A menos de un año de empezar la campaña para las elecciones presidenciales del año próximo, la oposición demócrata tiene una verdadera plétora de candidatos entre los que Joe Biden -quien fue vicepresidente con Barak Obama- va a la cabeza en intención de voto.

Biden, ex senador del pequeño estado de Delaware, no ha anunciado su candidatura y nadie sabe si al final decidirá echarse al ruedo, pero ya antes de empezar le han caído las críticas de una serie de damas que, envalentonadas por una machacona cobertura televisiva, lo hacen aparecer poco menos que como un sátiro.

Desde que una congresista con poco éxito electoral en el estado de Nevada hizo público su “incomodo” por la proximidad física de Biden durante diversas campañas, cada día parece surgir otra dama que recuerda episodios semejantes.

En todos estos casos, no le acusan de “acoso” sexual, sino de unos gestos de afecto excesivos que constituyen el nuevo pecado en el catecismo progresista del país: “invadir el espacio personal”.

Hasta ahora, todas ellas aseguran que se sintieron sorprendidas pero no acosadas, aunque insisten en que deben divulgar estos hechos para que Biden y el país saquen las consecuencias y el público pueda juzgar por sí mismo.

Aún es pronto para saber qué opinarán las mujeres norteamericanas de la conducta de un hombre que, a sus 76 años, ha aparecido en múltiples actos televisados abrazando a diversas personas, tanto hombres como mujeres, en lo que él consideraba expresiones de afecto y apoyo. Los pecados de Biden consisten en abrazar a las damas, hundir su nariz en su cabellera y ponerles las manos en los hombros.

En un país de herencia puritana, donde mirar a alguien a los ojos puede entenderse como una violación de su intimidad, este nuevo maximalismo no resulta sorprendente, especialmente en la nueva generación que, según diversos estudios, no busca el contacto físico con gente de su edad, tanto del mismo como del otro sexo: el teléfono móvil, según varias encuestas. parece satisfacer los deseos de intimidad.

La sorpresa de Biden fue evidente en sus primeras reacciones, pero no quiso correr ningún riesgo y no perdió tiempo en expresarse compungido por sus actos: no pidió perdón porque nadie le ha acusado de acoso, pero sí dijo que la forma de comportarse ha ido cambiando y hoy las expectativas son diferentes. No lo prometió, pero probablemente no volveremos a ver sus manos en la cabeza o los hombros de ninguna dama.

Tampoco perdió la ocasión de echarse ceniza por su actuación hace varias décadas, en la comisión judicial del Senado, cuando no tomó partido por la jurista Anita Hill que presentó unas acusaciones contra Clarence Thomas, en las sesiones para confirmarlo como magistrado para el Supremo.

Hill, como el año pasado la señora Ford que acusó al también hoy magistrado Brett Kavanaugh de acoso sexual, no pudo aportar pruebas que sus afirmaciones. Pero a diferencia de Ford, que no pudo decir dónde ni cuándo ocurrió el intento de violación, cómo llegó a su casa, ni contó a nadie lo ocurrido, Hill podía hablar de que ambos eran compañeros de oficina, donde Thomas le hacía comentarios y proposiciones eróticas.

Biden no le concedió entonces el peso que hoy desearía haberle dado para satisfacer a una parte del electorado actual y, para compensar semejante fallo, se lanzó recientemente a un comentario plañidero contra la cultura social del “hombre blanco” que, según él “ha de acabar”.

Críticas internas Al margen de lo que uno crea, llama la atención que las críticas contra Biden salen de personas próximas a otros candidatos demócratas, lo que hace sospechar que se trata de una maniobra para quitar de en medio al aspirante a la presidencia con mayor intención de voto. Los más curioso es que un candidato tras otro declara con cara de gravedad “yo creo estas acusaciones”, algo totalmente innecesario pues la conducta de Biden ha sido pública y transmitida por décadas en las televisiones.

A diferencia de otros correligionarios, Biden no ha abrazado las últimas tendencias radicales sino que sigue en el centro moderado, lo que puede atraer a la masa de votantes indecisos o independientes cuyo voto decide quién ocupará la Casa Blanca. Para Trump, quien de momento cabalga a ola de la bonanza económica, la situación no puede ser mejor, pues estas trifulcas moralistas le ayudan a librarse de quien podría ser su rival más peligroso.

Los comentarios en muchos medios informativos señalan el despropósito del Partido Demócrata en promover a candidatos radicales con pocas posibilidades ganar, pero las pugnas internas resultantes del choque intergeneracional y del lastre que aún se arrastra de la grave recesión de 2008, parecen insuperables.

A fin de cuentas, desde el nacimiento de este joven país siempre se ha dicho que esta es una sociedad abierta a todos y que les da todas las opciones, entre ellas las de que cualquiera puede llegar a presidente? como se demuestra repetidamente cada cuatro años.