al presidente Trump se le pueden reprochar infinidad de cosas, muchas de ellas con fundamento, pero al ciudadano estadounidense se le puede reprochar algo igual de malo, o peor: que comulga con piedras de molino.

Pruebas de ello las hay a montón (y no sólo en la presidencia de Trump), pero la más demoledora de todas es la política exterior de los EE.UU. Así, días atrás, Washington y Pekín implantaron una pausa en su pugna arancelaria con un acuerdo agropecuario. Este, aireado a los cuatro vientos por Trump y “tolerado” por los chinos (ni conformaron ni desmintieron las palabras del presidente), anuncia que el país asiático incrementará sus importaciones de productos agrarios estadounidenses hasta los 40 o 50 mil millones de dólares.

Y esto es una rueda de molino gigantesca. Porque ni en las épocas de máxima bonanza las importaciones chinas de esos productos norteamericanos no llegaron ni a la mitad de esas sumas. Y, además, el mayor capítulo correspondería a la soja?¡ahora, que la peste porcina ha reducido la cabaña china de suidos a menos de la mitad!

Pero hay más ruedas de molino en el pasado. La más grande se registró en la lucha contra el Estado Islámico. Desde hace decenios, los EE.UU. tienen catalogada como organización terrorista al PKK (partido nacionalista kurdo de ideología comunista), pero al estallar las guerras contra el Estado Islámico la Casa Blanca no dudó ni un instante en olvidarse de esta calificación y establecer una amplia alianza militar con los kurdos contra los musulmanes radicales.

Fue una alianza limitada al escenario bélico (Siria e Irak) y al tiempo que durasen las luchas. Ni juramentos de fraternidad, ni borrones y cuentas nuevas: el PKK seguía en la lista estadounidense de los terroristas y los kurdos podían hacer con las armas que recibían del Pentágono también otras acciones militares. Y las hacían; unas veces contra la fuerzas sirias de Assad y otras, abasteciendo los arsenales de los correligionarios turcos. Por su parte, los EE.UU. lograban así ganar una guerra con un despliegue mínimo de fuerzas terrestres.

El pacto era exclusivamente bélico y así se especificó desde un principio: amigos, mientras existiera el enemigo común; y después, cada cual a lo suyo. Pero al mundo y los ciudadanos de Trump se les dejó creer que era una alianza en toda regla, con implicaciones políticas de gran alcance y un compromiso ético latente. También esa rueda de molino se la tragó la opinión pública (prensa incluida) de todo el mundo.

Y ya eran ganas de tragar. Porque desde la Antigüedad en el Oriente Medio - y todavía más, en el Próximo - la lealtad ha sido el gran ausente de la Historia. La verdad histórica imperante en todos los países que hubo en la zona y con todos los sistemas políticos y religiones ha sido ir a la suya. No había palabra dada ni hermandad racial o religiosa que prevaleciera sobre la conveniencia del momento o el interés personal del dirigente.

Claro, y en descargo del electorado estadounidense, también desde la Antigüedad esta realidad ha sido presentada a los pueblos adornada de oropeles morales y anhelos irredentos. ¡Menuda rueda de molino!... Y también se la tragaron en la Antigüedad y en el mismo Oriente Medio.

Y es de prever que sigan por ese camino: el presidente Trump no para de celebrar los recientes acuerdos con China y explica que si la cifra de 50 mil millones de dólares para exportaciones agrícolas parece exagerada? es porque los agricultores norteamericano todavía no han comprendido la enorme capacidad que pueden tener.

Y otro tanto ocurre con Turquía: el acuerdo logrado por el vicepresidente Pence y el secretario de estado Pompeo tras su entrevista con el presidente turco Erdogan, tan solo garantizaba -cumplida a medias- una tregua de 124 horas, pero Trump se apresuró a lanzar las campanas al vuelo y a celebrar la “nueva etapa” en las relaciones con Ankara.