Jorge Martínez, líder de Ilegales, sigue coleccionando soldados de plomo y guitarras 40 años después de la formación del trío, efeméride que ahora festeja con una gira que le acerca este jueves a Bilbao, a la sala Santana 27, y coincide con la edición de un doble disco, La lucha por la vida (Warner), que comparten junto a Loquillo, Bunbury, Coque Malla, Iván Ferreiro, Dani Martín, Vetusta Morla o El Niño de Elche, entre otros. “Seguimos con el mismo desparpajo y caradura 40 años después”, explica Martínez en esta entrevista, en la que asegura que “la vida, acaba mal, te mata, pero mientras dure el baile sería un sacrilegio no disfrutarlo”.

Cuatro décadas…

-De Ilegales sí, pero medio siglo como músico. El avance de los segundos es implacable, son pequeños pero tienen muy mala hostia (risas). Con 16 años tenía ya el carné de músico. Y con 17 era un profesional. Mi primer carné me calificaba de Niño Prodigio. Me daba mucha vergüenza. Estábamos hablando de mediados de los años 70.

Luego llegó Madson.

-Tras el ejército y en pleno estallido punk, en el 77 y 78. Nuestro sonido era muy punk al inicio, como el de Ramones y Sex Pistols, pero fuimos depurándolo.

Tocábamos canciones propias y versiones de los 50, pero pasados por el filtro de grupos del Norte de Europa como Nomads a Hellacopters y Backyard Babies. Pero a finales de los 80 y con mi hermano al bajo. Era muy bueno.

¿Y Los Metálicos?

-Fueron un tránsito a Ilegales. Éramos la misma gente, muy jóvenes e intentando hacer cosas nuevas. Experimentamos mucho, pero no dábamos con el sonido que buscábamos fácilmente. Alguien me enseñó en aquella época un disco de Joe Jackson y me dijo: esto es parecido a lo que quieres hacer tú. Ilegales llegó por ese camino, como el de The Police, probando; aquello de la prueba y el error. Aprendimos a manejar la ecualización y los volúmenes. El sonido de Ilegales fue totalmente premeditado.

Su primera canción fue ‘Europa ha muerto’.

-Se incluyó en un disco compartido y editado por una compañía con gente muy obtusa, no querían ni editarla (risas). Luego llegó un single más punk con Revuelta juvenil en Mongolia, con el sello Arrebato, y el debut en largo. Ilegales contrastaba radicalmente con los grupos de la Movida, gente que alardeaba de no saber tocar. Eran muy limitados instrumentalmente y todas sus canciones se parecían. De hecho, solo sabían tocar una. Nosotros tocábamos muchos estilos con solvencia.

Su estética siempre fue muy potente. Usted llevaba hasta un stick de hockey.

-Bueno… solía llevar abrigo o gabardina porque hacía frío y llovía mucho en Asturias. Y tenía una chupa de cuero de un piloto americano. En algún momento vestíamos como oficinistas, pero con un punto La Naranja Mecánica.

Imagino que nunca se arrepentirían de su nombre.

-Nunca. Es corto, evita que salga pequeño en los carteles y se eligió por convicción aunque había otros dos: Los Locos y Los Hijos de la Gran Puta. Fue un proceso democrático, en 1980 o 1981, antes de grabar, con votación incluida. Al no ponernos de acuerdo, yo elegí Ilegales. Dejamos de votar y nos fuimos a tomar unos cubalibres.

El mal es consustanciales al ser humano. Está en muchas de sus canciones, al igual que la ley.

-En una letra digo: “desde el día que me bautizaron llevo el diablo muy dentro de mí… mi vida es puramente criminal”. El mal es una constante en todos los seres vivos aunque algunos no lo reconocen. El ser humano es una especie contradictoria. Yo intento ser bueno cada día, de verdad. El otro día, un joven me cedió un taxi porque yo tenía prisa, y desde entonces intento devolver esa buena acción cediendo el paso y ayudando. Sé que me acabaré enfadando de nuevo y volveré a ser como somos todos.

El nuevo disco, ‘La lucha por la vida’, tiene un título que sería un muy buen epitafio.

-Sí, vivir nos va a costar la vida, acaba mal, te mata. Eso sí, mientras dure el baile sería un sacrilegio no disfrutarla.

Tiene otra canción, ‘Te prefiero lejos’, que sería buena para una tumba.

-Está de puta madre (risas).

Hábleme del disco.

