Si al visitante le da tiempo o la oportunidad se lo concede, conocerá las peculiaridades del deporte vasco como punto de atracción popular, como referencia ineludible en programaciones festivas de cualquier rincón de Euskal Herria. Cierto que el deporte entendido como competición no se diferencia en este país del resto del mundo civilizado; es decir, aquí se usa y abusa de los deportes tópicos, de los deportes de masas que se suele decir. El fútbol, el balonmano, el baloncesto, el ciclismo y hasta el golf, si viene al caso, se practica en Euskal Herria como en cualquier otra nacionalidad; deportes de importación que, casualmente, tienen un componente también peculiar en su desarrollo a la hora de contar con elementos de la tierra, de la cantera. Y, todo hay que decirlo, también en estos deportes de masas se brilla aquí con luz propia hasta el punto de destacar los deportistas vascos tradicionalmente en fútbol y ciclismo por el sur y en rugby por el norte.Pero en lo que aquí procede instruir al visitante, si lo precisare, es en esos otros ejercicios deportivos practicados entre los vascos casi con exclusividad; ejercicios deportivos que son tanto más cultivados y admirados cuanto mayor es el arraigo cultural del pueblo y más celosamente conservados los hábitos culturales. Deportes que actualmente se han dado en llamar Herri Kirolak, juegos populares, por cuanto más cercanos están al sentir y disfrutar del pueblo.

Si, según Roger Caillois en su Teoría de los juegos, es cierto que “el juego y el arte nacen de un exceso de energía vital”, no otro parece ser el origen de los deportes autóctonos vascos. La dramatización de la propia actividad del hombre está en la base del esparcimiento deportivo de los vascos, que han puesto en competición su actividad laboral mediante una reglamentación escrupulosamente normatizada.

El caserío y sus labores son la fuente de los deportes autóctonos de competición: el levantamiento de piedra (harrijasotzaileak), el corte de hierba (segalariak), el arrastre de piedras por medio de bueyes o de burros, las regatas de traineras, los cortes de tronco (aizkolariak), la pelea de carneros (ari apuztuak), las pruebas de destreza de perros de pastor, no son sino reflejo de la actividad laboral del vasco, que iba adquiriendo en ellos destreza para afrontar el reto con el vecino. Y ello no como expresión de lo que diríamos “espíritu deportivo”, sino como pura confrontación de fuerzas. Y con ese espíritu afrontaban los desafíos, ya en las modalidades anteriormente descritas, ya en su peculiar manera de interpretar el lanzamiento de barra, o el levantamiento de peso del txinga erute, o el simple ejercicio de labrar la tierra con el duro arar de las layas.

Mención especial habría que hacer de las múltiples modalidades de juego de pelota, uno de los pocos que ejercitaron los vascos con herramientas ajenas a los ámbitos laborales. Hasta tal punto se ha enraizado en Euskal Herria su práctica, desde los más elevados extremos de Iparralde hasta la Ribera de Nafarroa, que no hay pueblo sin frontón. El denominado por los foráneos deporte de la pelota vasca ha sido exportado al mundo entero por nuestros emigrantes, y quien quiera conocerlo de verdad, pásese un atardecer cualquiera por frontones y paredes de nuestros pueblos para comprobar cómo se llega a la perfección de este deporte en los rincones más insospechados de nuestra geografía.

Y, como elemento imprescindible, la apuesta, el dinero que entrecruzaban los contendientes y sus partidarios, teniendo en cuenta que durante siglos esa fue la única ocasión para el vasco de arriesgar su dinero, o sus bienes, o sus propiedades.

Muchas veces se ha denigrado la práctica de la apuesta en los escenarios de nuestro deporte rural, pero al decir de quienes viven en ese mundillo no podría subsistir el herri kirolak sin el ingrediente de la apuesta, por baja que sea, por testimonial que sea, como fondo y motivación del desafío. Y si esta práctica ha acarreado ruinas y trampas, vaya en su descargo la debilidad humana, que tampoco es cosa de ponerle puertas al campo.