DURANTE años trabajó como ingeniera informática en una empresa hasta que hace dos años decidió cambiarlo por la docencia, una actividad que le ha permitido disponer de algo más de tiempo para dedicarse a lo que siempre tuvo in mente: colaborar en proyectos de cooperación al desarrollo. Iratxe acaba de regresar del poblado de Orore, a orillas del bellísimo lago Victoria, en Kenia, donde ha dejado a los niños y niñas, jóvenes y mujeres con los que durante más de un mes ha participado en distintas actividades como talleres de competencias digitales en los centros escolares y de emporamiento de las mujeres. El año pasado fue su primer verano como docente y, tras la formación recibida en Solidaridad, Educación y Desarrollo, la ONG con la que colabora, tuvo la opción de ir a Kenia y no lo dudó; la experiencia resultó tan positiva que Iratxe no solo ha repetido este año, sino que ha creado unos vínculos que le han robado el corazón.

Iratxe y otras tres compañeras de la ONG han colaborado codo con codo con organización local que les ha indicado sus necesidades educativas, ya que su ONG se dedica principalmente a la formación. “El año pasado fue un poco caótico; íbamos de colegio en colegio con diferentes proyectos; la verdad es que nos recibían eufóricos, pero no creábamos vínculos”. Así que Iratxe propuso hacer una especie de campamento; Udalekus en el poblado que les permitiera utilizar el aula por la mañana a los de primaria y por la tarde a los de secundaria. “El Gobierno de Kenia ha incluido en el nuevo curriculum la digilitación, pero en el colegio del poblado no hay luz, ni nada; es difícil realizar la competencia digital”. La única manera que encontró Iratxe fue llevar desde Euskadi tabletas y ordenadores personales donados por amigos y compañeros. Así lograron impartir las clases de digitalización. “Tienen mucha iniciativa e interés, pero les falta información. Ellos están todo el día viendo pasar el tiempo, mientras ellas son las que trabajan”, reconoce Iratxe, quien también organizó actividades para las mujeres del poblado dirigidas a su empoderamiento. “Son muy habilidosas y trabajadoras, por lo que les animamos a crear sus propios productos y venderlos en los mercados de la ciudad más próxima. Quedaron encantadas. Pero además el taller de costura servía también para que salieran de casa y compartieran momentos entre ellas. Están entretenidas y tienen muchas ganas de aprender”, dice Iratxe.

Se refiere a la iniciativa de un joven consultor con el que estudiaron los negocios que podrían montar, apoyándole con nociones básicas para montar su empresa, como la producción de tomate y la cría de aves de corral. Iratxe recuerda la solidaridad de las gentes del poblado. “Todos los meses ponen dinero para los numerosos huérfanos que están en los orfanatos y también para contribuir al bienestar de la comunidad”.

Le gustaría que el Gobierno vasco alcanzara el 0,7% de su presupuesto a la cooperación y que esta no se basara en la caridad, “sino en la formación; en darles la caña para que aprendan a vivir y no tengan que escapar de la pobreza, que puedan estar en sus poblados; para ello hacen falta programas de intercambio que pudieran venir a formarse a Euskadi o al Estado y volver para poner en marcha lo aprendido”.

Iratxe volvió agotada, pero feliz de Kenia. “Ellos nos dan mucho más de lo que reciben”, sentencia