Castillos que cuentan historias
Un viaje en familia por la Zona Media de Navarra para descubrir fortalezas medievales que aún hoy siguen en pie, protegiendo la memoria de un reino que supo ser independiente, lujoso y orgulloso
El paisaje de Navarra no se entiende sin sus fortalezas de piedra. Sin esas murallas, almenas y torreones que aún se alzan firmes sobre las colinas, desafiando al tiempo y recordando que este fue un reino que resistió. Que supo gobernarse, defenderse y pactar. Y que, entre guerras y treguas, construyó un horizonte fortificado que hoy, lejos de ser una defensa, es una invitación a descubrir el pasado.
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Este viaje propone algo más que una escapada en familia: es una inmersión en la Edad Media, sin trajes ni decorados. Porque hay pocas aventuras más inolvidables para una niña/o —y para un adulto con imaginación— que adentrarse en un castillo medieval de verdad. Este itinerario es una escapada para todas las edades, en la que la historia se toca, se camina y se vive.
Artajona, el último cerco medieval
El perfil de Artajona impresiona ya desde lejos. Aquí, hace casi mil años, se levantó una fortificación románica para proteger a la población de incursiones indeseadas. Nueve torres almenadas, restauradas con fidelidad histórica, permiten imaginar la vida en un bastión del siglo XI. Esta localidad, situada a 31 kilómetros al sur de Pamplona/Iruña, es el decorado idóneo para película medieval. O eso pensaron en 1976 los productores de Columbia Pictures, que decidieron filmar aquí la película «Robin y Marian», con Sean Connery y Audrey Hepburn.
Hoy no hay decorados ni efectos especiales: solo piedra, historia y vistas que alcanzan kilómetros de distancia. Sobre una loma, el conjunto amurallado del Cerco de Artajona se alza como un anillo de piedra en torno a la iglesia-fortaleza de San Saturnino, la única de Europa que tiene en su portalón representado un exorcismo en el que un dragón sale de la oreja de la hija de los reyes de Occitania.
A los niños les basta cruzar el puente levadizo para que empiece el juego. Para los más pequeños, recorrer el adarve, subir a las torres y descubrir los antiguos pasadizos es casi una expedición arqueológica. El centro de visitantes ofrece mapas y explicaciones adaptadas a todas las edades. Y muy cerca de aquí, el Dolmen de Portillo de Enériz puede completar el día con una breve caminata hasta esta tumba megalítica de hace más de 5.000 años.
Ujué, entre la fe y la frontera
A 815 metros de altitud, Ujué aparece como una isla de piedra entre lomas y campos. El viaje en coche ya es parte de la experiencia: curvas, paisajes abiertos, terrazas de cultivos y viñedos y la emoción de llegar a un lugar apartado. Este pueblo medieval conserva un trazado laberíntico que asciende hasta la iglesia-fortaleza de Santa María, un santuario que fue a la vez templo y bastión defensivo.
Este es el misterioso lugar en el que una paloma (Uxue o Usoa, euskera) mostró a un pastor una imagen de la virgen y el lugar donde asentar esta fortaleza inexpugnable. Cerca de aquí también se encontraron las primeras inscripciones en euskera y latín: una piedra en honor a la diosa vascona de la fertilidad Lacubegi y al dios romano Júpiter. Todo en Ujué son leyendas y cuentos. Dicen que este lugar cautivó tanto al rey Carlos II El Malo, que entregó literalmente su corazón a la virgen de Ujué. En la iglesia, guardado en un pichel de plomo envuelto en ricos paños de oro, descansa desde el 18 de enero de 1387 el corazón de este monarca, que involucró al reino navarro en guerras y aventuras desde el Mediterráneo hasta Inglaterra.
Ujué invita a escuchar el silencio. También a probar las tradicionales migas de pastor o las almendras garrapiñadas. Y a sentarse en un mirador y ver cómo cambia la luz. Al atardecer, sus piedras se tornan doradas. Y por la noche, su cielo despejado y limpio desvela toda la galaxia.
Olite, el lujoso palacio
Pocos lugares despiertan tanta fascinación como el Palacio Real de Olite. Declarado monumento nacional desde 1925, el castillo-palacio es una joya del gótico civil europeo. A poca distancia de Ujué, es el palacio de los sueños.
No es exageración: aprovechando un periodo de paz, riqueza y prosperidad, aquí soñó y proyectó el Carlos III El Noble y su esposa doña Leonor establecer su corte real. Y mandó construir aquí un edificio que sorprende por sus torres, jardines colgantes, salas infinitas. Se dice que tenía tantas estancias como días tiene el año. Reales o no, las cifras aquí importan menos que la sensación de pasear por un lugar donde hubo torneos, banquetes, bufones, aves exóticas y vinos propios en pleno siglo XV.
El palacio ofrece un recorrido que se adapta perfectamente a una visita familiar. Hay juegos, audioguías infantiles, y en determinadas fechas, teatralizaciones y talleres. Subir a la Torre del Homenaje, mirar por las troneras o buscar la antigua pajarera real permite aprender jugando.
Además, Olite/Erriberri no es solo su castillo. El casco antiguo conserva el trazado medieval, y sus calles empedradas invitan a caminar con calma. Para los adultos, es además tierra de vino: la Denominación de Origen Navarra tiene aquí algunas de sus bodegas más reconocidas.
Javier, un castillo entre la historia y la devoción
La ruta se cierra en Javier . Más que un castillo, es un emblema. Aquí nació en 1506Francisco de Jasso y Azpilicueta, el joven jesuita que más tarde sería reconocido como San Francisco Xabier, patrón de las misiones y uno de los grandes personajes históricos de Navarra. Su torre del homenaje, sus patios y salas convertidas hoy en museo nos devuelven a ese siglo XVI donde conviven la fe, la política y el anhelo de tierras lejanas.
Para los niños, es una aventura vertical: subir a las torres, descubrir mazmorras, mirar por las troneras y entender que en este rincón de Navarra nació un hombre que quiso recorrer el mundo.
Más que castillos
La Ruta de las Fortalezas no es solo un plan para ver piedras antiguas. Es una forma de viajar con otros ritmos. De aprender historia tocándola con las manos. De caminar juntos, preguntar, imaginar. Y también de disfrutar del paisaje: campos de trigo, colinas suaves, pueblos cuidados donde el tiempo pasa más despacio.
Por el camino hay casas rurales con encanto, restaurantes donde probar pochas, costillas de cordero, migas o cuajada, y bodegas que organizan catas para toda la familia. Porque Navarra es también eso: buena vida sin pretensiones, autenticidad sin ruido. Un lugar donde las vacaciones en familia pueden ser una aventura. O un recuerdo que dura muchos años.