-No quise hacer un disco al uso de estas conmemoraciones, en el que no se arriesga y se aprovecha para tocar las canciones más conocidas con los músicos de más renombre. Esa fórmula no tiene valor alguno aunque el resultado económico pueda ser bueno. Nosotros hemos hecho casi lo contrario, grabar canciones muy recientes, incluso de estreno, con los músicos a quienes veía perfectos para cada una. De Loquillo a Luigi, de León Benavente, Iván Ferreiro o los chavales de Vetusta Morla, a quienes no conocía. Incluso Dani Martín, que viene del pop, pero ha crecido mucho artísticamente. Con el desparpajo y la caradura que nos caracteriza desde el primer día. Había más, pero tiene 16 canciones y colaboraciones, y ha sido muy laborioso hacerlo por la pandemia. El objetivo artístico se ha conseguido. Solo por oír cantar al brillante Calamaro Mi copa y yo, que no deja de ser un tango…

Vídeo de ‘Mi copa y yo’, canción compartida con Andrés Calamaro

Hay colaboraciones sorprendentes, con artistas pop como Vetusta Morla o Dani Martín, o con el flamenco Niño de Elche.

-Aunque no lo parezca, siempre hemos sido un grupo muy abierto. Casi siempre de tres integrantes por cuestiones de agilidad y para evitar conflictos incluso entre nosotros. Lográbamos a duras penas hacerlo por ser conflictivos, pero en épocas incluimos teclista y saxofonista. Después, utilizamos a una soprano en un tema. Nuestra visión es las de los músicos de jazz, de cierta apertura. El disco del XX aniversario anterior adolecía de endogamia, había solo músicos que habían pasado por Ilegales. Era pura chulería y arrogancia.

Hablando de arrogancia, recuerdo que hubo un tiempo que el n.º 1 en pop era Mecano y en rock ustedes.

-Cierto. Y sé que había compañías que pasaban nuestras maquetas a sus grupos para que cogieran ideas (risas).

¿Sigue pensando que es mejor “ser bocazas que murmurador”?

-Por supuesto. Esa la canto con mi amigo Loquillo. Si me preguntas quién es más chulo, no quiero ganar ese concurso (risas).

Vídeo de ‘Tantas veces me he jugado el corazón que lo he perdido’, tema compartido con Loquillo

Un verso propio de él dice: “para qué discutir si puedes pelear”.

-(Risas). Sí, está bien. Yo prefiero una discusión a pelear; siempre se extraen más cosas aunque la discusión acabe mal. Si se puede discutir, las cosas quedan mejor arregladas. A veces, te encuentras con un Putin enfrente y no tienes más remedio que funcionar de otra manera.

Llevamos un mes con la guerra cerca de casa.

-Se veía venir. La OTAN está fuerte, Europa aboga por una fuerza militar sin fisuras, aunque se debilitará otra vez cuando pase el peligro. Eso sí, por la unidad fiscal no, por eso no pelean.

Europa sí funcionó muy bien en pandemia.

-Es verdad, fue sorprendente. Ahí Europa no ha muerto, como decía mi canción.

40 años ya. Siniestro Total lo deja, Bunbury también...

-Lo de Bunbury me ha sorprendido. En nuestro disco cantó Ángel exterminador en un tono muy alto, en un estilo muy ilegal y, a la vez, muy suyo.

Era la única canción antigua que había que retocar. Incluso hemos dejado nuevas fuera, somos una banda que mira al futuro.

¿Usted cómo resiste?

-Todos pasamos malos momentos. Me tocó una tuberculosis hace cinco años, pero mi sistema defensivo es fuerte. Sí me han atacado sí, incluso el mar. Me ha intentado matar varias veces y me gusta el buceo, pero es perjudicial para los oídos.

¿Qué hay de la gira? Tendrá ganas de escenario.

-Sí, claro. Y estoy con la promoción en América Latina. España se ha vuelto hortera y decepcionante en muchas ocasiones y nos gusta hacer uso de esa vocación internacional que tenemos y visitar Ecuador, Colombia, Chile… Su público es muy kamikaze.

¿Sigue coleccionando soldados y guitarras?

-Sí, acabo de recibir un paquete con un montón de moldes de soldados de los años 40. Son soldados de juguete artístico, no miniaturas como las de los kioskos, y existen desde antes de Napoleón y la Revolución Francesa. Es una cuestión más artística que bélica.

Y con las guitarras, igual. Las toca, no las tiene para colgar en una pared.

-Me llamaron de Todo Colección y los amigos coleccionistas se han enfadado conmigo. Cogí una guitarra de caja de los 50 con las cuerdas originales, que estaban machacadas, y las cambié. Dijeron que era un sacrilegio, pero es que habían perdido sonoridad y las guitarras se crean para ser tocadas. Eso, a los verdaderos coleccionistas les parece mal; y con los soldados de plomo, igual. Les parece mal tocarlos, ponerlos en formación… Yo los cuido, como las guitarras, para pasarlos en buen estado a la siguiente generación.