Las calles fueron ayer el reflejo de las pocas actividades que, dadas las circunstancias, se consideran esenciales para el funcionamiento de la sociedad. Y por ello, en consonancia con los termómetros, el flujo de ciudadanos se desplomó. Con el tráfico reducido a la mínima expresión, por las aceras solo caminaban unos pocos transeúntes de caras largas y cautela intensificada con la finalidad de abastecerse en supermercados, mercados y tiendas de alimentación, sacar la basura o pasear al perro. Todo siguió, bajo la supervisión de las patrullas policiales, el orden decretado por las medidas restrictivas impuestas debido a la crisis sanitaria. El de ayer fue, hasta la fecha, el lunes más atípico del estado de alarma, más semejante a un sábado o, incluso, a un domingo.

Una larga columna de gente en la plaza Zabalburu ejemplificaba que las colas, en las que la distancia social aumenta en algunos casos hasta los cuatro metros, se hacen hasta para sacar dinero. "¿Y ese a dónde va?", preguntaba irritado uno que estaba en la hilera, señalando a otro ciudadano que se había adelantado y entraba en la sucursal donde solo se atiende con cita previa. En el supermercado de al lado, Alba Díaz, gerente del Carrefour, aseguraba que "la compra media ha subido, se nota que la gente quiere llenar la nevera para quedarse en casa el resto de la cuarentena". Y añadía que mientras los momentos de más afluencia eran los de primera hora y los del mediodía, por las tardes cada vez había menos gente. En cuanto a las tendencias en las compras: "De cara al fin de semana se ha comprado mucha cerveza y vermú".

Aunque el civismo ha crecido estos días, hay una norma circulatoria que es cada vez más difícil de respetar: la tentación de cruzar los pasos de peatones de las vías principales de la ciudad con el semáforo en rojo aumenta a medida que el tráfico se reduce durante una primavera en impasse. Las vidrieras de las agencias de viajes lucen paquetes vacacionales que nadie va contratar: como a Benidorm del 12 al 19 de abril por 315 euros o a Egipto en el puente de San Prudencio por 1.332 euros. Y centros como el Colegio Sánchez Marcos siguen anunciando en su puerta carteles que evocan a un tiempo remoto en el que las predicciones de cierre eran más halagüeñas: hasta el 27 de marzo.

Una pequeña excavadora espera en la acera entre General Concha con alameda Urquijo a que la actividad de la construcción se reanude. A poca distancia, la tienda Txes Mika, distribuidor autorizado de Apple, permanece abierta. "Estamos en servicios mínimos. Se están haciendo reparaciones, pero no se están vendiendo equipos nuevos", aseguró una trabajadora, como si intuyera que la reducción de ventas poco tuviera que ver con las restricciones de movilidad y el retraimiento económico no fuera una previsión sino que ya ha llegado. En la plaza Eguillor, el kiosquero Mikel Larrea también sufre las consecuencias de la desertificación de las vías. "Cada lunes hay menos gente, he reducido las jornadas y no abro por las tardes", aseveraba este tendero que se nutre "de los clientes que trabajan en los alrededores".

En la Gran Vía los escaparates de las firmas de moda exhiben conjuntos propios de una estación que no se sabe cuándo se podrá estrenar. En la oficina de Kutxabank, con escasa concurrencia, la vigilante de seguridad apuntaba que la mayoría realizan las gestiones a través de la banca on line. "Aunque hay personas mayores que vienen cada día a actualizar la libreta como excusa para salir de casa", revelaba. En Hurtado Amezaga, una hilera de unidades de Bizkaibus esperaban a usuarios que ya no necesitan desplazarse. Y en la calle Navarra, en la farmacia de Adriana Orueta apenas entraban clientes. "Dependemos del comercio, cada día hay menos gente. A pesar de ello no tenemos guantes, alcohol, mascarillas... nosotras utilizamos cada día la misma", exponía.

Casco Viejo

Parecería la descripción de una ciudad fantasma en tiempos de posguerra, si no fuera porque se trató de Bilbao durante el 30 de marzo de -¿ese que ya se puede denominar fatídico?- 2020. En el Casco Viejo el ajetreo de furgonetas de mercancía deja paso a las patrullas de la Er-tzaintza y la Policía Municipal. Y algunos comercios aseguraban que en vista de la situación permanecerían cerrados por las tardes. "Cada vez se ve menos gente", atestiguaba Asier Beato, presidente de la Asociación de Comerciantes del Mercado de La Ribera. Por contra, expuso que la solicitud de pedidos a domicilio aumenta exponencialmente. "Ahora hacemos unos 25 pedidos al día; es para gente que realmente lo necesita", indicaba sobre el servicio puesto en marcha por iniciativa de la asociación, que asume el coste. "Pedimos que las solicitudes se hagan por correo electrónico para que el teléfono sea utilizado solo por las personas mayores", señalaba desde su puesto en un mercado a medio gas.

Unos vecinos compartían la clave del wi-fi de balcón a balcón en la calle Hernani, donde se escuchaba la conversación debido al ensordecedor silencio en una calle en la que hasta el pasado viernes las obras de una fachada taladraban la paz del barrio. En la perpendicular San Francisco, una de las calles más complicadas para hacer cumplir el confinamiento, todos tenían algún complemento que pudiera justificar su presencia fuera de las cuatro paredes de su hogar: o una bolsa de comida o un perro. Y la gente que estaba contra la pared hacía cola para acceder a los locutorios y puestos de dinero, en una calle donde abundan las tiendas de alimentación. "Ahora se saluda sin tocar", le decía una joven que empujaba un carro de la compra a un conocido que se encogía de hombros, resignado.