OS terribles errores de diseño cometidos con el Boeing 737 MAX que provocaron dos accidentes aéreos en Indonesia y Etiopía -con la muerte de 346 personas- trajeron un punto de inflexión en Boeing. Salió el consejero delegado y se hizo una profunda reflexión sobre los fallos cometidos. Se culpó a la informática inicialmente. Posteriormente, se supo que la política de ahorro en gasto en la formación de los pilotos había llevado a que las relaciones entre ellos también se dejaran de fortalecer. Esto, parece que pudo conducir a que cuando se produjo el fallo del MCAS no se solventara adecuadamente en vuelo.

Así, volvimos a poner en la conversación popular la interacción humano-máquina. Las máquinas pueden llegar a ser inteligentes en cierto modo, pero deberán ser usadas y por lo tanto, tener relación, con humanos. En estos días de confinamiento, no sé si nos hemos parado a pensar en esto. ¿Nos estamos relacionando bien con la máquina que vemos tantas horas al día? NordVPN, una empresa que presta servicios de Internet, ha publicado unas cifras preocupantes: los norteamericanos están pasando tres horas más al día trabajando que antes de la pandemia. En Francia, Reino Unido y España, dos horas al día de más. Y todo ello, delante de una máquina, claro, nuestra fiel compañera estos días. También se sabe que, la productividad, en algunas industrias, ha crecido.

En los primeros años de la informática, el objetivo de la interacción entre los humanos y las máquinas no era otro que procesar datos. Las máquinas se fueron volviendo más eficientes, y los humanos las usábamos. Con la llegada de las interfaces gráficas en los 80, el objetivo fue llevar el mundo físico al digital. Así, la interacción entre el humano y la máquina tuvo como objetivo durante esos años hacerse más amigable para facilitar toda interacción. Internet, en los 90, abrió la puerta a las comunicaciones a escala planetaria: podrías comunicarte con cualquiera desde cualquier punto y en cualquier momento. El humano se ha acostumbrado a usar múltiples máquinas, con la misma experiencia en su uso.

Con esta relación humano-máquina nos atrapó el dichoso nuevo coronavirus. Pero las cifras anteriores nos pueden adelantar un nuevo escenario de relación: más intenso en horas, que encima redunde en nuestra productividad. Pero también con nuevos retos de socialización. ¿Nos habrán entendido bien? ¿Estaré siendo muy aburrido en la explicación?

Este escenario me está llevando a pensar mucho en el futuro de la interacción humano-máquina. He concluido que quizás la siguiente evolución sea recorrer el camino al revés: llevar el mundo virtual al espacio físico. Buscar un mayor equilibrio. La posibilidad de sensorizar tejidos, controlar nuestros biorritmos, los sistemas de realidad virtual, etc. son intentos de proveer estas posibilidades. El reto aquí radica en los modelos mentales. Los humanos tenemos en nuestra mente asociados unos modelos cuando interactuamos con objetos. Por eso a la gente le ha costado adaptarse a trabajar en casa con un ordenador. La lectura de un libro o un informe se hace mejor en papel que en formato digital. Creo que el reto en los próximos años radica en ser capaces de obtener una máquina que piense e interactúe como un humano. No que nos adaptemos nosotros a ellas. Su maleabilidad es más alta que nuestro cerebro milenario ancestral.

En este punto hay muchas personas reflexionando sobre cómo serán las relaciones entre humanos y máquinas. Facilitar las relaciones y poder interactuar en clave humana es algo factible. Pero, ¿queremos que las máquinas sean nuestras amigas o simplemente nuestros asistentes? ¿O queremos un rol más afectivo? Y, en esta ecuación de relación entre dos, ¿qué papel queremos jugar los humanos? En el diseño de objetos y sistemas del futuro creo que se deberá anteponer la relación como algo crítico desde su concepción. Especialmente cuando no haya una pantalla para mediar, que hasta la fecha ha sido el estándard de interacción.

El reto radica en ser capaces de obtener una máquina que piense e interactúe como un humano. No que nos adaptemos nosotros a ellas. Su maleabilidad es más alta que nuestro cerebro milenario