Para conocer Tarazona solo es necesario llevar buen calzado que salve su suelo, intencionadamente pedregoso, y disfrutar perdiéndose por las intrincadas calles de su parte vieja o repasando los restos arqueológicos de la primitiva Turiasso de los celtíberos que el mismísimo Hércules, según la leyenda, utilizó en su reedificación. Los césares romanos se asentaron en este enclave cuando descubrieron mineral de hierro en el subsuelo próximo al Moncayo y decidieron aprovecharlo, como las aguas del Queiles, que aliviaron los males del emperador Augusto.

La Plaza de Toros vieja es ahora un espacio de viviendas. Begoña E. Ocerin

El interés aumenta cuando, lejos ya de leyendas, se nos ofrece la oportunidad extraordinaria de conocer y diferenciar las tres culturas, cristiana, judía y musulmana, que convivieron durante la Edad Media en el mismo escenario dejando profundas huellas. Tal mezcla de razas no impidió una cordial relación y el desarrollo de sus correspondientes arquitecturas. La buena armonía se rompió al plantearse que todos profesaran la misma fe.

Los tesoros de la Catedral

El tiempo ha demostrado que esa mezcla de culturas enriqueció el patrimonio de Tarazona hasta el punto de ser considerada la Toledo de Aragón por la gran cantidad de edificios mudéjares que posee, producto de la amalgama arquitectónica de árabes y cristianos. Uno de los ejemplos más clásicos es su singular catedral de Santa María de la Huerta, no en vano denominada la Capilla Sixtina del Renacimiento español. En este templo encontramos desde manifestaciones góticas hasta barrocas y platerescas, pasando por esa magnífica muestra mudéjar que es el claustro, edificado en el siglo XVI.

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Posted by Fundación Tarazona Monumental on Monday, June 17, 2024

Es un leso pecado abandonar el templo sin vivir la experiencia del Kiborion, un mirador incomparable que se alza 24 metros por encima de la bóveda y que alberga un conjunto iconográfico único en las catedrales de Europa. El mismísimo Concilio de Trento ocultó su existencia.

El convento más antiguo de Tarazona lo construyeron los franciscanos en el siglo XIII. En su templo se encuentra una de las figuras religiosas más apreciadas de la ciudad, un Santo Cristo articulado con el que se escenifica el Santo Entierro. Cerca del mismo se halla la capilla de Nuestra Señora de la Piedad, donde el 11 de octubre de 1495 el fraile Francisco Jiménez de Cisneros fue consagrado como arzobispo de Toledo en presencia de los Reyes Católicos.

No hace falta cruzar el río que divide la ciudad para encontrarte a pocos metros con otro singular edificio, la Plaza de Toros Vieja, construida en 1790. Es difícil encontrar un coso taurino de las características de éste: no es de planta circular como los habituales, sino octogonal y en lugar de tendidos al uso tiene viviendas. Hoy es una barriada de casas iguales, con ventanas al interior y exterior, y cuatro túneles de acceso a un espacio muy apto para acontecimientos que precisen de una soberbia acústica.

Plenitud del mudéjar en la Catedral. Begoña E. Ocerin

La Judería   

La gran historia de Tarazona discurrió en la orilla opuesta del Queiles y está íntimamente ligada a la curiosa amalgama de culturas que convivieron en el macizo rocoso que me he prometido coronar a partir de la empinada calle Marrodán. A tan solo unos pasos de la orilla del río, a mi izquierda, encuentro el Arco de Santa Ana abierto entre casas de vecindad.

No siempre se llamó así ya que era uno de los accesos a la Judería Vieja, un barrio con su propia sinagoga y en el que llegaron a vivir unas 300 personas. La presencia de los judíos en este punto data, según algunas hipótesis, de la época romana y está comprobado que ya en el período visigodo, en los siglos VI y VII, ya acuñaban monedas de oro y atendían no sólo la demanda mercantil de la ciudad y de los núcleos rurales próximos, sino que intervenían en el comercio con Navarra, Castilla y el resto de Aragón reactivándolo.

Entrada al barrio de la Judería por el Arco de Santa Ana. Begoña E. Ocerin

 La actividad hebrea centraba su interés en la pañería y la peletería, así como en el tráfico de trigo y lana. Según los Fueros de Aragón, los judíos atendían las necesidades de agricultores y artesanos, incluyendo en ocasiones a clérigos y baja nobleza, así como a los concejos cristianos y aljamas mudéjares. Su área de influencia se extendía por Tarazona –que absorbió el 70% del capital–, Ágreda, Trasmoz, Vierlas, Novallas, Monteagudo, Malón y Grisel.

Bécquer interesado

Las callejuelas son estrechas, con muchas escaleras a las que dan ventanas con ropa tendida. A pesar de que se intentó borrar todo vestigio hebreo, aún quedan rastros de la época, como por ejemplo, las casas colgadas que tanto impresionaron a Gustavo Adolfo Bécquer.

