errenteria - “No puede volver a ocurrir”. Mendoza (alcalde de Errenteria por EH Bildu) reflexiona sobre los hechos violentos que recopila el informe que presentó Argituz hace tres semanas. Cuando el primer edil habla, pone en valor a toda la Corporación. Sobre la mesa, una pregunta: cómo esta localidad, símbolo de violencia, pasa a ser todo lo contrario.

¿En qué consiste el informe?

-Recopila las vulneraciones de derechos humanos y otros hechos violentos ocurridos en nuestro pueblo desde 1956 -que fue cuando se decretó el primer estado de excepción que afectó a Errenteria- a 2012, cuando se reabre la Casa del Pueblo. Se contrató a Argituz en octubre de 2014 y se acabó en marzo, con metodología concreta, testimonios y conversaciones con partidos antes y después de acabar. Todos (PSE, Bildu, PNV, Ezker Ani-tza-IU y Partido Popular) decidimos que pasaran las elecciones para presentar el informe, que podría incorporar otras muchas vulneraciones. Ya recoge que habrá que completarlo.

Es “un punto de partida”. ¿Hacia dónde?

-Es un acuerdo de gran calado, porque recoger en un primer estudio lo ocurrido y que todos lo consideremos como mínimamente aceptable para empezar a trabajar es muy importante, porque se convierte en un instrumento de trabajo. En muchas ocasiones he dicho que en Errenteria, y también en Euskal Herria, primero tenemos que recoger los hechos. Todos, sin negar ninguno. Después, tenemos que llenarlo de contenido emocional. Los hechos dan una dimensión, pero el drama que se esconde detrás es mucho mayor de lo que podemos imaginar. Han de tener una plasmación en unos testimonios o en recoger el drama concreto, que la sociedad lo visibilice.

¿Uno solo conoce las afecciones de la violencia que más cerca ha vivido?

-Igual conocemos otra serie de consecuencias, pero una cosa es conocer y otra, interiorizar y dimensionar. En este país cada uno ha estado más ligado al sufrimiento que le ha tocado, y es normal, natural del ser humano; pero estamos en un momento en el que, si queremos consolidar la paz, es importante, como dije en el acto de septiembre en Bilbao al que nos invitó Urkullu, traspasar las fronteras para romper esa memoria defensiva. En esta sociedad hemos funcionado con memorias defensivas. Hemos de pasar al otro sufrimiento, entenderlo y acercarnos a él con absoluta sinceridad.

En un país que ha sufrido tanta violencia, ¿qué pasó en especial en Errenteria, donde se cuentan 30 muertos, más de 300 heridos y otras tantas denuncias de torturas?

-Errenteria era un pueblo muy agitado. Tenemos que situar un contexto en el que en 1950 tenía 15.000 habitantes y en 1975, 47.000; con una actividad industrial y una migración de trabajadores muy fuertes. Generó una serie de dinámicas, que venían desde el franquismo, de respuesta, movilización e incluso enfrentamiento con las fuerzas de seguridad. Determina una forma de ser o actuar del municipio, y después se desarrolla. Es un pueblo con mucha clase obrera, que se movilizaba por sus reivindicaciones, con una presión policial importante y se generó una situación de violencia importante.

¿Y qué ha pasado para que ahora sea ejemplo de justo lo contrario?

-Pues igual justo eso. Puede ser casualidad, pero no lo creo. Tengo la suerte de poder conversar con bastantes personas, también las que han sufrido directamente la violencia. A veces uno se sorprende e incluso admira a personas que han sufrido la violencia con intensidad y tienen, sin embargo, una visión de futuro que no tienen las personas que no han sufrido tanto. Es de agradecer. Puede haber una reacción, de odio, y se puede quedar ahí. Es una reacción natural nada criticable cuando a alguien le roban la vida de un familiar, pero también hay otras reacciones, las que plantean que sus hijos e hijas no vivan lo que hemos vivido. Aquella persona que más ha sufrido es muchas veces la que más tranquilidad pide.

¿Cómo se logra que una Corporación que en décadas ha protagonizado plenos hasta violentos lidere un proceso de convivencia?

