Se acercó al burladero para secarse los sudores y bebió agua en una tacita de plata. Llegaba de los infiernos y era lógico que trajese la garganta seca. Acababa de medirse con un ser maligno, un toro crudo y sin entrega, fiero y feroz, armado con dos navajas y presto a ensangentarlas desde los primeros compases de la tarde. En el caballo y en las banderillas el malabestia había demostrado que lo suyo no era la franqueza ni la noble entrega sino la búsqueda del mal. Y Damián Castaño, arrebatado, se midió las negras fuerzas del mal poseídas con una fe inquebrantable.

Lo hizo primero por pitón zurdo, más siniestro que nunca. La garra de Satán. ¡Zas, zas!, el toro rebanaba, buscaba la yugular o la femoral, tanto le daba. ¿Y por la diestra? Las esperanzas era mínimas. En la plaza se escuchaba un ¡mátalo! y de repente tronó un ¡olé! porque el diestro fue capaz de embarcarse en aquella embestida salvaje, llevándole con labamba de la muleta un centímetro más allá. Y otro, y otro. Fueron dos tandas cortas que esquivaron la lava humeante, esas zarzas ardientes de las que habla el Exódo en la Biblia. Una faena corta, ya lo sé, con esa belleza extraña que nace del escalofrío, del miedo que había paralizado a la plaza. ¿Un buchito de agua...? ¡Un bidón hubiese bebido cualquiera! Ya puestos en pie los tendidos 5 y 7 y sobrecogida el resto de la plaza. Damián se fue a por el agua y la espada. Se tiró a matar con rabia de defensa propia y princhó. A la segunda, mandó el toro a los avernos en un santiamén. Y florearon en Vista Alegre los mismos pañuelos que se habían usado minutos antes para secarse los sudores que brontan del miedo.Era imposible mejorar lo que hizo con la bestia parda. Ni siquiera el estricto Matías raletinzó el recuento. Oreja a la brasa.

No era algo nuevo para Damián. No en vano Carafea, su primer enemigo parecía ser el emisario de lo que estaba por llegar. Cortaba el viaje y exigía papeles en la frontera. Frente a él se midió Castaño sin desmonterarse, consciente de que le aguardaba una dura pelea. Tras sobrevivir en las sombras del callejón, mató al orientado y exigente toro de mala manera, con una puñalada que hizo guardia. ¿Merecía más?

Ya desde la aurora de la tarde se supo que Vista Alegre no iba a ser un patio de flores. Abrió la plaza Bilbatero, un ser de las cavernas de 640 kilos que, miren por donde, no tuvo maldad alguna. Humillaba y metía la cabeza bien pero buscaba las tablas con hambre de manso. Allí lo toreó Fernano Robleño con unos doblones de recibo y dos series cortas porque al toro le faltaban gas en el depósito de bravura. Es más, de repente se rajó y todo fue amortiguándose.

El segundo de sus toros goliath, se llamaba Clavellino y movía 601 kilos. Lo hizo encastado y de modo franco pero siempre con la cabeza a media altura. Robleño le toreó moviéndose, con un inteligente ganapierde de pasos y con los muletazos que recordaban a esas gotas que dan forma a una estalactita: de uno en en uno. Matarle sin que el toro humillase era un trágala y Fernando pasó apuros.

Tuvo por nombre clásico Cigarrero y fue el mejor y más bravo de los toros de Dolores de Aguirre. Fue al caballo con el alma que corresponde y cuando José Garrido lo llevaba con una galleo de largo recorrido el diestro tropezó. El otro hizo por él y, regateado el susto, Garrido le recetó dos verónicas y una media de venganza. Fue su mejor actuación. Porque, metidos en faena, hubo ocasión de encadenar multazos vibrantes de salida. Sin embargo, el vuelo de la muleta de José no se acompasó y daba la impresión de que era el toro el que más ponía. Los tendidos hablaban de ocasión perdida y se detectó, eso sí, cierta indolencia. Se diría que el público había ido a sufrir como se van a a ver las películas de terror, tapándose los ojos cada dos por tres. Tuvieron la ocasión de hacerlo ante Novelerro, el último de José y de las Corridas Generales. Fue un toro de arrancadas cortas y largos peligros, parándose una y otra vez cuando menos convenía. José decidió darle pasaporte pronto con habilidad.

La corrida de ayer

l Ganadería. Toros de Dolores Aguirre, de impresionante presencia y juego de dispar interés. Sin dudarlo, la más emotiva de estas corridas generales en su conjunto.

l Fernando Robleño, de vainilla y oro. Estocada desprendida (ovación); cuatro pinchazos y el toro se echa a morir (silencio).

l Damián Castaño, de aguamarina y oro. Estocada que hace guardia (silencio); pinchazo y estocada delantera (oreja),

l José Garrido, de azul Bilbao y oro. Cinco pinchazos, media y otros tantos descabellos (silencio); estocada (silencio).