El escritor sevillano, autor de las famosas Rimas, visitó Tarazona en diferentes ocasiones y sólo hace falta leer la quinta de sus Cartas desde mi celda, escrita en 1864, para comprender lo que supuso su encuentro con la ciudad. Bécquer solía sentarse en la antigua Plaza del Mercado para contemplar el ir y venir de sus gentes, su auténtica fuente de inspiración.

El Ayuntamiento era antiguamente la lonja. Begoña E. Ocerin

No era mal sitio, porque de frente tenía un magistral edificio que se levantó en el siglo XVI con apoyo en la muralla. Lo que fue lonja de mercado es hoy el Ayuntamiento de Tarazona, declarado Bien de Interés Cultural. Posee una fachada única en su género, en la que destacan unos frisos espectaculares que representan los momentos más destacados de la vida del emperador Carlos I y unos arquillos superiores de extraordinaria belleza.

Frente a la Casa Consistorial se alza el monumento al Cipocegato, un personaje cuyo origen está relacionado con los antiguos bufones, y que, vestido con traje y tocado arlequinado, sale a mediodía de cada 27 de agosto, para anunciar el comienzo de las fiestas patronales de San Atilano, declaradas de Interés Turístico Nacional. La particularidad de su recorrido es que lo hace en medio de una lluvia de tomates que le lanzan los miles de asistentes.

Un ramito de violetas

La iglesia de Santa María Magdalena es el único templo que conserva arquitectura románica y posee un gran tesoro artístico. Su torre, de 42 metros de altura, constituye el símbolo de la Tarazona mudéjar. Por su interior pasaron los visigodos y hasta los árabes, que lo utilizaron como mezquita. Aquí tuvo lugar la boda real de Alfonso VIII de Castilla con Leonor Plantagenet y sólo en este lugar se puede ver una impresionante tabla pintada por ambos lados en el siglo XVI que representa por una parte a la Inmaculada Concepción y por otra el Juicio Final.

En este templo fue bautizada Raquel Meller, una de las estrellas más grandes que ha tenido el mundo del espectáculo internacional, cine y teatro incluidos. Alguien ha fijado su retrato en una tapia próxima de la inmediata calle San Atilano, donde nació la estrella. También la partitura de La violetera, su emblemática canción que dio la vuelta al mundo. La delicadeza de su texto –“Como aves precursoras, de primavera…”–, le cautivó al mismísimo Charles Chaplin, quien la incluyó en su película Luces de la ciudad sin pedir permiso a su creador, el Maestro Padilla. Éste le demandó y ganó el juicio.

Me detengo ante la fachada de un viejo cenobio y leo: “Antiguo convento de la Merced siglo XVIII. Rehabilitado para Centro Musical de Tarazona a la memoria de Raquel Meller que nació en esta ciudad el 9-III-1888. Tarazona 9-III-1988”.

El tributo de Paco Martínez Soria

El actor Paco Martínez Soria fue también hijo de esta ciudad. Nacido en 1902 tuvo ocasión de rodar en ella una de sus películas más populares ¡Vaya par de gemelos!, basada en la obra teatral Guárdame el secreto, Lucas, de Dionisio Ramos. Originalmente la acción ocurría en Jaca, pero el director, Pedro Lazaga, cedió a las presiones del actor para rodarla en su pueblo, como así fue.

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La cámara lució la belleza de Tarazona mostrando barrios y edificios perfectamente identificables, como la torre mudéjar de la Magdalena, la plaza de la Cárcel Vieja, el Ayuntamiento… Pero también utilizó rincones de esta calle de San Atilano, como una tienda de ultramarinos que quedó convertida en la droguería Casa Mariana, donde se vendían botijos y on parle français. O el mismísimo Bar Turiaso, donde se jugaba al dominó.

Los pintxos del Travesía

En Tarazona siempre se ha comido bien. Ya en la época judaica era famoso su hamin, un potaje típico del sábado a base de garbanzos, verduras, hortalizas, huevos duros y carne de vaca o ternero. No lo busque hoy porque no lo encontrará, pero sí los productos de sus ricas huertas, muchas veces en forma de raciones para degustarlas en agradable compañía y servidos por gentes tan extraordinarias como Lucía Rubio y Javi Torres, del Travesía, el establecimiento que Yasmina tiene en pleno centro, en Juan Navarro 7.

Del variado menú de picoteo destaco las Alcachofas con foie y trufa, la Gloria de verduras, los Boletus con yema y la Trompetilla de la muerte con gambones. En realidad, toda la extensa carta es una delicia. Unas simples patatas frías con ali-oli te llegan a impresionar por su exquisito punto de sabor. Y los precios son muy ajustados. Añadan a esto el trato que se da en esta casa a los vascos, especialmente a los seguidores del Athletic Club de Bilbao porque aquí radica la Peña Athlética de Tarazona, lo que equivale a decir que todo el establecimiento rezuma Athletic: camisetas dedicadas por los jugadores, fotos del estadio de San Mamés, un pergamino acreditativo del honor… Y en la puerta, junto al nombre del establecimiento, una foto del equipo con Pichichi. Lo dicho, como en casa.