Lonely Planet cree que cualquier persona que planee viajar a Birmania –Myanmar es, desde 1989, el nombre oficial– debe responder antes a la pregunta: ¿Es aconsejable ir? En 1996 se inició el boicot contra el turismo a causa del arresto domiciliario de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi por parte de una de las dictaduras militares más despiadadas de Asia y que dura ya más de medio siglo. Sin embargo, los recientes acontecimientos de tímida apertura, albergan algunas esperanzas de transformación. La emblemática activista, tras 15 años de encierro, fue ya liberada y candidata a las elecciones del Parlamento birmano. El Gobierno también ha comenzado a liberar a unos doscientos presos políticos de los más de 2.000 existentes.

Celebre cúpula dorada de Paghoda Shwedagon. Francisco Gavilán

Por estas razones, y porque viajar es una de las fuerzas más poderosas a favor de la tolerancia y la democracia, es por lo que viajé a Birmania de forma anónima. Declarar allí que uno es escritor o periodista es hacer méritos para ser perseguido y quién sabe qué cosas más te pueden suceder. Aunque la apariencia es de calma, subyace una cierta tensión en el ambiente. Pero los viajeros que se animen a visitar este hermosísimo país, necesitan estar informados de sus peculiaridades, que son muchas. Resulta difícil mejorar la descripción que hizo de Birmania Rudyard Kipling: “Una tierra del todo distinta a cualquier otra conocida”.

Un mundo anacrónico

También para este escritor, que ha recorrido más de cien países, Birmania es uno de los más fascinantes y genuinos que ha conocido. Es fácil sentirte en él inmerso en un sueño mágico o una fácula anacrónica de imaginación desbordante. Es como abstraerte completamente del mundo del que procedes.

Templo Suye Paya. F. Gavilán

Para empezar, los birmanos no tienen apellido. Ninguno de ellos toca en público a alguien del sexo opuesto. Son los únicos del sudeste asiático que conservan la forma tradicional de vestir: el longyi, un tubo de algodón o faldón hasta los pies, que se anuda a la cintura, y es usado por ambos sexos, por lo que se ven muy pocos pantalones, salvo los de los militares. Y la mayoría de sus habitantes, especialmente las mujeres, se untan la cara y el cuerpo con tanaka (polvo de madera), una especie de maquillaje color carne que les protege del sol y que desprende un agradable aroma.

Cuanto antecede es sólo una breve muestra de los aspectos que sorprenden al visitante no más llegar a Birmania. Porque este país es realmente sorprendente por éstos y otros muchos motivos: étnicos, culturales, religiosos, paisajísticos y monumentales. De ahí que, si puedes, conquístalo a la manera de William Faulkner: con las suelas de tus zapatos.

Exterior de un templo. F. Gavilán

Regreso al pasado

El aislamiento social y político que, desde hace años, mantiene el régimen gobernante con la comunidad internacional, a causa del antiguo arresto de Aung San Suu Kyi, ha propiciado que Birmania sea un país autóctono, hermético, y muy conservador. Atesora intactas sus tradiciones, ya que la influencia exterior apenas existe.

Una prueba de ello es que no hay operadores de telefonía móvil. Así, que puedes dejar tu aparato de última generación en casa, porque allí es un trasto inútil. Sólo se pueden hacer llamadas a través de los teléfonos de los hoteles (que, por cierto, la mayoría son del Gobierno).

La antigua Birmania es la parte de Asia en la que casi nada ha cambiado desde la época colonial británica. En ningún otro país de la región se pueden ver tantos pareos, turbantes, y exóticas vestimentas, las cuales, por otro lado, permiten identificar las diversas etnias que pueblan el territorio birmano. Olores y colores se mezclan en una escenografía perfecta que te traslada a otros tiempos.

Paseo ante uno de los miles de templos de Birmania. F. Gavilán

El dinámico ambiente de Yangon

Un itinerario clásico debe incluir, al menos, las cuatro ciudades más interesantes: Bagan, Amarapura, Mandalay y Yangon, la capital. Esta última, la capital hasta 2006 es una ciudad pintoresca y caótica. Pero su vida urbana es muy atractiva por su cosmopolitismo y riqueza étnica.

El icono es la Pagoda Shwedagon, la más importante del país, considerada una de las maravillas del mundo. Su gran cúpula dorada, de casi 100 m. de altura, es visible desde toda la ciudad. Merece la pena dedicar tiempo a esta impresionante obra de 2.500 años de antigüedad. Omitir esta visita es como ir a Paris y no ver la Torre Eiffel. Para los budistas es el lugar más sagrado. Resulta curioso que para ellos la verdadera identidad sexual de Buda es todavía un misterio. De hecho, algunas de sus monumentales figuras lo muestran con rostro afeminado.

Venta se cocos en un puesto callejero. F. Gavilán

Callejear por el centro de Yangon permite, además, visitar otros muchos monumentos budistas, como el templo Suye Paya o el sugerente Chauk Htat Gyi, en el que se encuentra la famosa imagen del Buda reclinado, de 65 m. de longitud. Y, cómo no, acudir al célebre mercado Bogyoke Aung San, un paraíso de dos mil tiendas para los buscadores de gangas. En él, aparte de practicar el obligado regateo (hasta el 50%), hará bien el viajero en adquirir unas babuchas para cumplir con el exigente protocolo de descalzarse cada vez que se visita un monumento budista.

Entre los recuerdos que uno puede llevarse de Birmania están los típicos longyis, artículos de artesanía, parasoles, lacados, marionetas, joyas de jade, piedras preciosas, etcétera. Pero el más interesante, sin duda, es el que te llevas en tu memoria: no podrás borrar fácilmente de tu mente la extraña sensación de haber aterrizado en otro planeta…

Bagan, la ciudad de las pagodas

Otra de las ciudades imperdibles es Bagan. Se trata de uno de los lugares arqueológicos más ricos de Asia. Ubicada en el centro del país y a orillas del célebre río Ayeyarwady (“Es el río con el nombre más hermoso del mundo”, dijo Pablo Neruda), sorprende por sus miles (sí, miles) de templos construidos entre los siglos XI y XIII.

En su interior aguardan siempre esculturas de Buda. Algunas están reclinadas y sonrientes, la actitud propia de quienes están en el nirvana. Observar tal cúmulo de templos, muy cercanos entre sí es una visión irreal que te anonada. Es como si no hubiera en el país otro aspecto más vital/emocional que el budismo, que es, obviamente, la religión mayoritaria.

Los monjes te los encuentras hasta en la sopa (para el birmano ser monje es como un “servicio social” casi obligatorio) y viven de la caridad. Con sus rapadas cabezas y rojizas túnicas transportan vasijas entre sus suplicantes manos con las que diariamente recolectan arroz y otros alimentos de los mercados. Tus sentimientos hacia esos aspirantes a monjes son una mezcla de compasión y admiración. A veces, no encuentras el significado profundo (si es que lo tiene) de este sacrificado estilo de vida.

Te puede interesar:

Algunos de los monumentos, como la Pagoda Shwe Zigon, son realmente sorprendentes porque albergan auténticas reliquias del Buda, y su cúpula dorada, en forma de campana, es el más bello icono representativo de Birmania.

Puede completarse la aventura con un paseo con los majestuosos barcos por el río Ayeyarwady, con degustación de gastronomía autóctona y visitar algunos pueblos menos concurridos como Taungoo y Namhsan, en medio de arrozales y más pagodas.