Uno puede aproximarse al proyecto de la UE desde la perspectiva de conquistar el cielo, que nos lleva al conflicto entre la realidad y el deseo, o ser conscientes de pisar la tierra y construir día a día la Europa posible. Esta vía posibilista es la que nos ha proporcionado, desde la firma del Tratado de Roma en 1957, sucesivas ampliaciones de miembros hasta los 28 socios, un proceso de unidad solo roto por la reciente salida del club europeo del Reino Unido. Nos ha concedido la libertad de movimiento en el espacio Schengen, que permite a los europeos olvidar las fronteras que tanto enfrentamiento ha granjeado en nuestra historia. Nos ha proporcionado un Mercado Único de 500 millones de habitantes, por el que productos, servicios y capitales comparten oportunidades. Nos ha equiparado paulatinamente en virtud de una gran cantidad de fondos estructurales y de cohesión, a base de la solidaridad de los Estados más ricos con los más pobres. Y nos ha dado una moneda común que aguanta sistemáticamente los embates de los mercados cambiarios, dando estabilidad a las economías europeas.

En la última terrible crisis provocada por la pandemia, la UE ha aportado a su historia de éxito la mutualización de la deuda para contar con ayudas para la reconstrucción de los países más afectados, nada menos que por valor de 750.000 millones de euros, que pagaremos solidariamente entre todos los europeos a lo largo de las próximas tres décadas. Además, si lo vemos con suficiente proyección, ha puesto en marcha un proceso de vacunación que va a posibilitar que todos los europeos, sean del país que sean y tengan los recursos económicos que tengan, dispongan en tiempo y forma de la dosis necesaria. Y si de algo podemos quejarnos a la vista de las decisiones tomadas por la UE, es de la necesidad de tener una política de Salud común, lo que supone una vez más la cesión de soberanía que deben llevar a cabo los Estados miembros. Si queremos más y mejor Europa, es obvio, que está en nuestras manos y en nuestros votos.

La Conferencia sobre el futuro de Europa que se pone en marcha coincidiendo con este día 9, nos brinda una excelente oportunidad para participar en las ideas y las reformas que la UE precisa. De nada sirve la crítica al proyecto europeo, si no se aportan alternativas fuera de él o si no se trabaja para solucionar sus retos y desafíos. Tal vez la mejor manera que los europeístas tenemos de poner en valor la Europa unida es preguntarnos por cómo sería nuestra vida si la Unión Europea no existiera. ¿Cómo hubiéramos salido de la crisis de Lehman Brothers o de la crisis del Covid, sin estar unidos? A mí particularmente me da vértigo la respuesta, teniendo en cuenta nuestros antecedentes penales de violencia colectiva y de enfrentamientos entre pueblos. Ello no evita la necesidad de cuestionar el modelo de gobernanza, la forma de la toma de decisiones y la propia composición de las tres instituciones de la UE, el Consejo, el Parlamento y la Comisión. El último Eurobarómetro ha puesto de manifiesto la fortaleza del sentido de pertenencia de los europeos a la UE, como es el caso del 86% de los españoles que se sienten ciudadanos europeos. Un dato especialmente relevante entre los jóvenes, que siguen disfrutando del gran proyecto de éxito del proyecto europeo, el Erasmus, en el que han participado casi 5 millones de jóvenes desde 1987. Mucho que celebrar y mucho que trabajar por Europa.