Elorrio - Era conocido con el mote de Bueno y lo era. Falleció el pasado lunes a los 88 años. Fue un niño de la guerra en el exilio y testigo del bombardeo fascista que los pilotos italianos ejecutaron el 31 de marzo de 1937. También es recordado en Elorrio, pueblo del que era natural y del que siempre habló maravillas, por haber sido presidente de la organización municipal del PNV. De hecho, el partido le propuso ser candidato a alcalde y él se negó con un ejemplo de integridad humana: “No puedo ser alcalde porque yo soy una persona que no sabe decir no”. Poco, o casi nada, se ha escrito sobre el bombardeo que asoló Elorrio el 31 de marzo de 1937 y que dejó, al menos, siete muertos en la villa vizcaina. José Kortabarria Letona, Bueno, y su familia se libraron de morir en casa, edificio que luego fue el primer bar, bodega, llamada Pinto. Los primeros estudios, como apuntábamos, enumeran, al menos, siete muertos. Kortabarria, sin embargo, heredó la creencia de que “solo murió una mujer, Rufina Azkarretazabal”.

A su juicio, los fascistas italianos que apoyaron el golpe de Estado de los a la postre franquistas arrojaron cuatro bombas: una sobre “el cuartel de la guardia civil” ubicado en la zona de Aldatzekua, una segunda, sobre el bar Tetuán -donde murió la mujer que citaba-, la tercera en su casa y la cuarta en Belengua kalea, curiosamente, donde ahora está abierto el bar de Pinto y vía en la que ha vivido Kortabarria. Según estudios de Gerediaga Elkartea, ese último día primaveral de marzo, la escuadrilla 213 de la Aviazione Legionaria italiana bajo el mando del capitán Vittorio Cannaviello, después de volar conjuntamente desde Soria con la escuadrilla 214, se dirigió hacia Elorrio con orden de bombardear la villa. El ataque aéreo, en el que arrojaron 18 bombas de cincuenta kilos. Aquel día, un niño de 6 años llamado José Kortabarria, nuestro protagonista, jugaba a saltar unos trancos de una fuente de Kurutziaga. “Sonaron las campanas y me metí a un refugio, hecho con sacos terreros y con muchos soldados. Oímos explotar las bombas”, subrayaba con ímpetu.

Más adelante, supo que una bomba destrozó su casa y otra había matado a su casi vecina del bar Tetuán que “se escondió bajo la escalera, creyéndose protegida”, señala y agrega que el artefacto fascista “entró por el lucero y nos rompió seis tabiques y cayó al garaje, que luego fue el bar Pinto. Es más, el bar aún mantenía el agujero tapado con unas viguetas y sigue en ese local cerrado”, apuntaba.

En este establecimiento había ese día aparcado un autobús “hispano de morro chato” propiedad de Alejandro Zuazua y “cayó junto a una de sus ruedas. Me acuerdo perfectamente”, explicaba quien fue presidente de la junta del PNV de Elorrio y a quien quisieron presentar como alcalde, pero lo desestimó porque “yo soy una persona que no sabe decir que no”. Al salir del refugio, el niño supo que su madre estaba en la escalera de la casa cuando la bomba echó abajo su hogar. En la calle esperaba Donata, hermana de José. En total eran nueve hermanos. Salieron ilesos. “Mi padre no recuerdo dónde andaba entonces”, agregaba. De Elorrio, siendo nacionalistas, salieron huyendo de los golpistas a Getxo gracias al novio de Donata, el practicante elorriarra Aberlardo García.

Y en mayo, la madre y una hermana despidieron a sus hijos gemelos José y Mari, de 7 años, y Wenceslao, de 8, al partir en el barco Habana hacia Southampton. “Íbamos de la mano y al entrar estaba todo de colchones y al empezar a navegar, todos vomitando? Duró tres días”, resumía. “Volvimos a Elorrio, a pasar hambre” tras diez meses en Southampton y Liverpool.