O queda un rastro físico de los lugares donde hizo fortuna (la calle Santa María primero y un entresuelo del número 6 del Paseo de El Arenal después...), pero si se guarda memoria de lo que fue. No en vano, aunque el rincón ya no tenga un enclave geográfico al que asomarse, el Kurding Club fue inolvidable. De su recuerdo les traigo algunas notas, chierenes lás más, pero también literarias, pictóricas, gastronómicas y musicales.

A finales del siglo XIX la sociedad bilbaina se abrió al mundo y a la cultura cosmopolita gracias al empuje proporcionado por la modernización económica. El Kurding Club, entre otras actividades realizadas en Bilbao, constituyó el germen de parte de los rasgos esenciales que la ciudad ha desarrol1ado a lo largo de todo el siglo XX y de lo que ya se lleva andado en el siglo XXI.

El nombre real de esta agrupación de una muchachada inquieta era el de El Escritorio, un local situado en

la céntrica plaza del Arenal de Bilbao donde tenían su sede social. Pero el nombre por el que se les conocía

era el de Kurding Club, que alude a una de sus actividades más famosas, la bebida: apelando al gusto por lo inglés que entonces estaba de moda en Bilbao, la denominación que les haría famosos se derivó de la castiza palabra curda (borrachera), lo que, claro está, no hace justicia a los múltiples campos en los que desarrollaron su actividad, aunque sí manifiesta la forma en que fueron vistos por la conservadora sociedad bilbaina de su tiempo.

Cuentan los textos notarios de la época que se trató de una sociedad recreativa que trajo la modernidad y el desenfado al Bilbao conservador de la Restauración a través de exposiciones de pintura, sesiones musicales, conferencias y tertulias. No en vano fueron los predecesores de las primeras exposiciones de arte Moderno de Bilbao de principios de siglo, y pusieron la semilla de la Academia Musical Vizcaína y de la Sociedad Filarmónica.

Su reglamento era una confesión vital. No en vano, constaba de un único artículo escrito en la piel de un pandero que decía: “dentro del local de la sociedad, cada socio podrá hacer lo que le dé la gana, siempre que no moleste a los demás”. Punto final. Y fueron fieles a ese espíritu cachondón y rebelde, en pos de romper con las cadenas del ayer.

Creado hacia 1894 fue la sucesora del anterior club juvenil Txoritoki. Llegó a tener 43 socios y su vida se prolongó durante cerca de 14 años. Tan cierto es que su mascota fue un loro traído de Cuba al que se llamó Ubano, nombre del que derivó el himno del club, como que su magnífica decoración corrió (1896) a cargo de los pintores Manuel Losada, Anselmo Guinea e Ignacio Zuloaga con sendas interpretaciones sobre lienzo de Las Walkirias, Paisaje de la ría y Amanecer, esta última representando la salida algo alegre de los socios José Orueta, Juan Basterra, Francisco Igartua, Juan Carlos Gortázar y Ricardo Gaminde en el Arenal bilbaino. También dejaron obra suya Darío de Regoyos, Rochelt, Iturrino, Real de Azúa, y otros pintores de la época. Una colección de objetos diversos -la colección de armas de Murga, el Moro vizcaino, la cabeza de Don Terencio, el txistu de Txango, billar, fotos, dibujos, instrumentos musicales o unas chilabas rojas para los solteros y blancas para los casados...- completaba el ajuar del club. Celebraba la fiesta de los Inocentes y el l y 2 de mayo, fiestas del Trabajo y del levantamiento del Sitio, respectivamente (la de primero de mes era controlada por Ricardo Gaminde, el pintor, de quien se comentaba no había trabajado nunca...) y sesiones en las que invitaban y festejaban a las señoras.

Fueron célebres sus concursos de carteles, las exposiciones, las cenas romanas y las “cenas habladas”. En una sesión memorable se proyectaron siluetas que representaban los puentes de la ría. Las siluetas fueron obra de Adolfo Guiard y de Manuel Losada. El texto, versificado, fue publicado en 1955 bajo el título Bajo los puentes. En esta edición los dibujos originales, perdidos, fueron sustituidos por otros de Manuel Mª de Smith. En cuanto a los tres óleos sobre lienzo ya mencionados, pueden admirarse hoy en día en la Sociedad Filarmónica de Bilbao en magnífico estado de conservación.

El mismo Unamuno afirmó que aquella sociedad no era más que un antro de señoritos viciosos. Hijos de papá que lo habían tenido todo y ya no sabían cómo pegarla. Por contra, diremos que Ignacio Zuloaga tuvo una intensa relación con Bilbao, siendo una de las ciudades junto con París y Sevilla en la que el pintor vivió sus años de bohemia. En Bilbao formó parte del Kurding Club, para el que pintó el citado cuadro El Amanecer.

El tinte liberal de la asociación hizo que se ganara la animadversión de cierto sector influyente de la población bilbaina. José de Orueta nos describe su final: “en una cuaresma y con ocasión de unas misiones, un señor padre misionero, a quien, por lo visto, informaron personas malévolas o ignorantes, y desde luego lleno por su parte del más santo buen deseo y la mejor voluntad, lanzó, desde el púlpito, una terrible homilía contra aquel rincón, acusándolo de ser lugar de verdaderas enormidades, que jamás pasaron ni pudieron pasar siquiera por la mente de los cultos socios”. La descripción del misionero como la antesala del infierno” fue mortal para el club.

Tres bilbainos, el violinista Lope Alaña y Errasti, Juan Carlos de Gortazar y Javier Arisqueta, conocidos por Los apóstoles, son los fundadores de El Cuartito del Kurding Club bilbaino, levantando las principales estructuras musicales que aun hoy sustentan la actividad musical de Bilbao y que influyeron, a través de sus músicos, en el panorama musical de la primera mitad del siglo XX en España. El Kurding, era un club de un solo salón. En él se jugaba, se hacía tertulia, pero también se hacía música, infringiendo el único artículo del reglamento. Manuel Losada reflejó aquella cordial protesta contra los músicos en el cuadro Las Walkirias en el que ante un fondo wagneriano, aparecen dos socios tocando el piano de espaldas a un airado grupo que levanta los puños amenazadores. Como resultado de aquellas bromas los socios más musicales trasladaron el piano a una pequeña habitación que encontraron disponible en el mismo piso. Bautizaron esa habitación con el nombre de El Cuartito.