La Habana - En el habanero “paladar” San Cristóbal el bullicio y tintinear de las vajillas habituales hasta hace unas semanas ha dado paso a un silencio preocupado tras la decisión de Estados Unidos de vetar los cruceros a Cuba y restringir, aún más, las visitas de sus ciudadanos al país vecino. Este restaurante privado fue uno de los negocios que el viernes quiso protestar contra las nuevas políticas de la administración de Donald Trump, que en pocos días han provocado un vertiginoso descenso del número de estadounidenses que en los últimos años se habían convertido en sustento para muchos habaneros.

Las últimas medidas de Washington, dentro de su estrategia de asfixiar económicamente al Gobierno de La Habana en castigo por su supuesta injerencia en Venezuela, también se sienten ya con crudeza en el sector privado, sobre todo en los negocios florecidos al calor del “deshielo” diplomático y los miles de estadounidenses que corrieron a visitar la “isla prohibida”.

Carlos Cristóbal, propietario del San Cristóbal, apenas da crédito: ha pasado del “sueño” de dar de comer en su restaurante a Barack Obama y familia durante la histórica visita de marzo del 2016 a la “pesadilla” de que Donald Trump le haya reducido la clientela en un 80% en apenas unos días. La nueva vuelta de tuerca de EE.UU. a las sanciones sobre Cuba anunciada la semana pasada cayó como un mazazo sobre los cuentapropistas que ofrecían servicios turísticos y gastronómicos a los cientos de estadounidenses que desembarcaban cada día de los cruceros autorizados en 2016.

“Exhorto a todos a que vengan, se puede, ya lo demostró Obama”, defiende Cristóbal, sentado en el mismo comedor en el que almorzó el entonces mandatario, una estancia devenida en lugar de peregrinación de curiosos y en la que una suerte de altar custodia fotografías de aquel día y hasta la taza de café que usó el líder estadounidense.

En las paredes, retratos de Fidel Castro, el Che Guevara o el prócer independentista José Martí alternan con los de Obama, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau o la cantante Beyoncé, en un imposible collage que recuerda los apenas tres años de bonanza que ha vivido el local, fundado en 2010 y que da empleo a 32 personas.

De momento, pese al desplome de la clientela, no ha habido despidos y los propios trabajadores han reajustado sus turnos conscientes de las vacas flacas que se ciernen sobre el negocio, pero son muchos los cuentapropistas que reconocen estos días que en algún momento el reajuste de plantillas será inevitable para sobrevivir.