Muchas familias ven los videojuegos como una fuente de preocupación. ¿Violencia gratuita? ¿Adicción? ¿Muchas horas frente a la pantalla? Pero, ¿y si en lugar de verlo como algo que desconecta de la realidad, los videojuegos ayudaran a entenderla mejor? ¿Y si enseñaran a verlo con otros ojos? Estas preguntas dan pie a una reflexión que hasta hace no muchos años parecía impensable en muchas casas o incluso en los colegios. Para muchos adultos, los videojuegos siguen siendo ese patio de recreo virtual desconocido donde los otros se pasan horas y horas conectados contra una realidad que no siempre comprenden. Pero, detrás de cada juego, de cada pantalla, de cada experiencia, también hay una oportunidad, al igual que con los juegos de mesa, los cuales están mejor vistos por la sociedad. Ahí es donde entra en escena el punto de vista sensible y que hace de nexo intergeneracional para Koldo Gutiérrez.
No es solo un académico aunque su currículum lo avale (periodista, profesor universitario en la Universidad EUNEIZ de Gasteiz y doctorado en Bellas Artes). Lo que verdaderamente lo define es su vocación por acercar a la ciudadanía este punto de encuentro entre generaciones. “Siempre pongo de ejemplo la película de Coco. Ayudó a romper el tabú y el estigma para hablar del duelo. Yo tengo varios videojuegos que también lo explican de una forma cercana. De la misma forma que se puede usar el cine, también ciertos videojuegos lo hacen con cierta naturaleza. Es una herramienta muy útil”, redondea.
La realidad es que las y los jóvenes ya están jugando. No obstante, la pregunta no es si deben hacerlo o no, sino qué tipo de juegos son, de qué forma lo están viviendo, y con quién están compartiendo esa experiencia en el caso de videojuegos on line. Es ahí donde las familias tienen un papel fundamental para ese desarrollo, pero no como vigilantes, sino como acompañantes de esa experiencia. En unos tiempos donde la tecnología se contempla como un muro que separa generaciones, Gutiérrez apuesta por convertirla en un puente, un espacio compartido donde el juego no se vive como una amenaza, sino como una oportunidad.
“Es importante que los juegos tengan un inicio y un final, como las películas”, apunta. En el caso de los juegos on line, no existe la posibilidad de que un juego tenga fin: “es muy fácil darle a buscar otra partida y seguir jugando sin que nunca termine”.
De eso trata el taller que ha llevado a la Euskal Encounter: Videojuegos por la transformación social. Está dirigido a padres, madres y docentes que quieran descubrir el potencial de los videojuegos para usarlos como herramienta didáctica, tanto en casa como en clase. “No sé si llamarlo educativo porque esa palabra puede tener connotaciones negativas, aburridas, en el caso de los videojuegos... pero creo que tienen cierto mensaje de fondo que se puede usar bien las aulas o en casa”, señala. A través de un decálogo y herramientas como el código PEGI –sistema europeo de clasificación de videojuegos por edad y contenido cuyo objetivo principal es ayudar a los padres y tutores a tomar decisiones sobre qué juegos son apropiados para sus hijos– o el control parental, ofrece alternativas saludables que los jóvenes pueden jugar en su tiempo libre sin violencia, micropagos ni adicciones. Juegos breves, sencillos y baratos que pueden ayudar a concienciar sobre temas importantes.
El taller ha servido también de escaparate para algunos videojuegos que abordan situaciones reales y preocupantes: el bullying, la homofobia, la violencia machista, el cambio climático, las migraciones, la salud mental y las guerras,... Son temas aparentemente difíciles de abordar pero, un buen videojuego, puede ser una herramienta para hacer ese acercamiento. Ciertos títulos muestran realidades que pueden resultar ajenas al mismo tiempo que le permite al jugador ponerse en la piel de sus protagonistas y empatice con sus problemas. “Las pantallas pueden separarnos y aislarnos, pero también servir para hacer reivindicaciones y luchar por el cambio social”, matiza Koldo Gutiérrez.