Ante estas actuaciones, por un lado, salen los que atacan la aparente postura conservadora de los agentes del sistema educativo por no querer actualizarse a las nuevas tecnologías. Suelen reclamar que las clases habría que llevarlas al móvil, dado que ahí es donde nuestros jóvenes saben estar. Por otro lado, salen los que comparan estas prohibiciones con, por ejemplo, las calculadoras en los años 80 o con los ordenadores durante su irrupción en los 90. Sin embargo, las comparaciones son odiosas. Los móviles, fruto de muchas de las aplicaciones que llevan dentro, aumentan los usos inapropiados y es más difícil controlar su uso. Por otro lado, las capacidades que han traído estos dispositivos móviles sacan el debate de la edad siempre: los riesgos en edades tempranas son mucho mayores que sus potenciales beneficios. El movimiento de escuelas libres de tecnología que han promovido padres y madres de empresas tecnológicas en EE.UU. responde un poco a esto.

La fascinación por las tablets y móviles en educación creo que ha tenido mucho que ver con su fácil utilización. Pero facilidad no podemos traducirla como bondad. Sabemos que las dificultades son deseables en muchos puntos del aprendizaje de un niño o niña. También sabemos que la lectura (aspecto no siempre facilitado por un dispositivo que emite notificaciones constantemente), mejora la comprensión lectora, competencia clave para entender y decodificar todo lo que vamos aprendiendo. Por otro lado, una publicación académica de todos los artículos académicos editados hasta 2016 sobre la correlación entre el uso del móvil y el rendimiento escolar concluía que era difícil determinar los mecanismos de las relaciones causales entre el uso de teléfonos móviles en clase y el rendimiento académico.

Los casos de éxito de dispositivos móviles se reducen a concluir que hay que saber para qué se usa y tener una buena preparación. Mensajes evidentes, que aportan poca luz a cómo conseguir eso. Por otro lado, se suelen olvidar los aspectos regresivos de la tecnología: meter tecnologías tan potentes en un aula, muchas de ellas con costes altos, bien introduce problemas de clase (capacidad adquisitiva) o bien una tensión en los erarios públicos que dudo permita luego priorizar aspectos más relevantes para la educación de nuestros hijos (como el profesorado, por ejemplo). Otro aspecto complicado es la edad. Un informe elaborado en Nueva Gales del Sur (Australia), alertaba de la prohibición en edades de Primaria. En este informe se hablaba precisamente de evidencias que sí se tienen: un móvil necesita mucho autocontrol para sacarle provecho y aunque se sabe que puede aportar mucho en diferentes planos de nuestras sociedades, la falta de evidencia de cómo introducirlo de manera normalizada en el aula dificulta la toma de decisiones sobre el cómo hacerlo.

La ciudad de Nueva York tuvo prohibidos los móviles de 2006 a 2015. Introdujo programas formativos para todos los agentes sobre sus riesgos. Y empoderó al profesorado para tomar decisiones sobre su uso en sus clases. Y reconoció, como hemos venido diciendo, que se trata de un asunto complicado, del que nos falta mucha evidencia.

Y la educación es un asunto muy serio como para andar con experimentos.

Nueva York prohibió los móviles en las aulas de 2006 a 2015. Introdujo programas formativos para todos los agentes sobre sus riesgos y empoderó al profesorado para tomar decisiones sobre su uso