HEMOS asistido a esa clase de etapa que no deja un buen sabor de boca a nadie. Desde mi punto de vista existía el condicionante claro del recorrido. No había ningún tipo de dificultad y los corredores han obrado en consecuencia. Supongo que ha habido dos ciudades, Dax y Nogaro, que han pagado por estar en el Tour y tengo la impresión de que eso lo ha condicionado todo. No habría otra alternativa clara para unir el punto A con el punto B. Sin ningún escollo por delante que pudiera dificultar el trabajo de los equipos de los esprínters, era imposible que cualquier fuga llegara. Eso lo sabían de sobra todos. En caso de que hubiera habido alguna dificultad montañosa es posible otra clase de final, pero en un recorrido así era una quimera pensar en una fuga. A partir de ahí, no se puede negar que la etapa ha sido muy tediosa, pero el final ha sido peligroso. Suele pasar en días así. Se han dado las circunstancias idóneas. Por un lado, la carrera ha ido lenta. Todos han llegado con muchas fuerzas. Eso implica que son muchos los que consideran que tienen opciones. Por otro lado, meter el final en un circuito tiende a complicarlo todo. Se suele entrar muy rápido. Eso implica que exista mayor tensión y haya más caídas. Hay que aclarar que no porque una recta sea larga y ancha convierte la llegada en más fácil de gestionar. En cuando al esprint en sí, se ha demostrado que Philipsen es el más rápido. Sin embargo, no es menos cierto que cuenta con el mejor lanzador, Van der Poel. De hecho, Ewan ha esprintado de maravilla, pero le ha pegado el aire de cara durante 250 metros. Philipsen, resguardado tras Van der Poel, apenas se ha comido 150 metros. Esa ha sido la diferencia entre los dos en la meta. Philipsen le debe media victoria a Van der Poel. Que lo aproveche.

El autor es director deportivo del Grupo Eulen-Nuuk.