Aunque suene raro oírlo o leerlo, ser madre o padre no es un derecho. Digo raro porque hoy en día se estila el “yo tengo derecho a” por encima de cualquier otra consideración. Así, vemos, por ejemplo, a miles de niños y niñas volviendo un jueves a mediodía a sus casas porque sus docentes tienen derecho a votar sus representantes sindicales y suspender sus clases; o al cabreo de la vecina o vecino de turno porque tiene derecho a que de hoy para mañana le llamen para el traumatólogo sin conocer cuánta gente lleva esperando turno. Derechos reclamados, en ocasiones, con tanta virulencia que parecería incontestable su cuestionamiento. Debate para otro día. Pero a lo que no tenemos derecho es a convertirnos en padres o madres. No hay ninguna legislación que nos conceda ese privilegio cuando nacemos. Sí a tener una infancia protegida, un empleo, asistencia sanitaria, etc. Pero no a ser aita o ama. Eso queda para la naturaleza o la ciencia, que ha permitido ayudar a miles de parejas a hacer realidad su sueño mediante una ayuda extra cuando la primera falla. Y de no poder, existe la alternativa de la adopción, un camino tampoco libre de ser tortuoso, pero que da solución a miles de pequeños y pequeñas que en el mundo no tendrían otra oportunidad. Sin embargo, lamento escribir que, como hemos podido ver esta semana a través del caso de Ana Obregón, queda claro que hay una tercera opción mediante talonario. Hoy, se mire como se mire, también se puede comprar un bebé. Tal cual. Y si una revista del cuore te blanquea tremenda hazaña a tus 68 años, miel sobre hojuelas. Es urgente ajustar la legislación para evitar que, una vez prohibida la gestación subrogada aquí, el capricho se pueda realizar en otros países y volver como si nada. El vientre de las mujeres no puede ser utilizado para gestar vida con la que negociar. Puede resultar impopular escucharlo, pero no tenemos derecho a todo. Aunque el dinero pueda llevarnos a pensar lo contrario.