Joseba tenía 27 años y los renglones de toda una vida por escribir, pero habitar este mundo se le hacía insoportable y se sumergió en una profunda depresión. “Era una persona hipersensible y yo creo que a final no encontró su lugar”, interpreta Marisa Urkiola, su madre, que nunca ocultó que su hijo se había suicidado.

“Pedí a toda mi familia y a la gente que, por favor, no se enfadaran con él. Les dije: Es una decisión que ha tomado desde su sufrimiento, durísima, pero nuestro enfado con él no va a cambiar nada y yo ahora lo único que quiero es que esté en paz. De la misma manera que respeté sus decisiones en vida, con todo el dolor de mi corazón, tengo que respetar esta”, asume con resignación. La misma que destilan sus palabras cuando explica que tuvo que empujar a su hijo a la consulta del psiquiatra y que “no quería ni medicarse”. Él era mayor de edad y su madre, como le dijo una psicóloga, no era “todopoderosa”.

Nos puede pasar a todos

Ahora que ese dolor punzante se ha mitigado con el bálsamo del tiempo y lo sobrelleva “con paz”, esta guipuzcoana de 56 años afincada en Gorliz comparte su historia para recordarle a la sociedad que “esto nos puede pasar a todos” y que “hablar del suicidio es fundamental”, aunque “en el caso de Joseba la prevención no pudo ser” por más que madre e hijo conversaran.

“Él siempre decía que este mundo no le gustaba, que no era para él. Por eso a veces se te queda esa impotencia de decir: Jo... Yo hablaba mucho con él y le decía: A ver, Joseba, tenemos que buscar, qué quieres hacer o dónde... Era un chaval con la autoestima baja que no se sentía a gusto, no encontraba su sitio. Tenía una desesperanza terrible”, describe su madre. De hecho, Joseba “estudió un módulo y estuvo trabajando, pero luego entró en una depresión muy fuerte y ya no quería ni salir a la calle”.

“Estás partida por dentro y esta herida no se va a curar en la vida, debes aprender a vivir con ella y es un aprendizaje muy duro”

Aquel fue el principio del fin, que se materializó el 28 de febrero de 2019. Joseba llevaba una temporada viviendo con su padre y Marisa recibió una llamada de su exmarido en su horario de trabajo. “Fue como que lo supe, una cosa extrañísima, como si algo me dijese: Ha pasado”, trata de explicar. Descolgó el teléfono y tristemente su corazonada se confirmó: “Joseba se ha ido”.

“Me quedé como una estatua de sal. Estuve días como congelada, en shock. Oyes decir: Está muy entera. No, estás partida por dentro porque esta herida no se va a curar en la vida, hay que aprender a vivir con ella y es un aprendizaje muy duro”, recalca.

Aquel día le pareció “una broma pesada”. “Fue mi hermana a buscarme para llevarme a casa. Hice el mismo trayecto en coche y miraba: el hombre ahí, el perro, la gente paseando, riendo, todo igual. Te das cuenta de que el mundo sigue, pero el tuyo se ha parado”, rememora.

Pese a todo, Marisa hizo lo posible para que echara a andar. “Tú te metes a la cama y piensas: Esto no me ha pasado a mí. Esto es una pesadilla y, al día siguiente, cuando te despiertas, dices: No me quiero levantar. Tienes esa opción, pero tengo otro hijo, que estaba en plenos estudios, un marido y una familia, que me ofrecieron un apoyo brutal. Eso es un aliciente y una ayuda muy valiosa y fue tirar y tirar de una misma, decir: No me voy a quedar en la cama, voy a seguir”, relata esta mujer, que es “bastante positiva”, lo que le “ha ayudado mucho para afrontar” esta terrible pérdida.

Un gesto, más que mil palabras

En su firme propósito de no dejarse caer, Marisa ni siquiera se cogió la baja. “Volví a trabajar porque sentía que tenía que seguir adelante”, dice. De la misma forma retomó, tras un parón de dos o tres meses, su afición de correr por el monte, donde se solía cruzar siempre con el mismo ciclista.

“Llevábamos dos años saludándonos, pero sin hablarnos. El día que volví, me paró y me dijo: Hace mucho que no te veo, ¿te ha pasado algo? Me temblaban las piernas como siempre que alguien me preguntaba. Le dije: Sí, me ha pasado algo y muy gordo, se me ha muerto un hijo por suicidio. Entonces, se bajó de la bici, me abrazó y empezamos a llorar los dos. Fue un momento especial. Ese abrazo de una persona que no conocía me llegó al alma”, revive la conmovedora escena.

La “conexión” fue tal que hoy en día son amigos. “Cuando la gente no sabe cómo ayudar y piensa: Es que cómo le voy a decir, qué le voy a decir, pues no hay que decir nada muchas veces. Simplemente acercarte y darle un abrazo, acompañarle en ese momento”, aconseja.

“Ahora me encuentro mejor, estoy tranquila. No quiere decir que no tenga momentos, las fechas son duras”

Marisa hizo todo lo posible por sostener a su hijo. Aun así, de vez en cuando le asaltan las dudas. “He luchado mucho, pero a veces se me olvida, porque soy humana, y el sentimiento de culpa vuelve”, confiesa. Aunque más que culpa, matiza, siente “responsabilidad”.

“Una es madre desde que el hijo nace hasta que muere, pero ya está, hay cosas que no están en mi mano. A veces creemos que como madres tenemos el poder y no. Se nos escapan las cosas. Son decisiones personales de cada uno y el sufrimiento que tenía Joseba pudo más que cualquier otra cosa”, acepta.

Las fechas son muy duras

Cinco años y medio después de que Joseba se quitara la vida, su madre afronta el día a día con serenidad. “Ahora me encuentro mejor, estoy tranquila. No quiere decir que no tenga momentos. Las fechas son cruciales: navidades, cumpleaños... son fechas muy duras. La herida sigue dentro, pero ahora lo vivo de otra manera, el dolor es diferente. El tiempo me ha ayudado”, reconoce.

También la ha ayudado mucho la asociación de personas afectadas por el suicidio de un ser querido Biziraun, a la que pertenece. “Cuando me pasó, quería conocer a madres en mi misma situación porque decía: ¿Quién me va a entender mejor que ellas?”, explica. No se equivocó. “Al ver a otras madres que habían pasado por lo mismo hacía años con esa luz, pensé: Si ellas pueden, ¿por qué yo no?”, recuerda. Ahora es ella el espejo en el que se miran las nuevas familias. “Esto es dar y recibir. Hablamos con libertad, no nos sentimos juzgados. Ayudar a otras personas también me está ayudando”. 

Consciente de que sigue siendo “un tema tabú”, Marisa anima a hablar del suicidio “sin tener vergüenza porque es un problema social que nos implica a todos y todos tenemos que poner nuestro granito de arena”. 

Hablar es fundamental

Nadie esta libre de recibir la llamada que la quebró. “Hasta que no te pasa crees que tú no vas a vivir una experiencia así, que no significa que seamos ni mejores ni peores. Todos podemos pasar por momentos difíciles y hablar de ello es fundamental”, insiste.

Ella predica con el ejemplo y siempre cuenta que su hijo murió por suicidio. La mayoría de las personas, dice, reaccionan “bastante bien”, aunque hay otras que ni se le han acercado. “Yo lo entiendo. Es difícil, sobre todo, porque no quieres dañar y no sabes qué decir. Muchas veces el miedo a meter la pata te frena. Yo les diría que no tuviesen miedo de acercarse y darte un abrazo o agarrarte del brazo. Ese pequeño gesto vale más que mil palabras”.