VAMOS a contar mentiras, tralará. Así reza la canción infantil, que luego se deleitaba en inocentes ocurrencias sobre liebres por el mar y sardinas por el monte. En el mundo del Tiktok, el Instagram y el populismo viralizado, se echa en falta recordar que, por mucho que se repita y se transmita, no existen ciruelos cargaditos de manzanas. Pido perdón anticipado por el divertimento irresponsable que viene ahora, que es un juego de populismo que busca retratar lo fácil que es manipular debates, enmerdarlos sin complejo y lograr así que no se avance en su solución pero le ponga a uno en boca de todos, que es de lo que se trata. Ahí va el enunciado.

En vísperas del 8-M, inmerso en el debate sobre el feminismo y el papel combativo de la mujer en una sociedad igualitaria, una de ellas, miembro del colectivo sanitario, que protagoniza movilizaciones por el bien de nuestro servicio público y no de sus condiciones laborales, arremete contra la obligación de acreditar un nivel elevado de catalán para atender a sus pacientes y lo difunde por las redes sociales cargada de convicción sobre su derecho a no aprenderlo.

Atentos a las trampas de la frase, concebida como una montaña rusa que irrite por igual en todas direcciones según la sensibilidad de cada cual. No las voy a desgranar porque, si en algo consiste el espíritu crítico, es en que cada cual se esfuerce en desarrollarlo. Pero sí diré que casi cada sintagma puede causar por igual indignación y aplauso en función de la percepción previa de cada cual. Pero, y ahí está lo divertido del populismo, la frase no contiene ninguna formulación en clave de solución, no implica que el autor tome partido en ningún caso pero permite que cada cual le atribuya una actitud más o menos cercana a sus propias convicciones. Es decir, carece de utilidad pero agita el avispero sin más intención que la de que haga ruido. Créanme, porque la frase es mía.