Bilbao - Aún recuerda que el temible curare se usaba como moneda de curso legal entre las tribus amazónicas, donde convivió con Julen Ezkurra, un agustino bilbaino "que me dejó dormir encima del piano del colegio para que no me mordiesen las ratas". Esa y mil y un historias más alumbran al impulsor de la ruta Quetzal que acaba de presentar en Bilbao.

¿Cuántas vidas le caben dentro?

-Todas las que he podido vivir.

Internet le atribuye cada una que...

-¿Internet?

No acostumbro a usarlo. Prefiero la vida en primera persona. Cuénteme, cuénteme...

¿Ha sido domador de fieras?

-Sí, señor. Fui con Ángel Cristo porque quería aprender de verdad. Pasé miedo, claro que sí. Manejaba el látigo, el palo y la silla. Y si las cosas se ponían mal, la forca. El último remedio era salir corriendo. Alguna que otra vez lo hice.

¡Y ballenero!

-También. En Chile. Íbamos a por cachalotes y en zonas despobladas se construían las casas con la madera de los barcos. Me acordaba de lo que me contó Vargas Llosa: que él había aprendido a leer en Cochabamba con el Moby Dick de Meville.

¿Cómo se hizo entender aquellos años del Amazonas?

-Un agustino, Julen Ezcurra, que luego fue director de música en Bilbao, me abrió paso. Me dejó dormir encima del piano del colegio para que no me mordiesen las ratas y me ayudó a construir la primera balsa para moverme en aquellas aguas.

¿Y entre los indígenas?

-Con otro vasco, aunque no lo crea. Descubrí a un cacique leproso que se llamaba Leonardo Aguirre que me ayudó bastante.

¿Era un mundo, supongo, lleno de peligros?

-Sí. Vivía cerca del Ampiyacu que, traducido, viene a ser algo así como Río Veneno. Allí se preparaba el curare.

Hablan de la jabalina y los indígenas.

-Llevaba mi jabalina por todo el Amazonas y es verdad que en algunos afluentes, la lanzaba de orilla a orilla, lo que les llamaba la atención.

¿Con la misma técnica de aquella historia de los Juegos Olímpicos?

-Los pastores vascos tiraban como un akullu y Erausquin y yo hicimos lo mismo. Vieron peligro, pero creo que lo peligroso era que ganásemos porque cambiaron tres veces el reglamento.

¿Una vida azarosa, la del reportero?

-Fui el primer corresponsal volante en Latinoamérica. Un día me dijeron que un guerrillero había recorrido el Amazonas por los mismos lugares que yo. Fui a buscarle y me encontré con su cadáver. Era el Ché Guevara. En México conocí a un poeta de Balmaseda, León Felipe. Y a Juan Ramón Jiménez, a quien trató mi abuelo, Miguel Gayarre.

¿No hay aventura ni peligros en la vida urbana?

-Lo que no hay es antídoto para las serpientes de las ciudades.