-Porque todos y todas teníamos claro hace cuatro años que queríamos iniciar este camino y que, en la medida de lo posible, tiene que ser consensuado. Afortunadamente, hasta la fecha así ha sido. Existe una determinación de querer pasar página con el pasado, pero pasarla bien. Vivimos un momento peligroso. La sociedad está pasando página y lo hace con una rapidez en parte admirable, pero desde el punto de vista de cerrar heridas, también peligrosa. No se ha escrito la página como se debiera, simplemente lo que se está haciendo es olvidar.

¿Cómo valora la situación general del proceso? Denota cierta preocupación...

-Mucha preocupación. No hay un proceso como en otros lugares. Un proceso político de construcción de la paz es de diálogo, con momentos delicados, pero en un contexto de proceso, con acuerdos y conversaciones discretas. Diría que hubo conversaciones de bastante más calado en la época de Loiola (2006), con sus conversaciones discretas, sus plazos y su metodología, que lo que pueda existir ahora. Me preocupa porque la sociedad está pasando página y la responsabilidad de la clase política es que esa página se pase bien. No es una responsabilidad de la sociedad, sino de la clase política, y no lo estamos haciendo bien. Tiene un riesgo importante, en qué mensaje de cultura de paz trasladamos a las futuras generaciones.

¿Puede poner en riesgo el proceso de convivencia que no haya avances en materia de desarme o de presos? Por ejemplo, el ataque a los autobuses de Derio.

-Desde luego no ayudan en nada, porque es difícil entrar en una fase de reconciliación cuando puede haber personas que sufren directamente. Para poder facilitar esa fase de reconciliación, de escucha, de diálogo, de la construcción de la paz en la sociedad es importante que esos niveles de sufrimiento se minimicen y se eliminen. Esto no se está dando y no es positivo, pero dicho esto, tampoco esto puede ser una razón para no avanzar, porque de lo contrario, estaríamos condicionados y otros decidirían sobre lo que la sociedad vasca tendría que hacer. Creo que la sociedad vasca tiene que avanzar y la clase política tiene que responder a lo que la sociedad vasca le está pidiendo. Es importante escuchar y plantear iniciativas que vayan en esa línea.

¿Cuáles?

-A título personal, me resulta difícil pensar que unas conversaciones ligadas a la paz en una ponencia parlamentaria puedan tener éxito, con lo difíciles que son. Muchas veces ha habido políticos que han considerado que estos procesos solo pueden tener éxito en la absoluta discreción. Considero, y creo que vamos tarde tras cuatro años del cese definitivo de ETA, que se debería iniciar una vía de diálogo en la que cada uno tendría que dejar parte de sus grandes razones.

¿Se refiere entre los partidos?

-Sí, creo que los partidos que tienen que ir desarrollando iniciativas de ese tipo, porque si acuerdan cuestiones, la sociedad les va a acompañar.

Año 2012. ¿Qué implica que un miembro de EH Bildu acuda a la reapertura de una casa del pueblo atacada 27 veces?

-Nos invitaron y a mí, personalmente, como alcalde. Ya estábamos teniendo conversaciones informales, de estar hablando en el bar... y veíamos que había posibles vías de diálogo y confianza. Consideré que, si queríamos abrir alguna vía, también esto supondría un gesto de confianza. Yo doy un paso, voy a la reinauguración y el propio documento lo recoge. En ese momento, que el alcalde, de EH Bildu, vaya al acto, supone otro simbolismo. Se abría un nuevo tiempo con esos pequeños gestos que ayudan a futuras conversaciones y confianzas que se puedan dar.

Esos gestos hacia otros no siempre son bien entendidos en la casa propia...

-Soy de los que piensa que, si se quiere movimiento, y el movimiento cambia las cosas, hace falta asumir contradicciones. Solo cuando se mueven las cosas es cuando uno tendrá contradicciones porque, si no, se mantienen estáticas. Yo apuesto por el movimiento, por el cambio y, si queremos hacerlo, tenemos que ser conscientes de que tenemos que gestionar una serie de contradicciones. Hablo en todos, no solo EH Bildu. Otra cosa es que no queramos que las cosas se muevan, lo que sería preocupante, pero si de verdad queremos que se muevan, hay que asumir las contradicciones.