pesar de sus protestas y pataletas, parece seguro que el presidente Trump abandonará la Casa Blanca el próximo 20 de enero, aunque no sabemos si seguirá la tradición de entregar personalmente la presidencia de Estados Unidos -como es tradicional- en una ceremonia frente al Capitolio.

Lo que sí parece seguro es que ha hecho todo lo posible para que Joe Biden pueda experimentar la tortura que él vivió durante dos años largos, a causa de la persecución implacable por parte de congresistas y funcionarios, empeñados en demostrar que Trump había traicionado al país en un contubernio con Rusia para obtener la victoria electoral que, en 2016, causó auténtico estupor entre sus rivales del Partido Demócrata.

Prácticamente toda la presidencia de Trump, desde que juró el cargo hasta hace pocos meses, estuvo asediada por los esfuerzos de legisladores y antiguos funcionarios de la oposición, que le acusaron de supeditar los intereses del país a sus ambiciones políticas.

El que había sido director del FBI, Robert Mueller, fue nombrado investigador independiente para descubrir los acuerdos ocultos entre Trump y el Kremlin, algo que costó al contribuyente norteamericano 25 millones de dólares.

Tras dos años de investigaciones, este dinero no sirvió para nada, pues Mueller, a pesar de haber desplegado a los mejores juristas del país, simpatizantes además del Partido Demócrata, no pudo demostrar que semejante contubernio hubiera existido.

Ante semejante fracaso, un funcionario de la Casa Blanca aseguró haber escuchado una conversación en la que Trump pedía al presidente ucraniano informaciones que podrían perjudicar al aspirante presidencial Biden, lo que representaba más o menos la misma acusación que le habían hecho tres años antes en el caso de Rusia.

A diferencia de la investigación rusa, en el caso de Ucrania los demócratas finalmente consiguieron someterlo al impeachment, procedimiento que permite al Congreso destituir al presidente si se comprueban las acusaciones que han motivado este proceso.

Al cabo de dos meses (de enero a marzo de este año), también este esfuerzo demócrata fracasó, pero ambas acusaciones, con el constante acoso legal y la participación de los medios informativos que cubrían el caso constantemente, fueron suficientes para amargar sus años en la Casa Blanca, hasta el punto de que repetía constantemente “es algo que no le debería ocurrir a ningún presidente”.

Ahora, está haciendo todo lo posible... para que lo mismo le ocurra a su sucesor.

El Departamento de Justicia ha lanzado una investigación contra quienes trataron de hundir a Trump, lo que también le da autorización para investigar al futuro presidente Biden. La fórmula elegida es la del “investigador especial”, una figura jurídica que tiene plena autonomía frente al Departamento de Justicia.

En este caso sería John Durham, un hombre que lleva ya tiempo analizando posibles abusos por parte de funcionarios de simpatías demócratas.

Naturalmente, los demócratas lo ven como venganza mientras que para los seguidores de Trump se trata de la mínima reivindicación por los estorbos que sus rivales políticos le pusieron desde el primer día. Pero sobre todo esperan que finalmente “se haga justicia”, convencidos como están de que los sufrimientos legales de Trump se debieron a la corrupción por parte de altos cargos gubernamentales, empeñados en acabar con la presidencia del multimillonario neoyorkino.

Recuerdan que a Trump lo recibieron con manifestaciones de protesta en las calles al día siguiente de la toma de posesión y que fue acosado constantemente por los medios informativos que, además, magnificaban cualquier crítica salida de la oposición.

Ahora que está con un pie fuera de la Casa Blanca, parece que Trump cree que le llega la hora de la revancha con este investigador independiente.

El riesgo que presenta Durrham es que tiene autoridad para descubrir lo que le interese, sin limitaciones. Más que perseguir a funcionarios opuestos a Trump, es probable que tire de la manta en los negocios de Hunter Biden, el hijo del futuro presidente, que cobraba sumas millonarias internacionalmente a cambio del acceso que ofrecía a su padre y entonces vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden.

Todo está así preparado para que las tensiones de la era Trump, que agravó las ya existentes con su predecesor Obama, continúen. Lo que no sabemos aún es si el que pronto será expresidente se convertirá en líder de la oposición y verdugo de Biden, o si se cansará y buscará refugio en uno de sus muchos campos de golf.

En ambos casos, tampoco es seguro de que podrá hacer ninguna de las dos cosas, porque varios fiscales están afilando los cuchillos para procesarle e incluso ponerlo tras la rejas, tanto a él como a su familia.