hoy se cumplen veinticinco años del asesinato del presidente ruandés Juvénal Habyarimana (hutu), que desencadenó en 1994 el genocidio de Ruanda, el peor cometido jamás en África.

Perpetrado en apenas 100 días, el genocidio ruandés causó la muerte de entre 800.000 y un millón de personas, la mayoría de etnia tutsi a manos de “elementos” hutus, de manera “planificada, sistemática y metódica”, según denunció la ONU.

Hoy, Ruanda, es un país reconciliado. El matrimonio formado por Marie-Jane, hutu, y Jean Giraneza, tutsi, es buena prueba de ello. La familia de ella masacró a la de él e incluso estuvo a punto de acabar con su vida. “Ahora todos somos ruandeses”, defienden. “Mi padre vagabundeaba por la noche con un grupo para matar tutsis”, dice Marie-Jean. Ella entonces tenía doce años, pero lo recuerda bien. Iban con machetes, lanzas y porras. Entre sus víctimas se cuenta la familia de Jean. Él recibió un machetazo en la cabeza pero sobrevivió porque un soldado tutsi lo encontró a tiempo y lo llevó al hospital.

Jean ya sabía todo esto cuando pidió la mano de Marie-Jane para casarse con ella. La pareja y sus cuatro hijos viven en uno de los llamados “pueblos de reconciliación”, creados por el Gobierno, donde supervivientes y perpetradores conviven como vecinos. En Rweru, hay 110 familias. “Fue increíblemente difícil para mí”, asegura Jean, que ahora tiene 45 años. El Gobierno le asignó una casa en Rweru por su condición de superviviente. Sus vecinos son hutus. “Compré un machete y planeé matar a uno”, confiesa. Sin embargo, dice que en este “pueblo de reconciliación” ha aprendido a perdonar.

LA HUELLA del genocidio Las cicatrices del genocidio se ven también en la siguiente generación. Diane Mumararungu tiene ahora 24 años y es fruto de una violación. Su madre, tutsi, dice que todavía cuando la mira la recuerda el trauma que vivió. Diane narra que cuando era pequeña vecinos, conocidos e incluso familiares la rehuían. Los otros niños la llamaban “hija de hutu”.

El presidente ruandés, Paul Kagame, que lideró el Frente Patriótico Ruandés (FPR) que puso fin al genocidio derrotando al Gobierno hutu y sus fuerzas, puso en marcha programas de reconciliación “muy pronto”, lo cual no es habitual, señala Hans Bretschneider, que coordina el trabajo del Servicio Civil de Paz de Alemania.

El resultado se aprecia en las contundentes palabras de Marie-Jane, Jean y muchos otros en todo el país. “Ahora todos somos ruandeses”, afirman. Las palabras hutu y tutsi ya solo se pronuncian en susurros. “Vivir juntos pacíficamente es hoy una realidad en Ruanda”, sostiene Ndayisaba.

Muchos atribuyen el mérito a Kagame, presidente desde el año 2000 pero en el poder casi desde el final del genocidio, que gobierna el país como si fuera un Ejército, de acuerdo tanto con sus admiradores como con sus detractores. Ruanda ha sido reconstruida, las calles están limpias y el orden ha sido restaurado.

La contrapartida, según denuncia Human Rights Watch (HRW), es que el espacio para la libertad de expresión es cada vez más reducido para la oposición política y la sociedad civil.

orígenes del conflicto La población de Ruanda, excolonia belga en África Oriental, estaba compuesta en 1994 por un 85% de habitantes de etnia hutu y un 15% tutsis, quienes integraban esta nación de unos 12 millones de habitantes.

Las rivalidades étnicas databan de la época colonial, de cuando Ruanda se encontraba bajo el mando de Alemania (1894) para pasar después a ser controlada por Bélgica a partir de 1916.

Fue en ese período cuando se produjeron las primeras divisiones políticas entre hutus (agricultores) y tutsis (pastores) al recibir estos últimos -aunque minoritarios- más privilegios por parte de su metrópoli.

Los tutsis detentaron el poder durante décadas, pero ante sus demandas de independencia, Bélgica comenzó a favorecer a los hutus, que derrocaron a la monarquía tutsi en las revueltas de 1959.

Años después, los hutus vieron reforzada su posición con la llegada al poder del hutu Juvénal Habyarimana, quien se convertiría así en el nuevo presidente, mediante un golpe de Estado en 1973, algo que nunca aceptaron los tutsis. - E.P./Efe