solo es la mañana siguiente lo que pasa factura. La propia vuelta a casa se ha convertido en un obstáculo más del recorrido festivo. El trayecto que de día parece corto, de noche se vuelve una odisea llena de tentaciones para descansar un minuto. “Como mucho en el Uber, te echas así a gusto y te acuestas un poquito. Pero en el metro y eso la verdad que no me atrevo”, admite uno de ellos, intentando mantener la compostura. Su amigo, sin embargo, no esconde su experiencia: “Yo ayer en el metro la verdad que pegué una cabezadita, no me escondo”. Y es que la resaca no entiende de orgullo: bancos, portales y hasta asientos de metro se convierten en aliados improvisados para quienes necesitan un parón antes de reengancharse o llegar a casa.
Un poco más allá, la escena es la contraria: dos chicos y dos chicas apuran cubatas desde la mañana, desafiando la lógica de cualquier médico de cabecera. Las noches apenas terminan y ya afrontan un nuevo día de fiesta. “La verdad que llevo solo un día de fiesta pero estoy un poco desgraciado”, confiesa uno, mientras el otro suelta la receta rápida: “Un par de pintxos y estamos bien”.
Sabiduría popular
Las estrategias para lidiar con la resaca se comparten como si fueran sabiduría popular transmitida de cuadrilla en cuadrilla. “Tengo tres pasos para llevarla mejor: llegar a casa y comerte un bocadillo de algo; beber mucha agua; y luego por la mañana cuando te despiertes volver a comer”, enumera uno con aire de manual de supervivencia. Otra de las chicas resume la fórmula rápida: “Cerveza y duchita”. Y un compañero, más apegado a la tradición gastronómica vasca, defiende un clásico: “Una cerveza al día siguiente y un buen marmitako”.
Las historias se repiten como las canciones de verbena. Uno de ellos recuerda cómo, tras “beberse como veinte mil cervezas”, sus amigos lo dejaron en un banco antes de la discoteca: “Me eché una cabezadita y dije venga, para dentro”. Porque en Aste Nagusia no siempre se duerme en la cama: a veces basta un banco bien colocado, una parada de autobús silenciosa o incluso el asiento trasero de un taxi para reponerse lo justo y seguir adelante.
No hay fórmula milagrosa, pero sí tres verdades aceptadas por todos: beber agua como si no hubiera un mañana, comer como si se fuera a correr una maratón y dormir, donde se pueda y cuanto se pueda. Porque Aste Nagusia, además de fiesta y pólvora, es también un máster acelerado en supervivencia a la resaca, un recordatorio anual de que la alegría bilbaína no entiende de relojes… pero el cuerpo, tarde o temprano, pasa factura.