L tsunami del 4-M impide ver de momento el bosque, aunque muchos se empeñan. Su sacudida ha sido diabólica. Ha dejado demasiada visceralidad, repartida entre la euforia y el pesimismo. Hay cuantiosa adrenalina suelta todavía para acertar con el diagnóstico. Las urnas han desparramado más visceralidad que razón. No hay espacio ni tiempo para digerir con la frialdad necesaria semejante maremoto electoral. Pero el diábolo juego del actual cortoplacismo partidista atrapa a los impacientes, quintacolumnistas incluidos. Bajo esa presión de la urgencia latente, los ganadores se apresuran eufóricos a reclamar la extrapolación -imposible- de su triunfo y los perdedores afilan sus navajas, muchos de ellos entre exabruptos impropios. Solo quedan por el camino los inanes, como Ciudadanos, que esconden la cabeza bajo el ala.

Mientras el PSOE se desangra en Madrid, sigue la algarabía en el PP. En Génova recuperan la esperanza cuando más lo necesitaban tras aquella estocada de Catalunya hace tres meses que les hizo temer por un futuro de tinieblas, envueltos en su indefinición y el fortalecimiento de Vox. Isabel Díaz Ayuso les ha devuelto el pulso y la autoestima, siquiera hasta que acabe la pandemia, la auténtica madre de toda esta batalla. Dispondrán así del tiempo necesario para apretar sin desmayo las clavijas a un Gobierno de coalición que sale muy desgastado de estas urnas, y en especial de los feudos rojos madrileños. Haría bien Tezanos en advertir a su partido de esta sonora bofetada sin perder el tiempo, como acostumbra, en alentar falsas expectaciones y lanzar absurdas descalificaciones tabernarias. Alentados por la excitación de este apabullante triunfo y el aliento de su cohorte mediática, los populares creen haber iniciado el camino de la reconquista. El frenesí llega hasta el ínclito Francisco Camps, que se ha liado la manta a la cabeza y quiere resurgir de sus cenizas aspirando a la alcaldía de Valencia. Ya en serio, no es descartable que la soberbia de Pedro Sánchez ayude durante un tiempo con sus errores al enemigo mientras se sobrepone al mazazo de este martes y alinea un partido de prietas las filas para su aclamación caudillista en el congreso de octubre. Pero también Casado debería pensar que el comodín del toque de queda de la covid no es eterno, que los camareros van a recuperar el trabajo, que la vacuna reducirá las muertes y alentará el turismo, que la manivela de los fondos empezará un día a funcionar y que el sanchismo, acostumbrado al travestismo tacticista, siempre acaba poniendo una vela a Dios y otra al diablo cuando asoman las turbulencias.

Hasta entonces, el cainismo ancestral de los aparatos socialistas dará muchos momentos de gloria a las tertulias y a la oposición, ahora mucho más ensoberbecida. Es bien sabido que las navajas políticas siempre están a mano en las Casas del Pueblo en tiempos de borrascas. Ocurre ahora con el naufragio de Madrid y también con los primeros tambores de guerra en Andalucía. La cacería en torno al fallido cabeza de lista Ángel Gabilondo, maquinada desde la misma trastienda que le arrastró por una campaña impropia de su cuajo, responde a ese instinto depredador que anida en la zona fétida de la fauna partidista. Así se explica más fácilmente el desabrido gesto de la dirección socialista, incapaz de enviar a un paje para interesarse siquiera cinco minutos por la arritmia de su candidato derrotado. Díaz Ayuso aprovechó el hueco y acudió rauda al hospital. Otro gol.

Para navajeo, las primarias socialistas en Andalucía. Las escaramuzas de hoy auguran desgarros para mañana. Sánchez se ha empeñado en sacudirse de toda sombra incómoda y de Susana Díaz, en particular. Los enconos personales siempre acaban dejando rescoldos y en este antagonismo de altos vuelos las sonrisas siempre han sido forzadas. El acoso y derribo a cara descubierta contra la histórica presidenta andaluza generará borbotones de traición, resistencia, vileza y adhesiones de ida y vuelta, la escoria propia de un duelo a vida y muerte. Un escarnio para mayor gloria del PP andaluz que camina con Moreno Bonilla hacia una mayoría absoluta, según los sondeos que mejor detectan la sensibilidad de la derecha, y aprovechando la previsible hecatombe de C's. Mientras, Pere Aragonès seguirá yendo a la cárcel de Lledoners para ver si de una vez le envían el plácet desde Waterloo. Aquí, las navajas vendrán más tarde, pero acabarán llegando.