Banksy: cómo la justicia es capaz de hacer desaparecer la crítica sobre la justicia
Hace unas semanas apareció una nueva obra de Banksy en pleno corazón de Londres, concretamente en los muros de los Reales Tribunales de Justicia (The Royal Courts of Justice). La creación obviamente no pasó desapercibida y ocupó las portadas de varios diarios ingleses
Banksy es un artista callejero anónimo que ha hecho del espacio público su galería personal y del sarcasmo su lenguaje particular. Su última ocurrencia fue la representación de un juez golpeando a un manifestante con un mazo. La imagen es muy directa y provocadora. Evidencia no solamente la violencia institucional ilustrada a través de la sangre que brota del joven que se defiende del magistrado con su cartel, sino que cuestiona la forma en que la justicia, que debería ser imparcial, puede convertirse en un instrumento de represión.
La reacción de las autoridades londinenses fue casi instantánea. Cubrieron inmediatamente la pintura con plásticos negros y evitaron que cualquier curioso se acercara a ella colocando unas barreras metálicas. Posteriormente procedieron a su eliminación repintando el muro, silenciando con ello el mensaje. Las explicaciones oficiales esgrimidas giraron en torno a la protección del patrimonio histórico de un edificio que data de mediados del siglo XIX. Este argumento, pese a que posee fundamento legal, resulta simbólicamente perturbador. Lo que los tribunales han borrado no ha sido únicamente una pintura que utilizó unos viejos ladrillos como lienzo: lo que se ha pretendido eliminar ha sido el cuestionamiento público de las estructuras de poder que dicen ser garantes de nuestros derechos.
¿Y la libertad de expresión?
La eliminación de la pintura de Banksy es un acto de censura que lanza al mundo un doble mensaje. Por un lado, reafirma que las instituciones van a tratar de salvaguardar el orden normativo... y hasta estético. Y por otro, constata la indiscutible fragilidad de la libertad de expresión, especialmente cuando ésta incomoda al poder. Banksy, mejor que nadie, ha sido capaz de convertir una hosca pared, que con suerte habría recibido la micción de un chucho, en un espejo de lo que hoy en día es nuestro mundo. La respuesta gubernamental nos obliga a los ciudadanos a confrontar un escenario de tensión entre la autoridad y la justicia, entre la ley y la moral.
Este mural creado y desaparecido ya nos recuerda que la libertad de expresión no es un hecho garantizado, sino una lucha constante. Cuando la crítica se elimina se silencian también las voces que cuestionan el porqué de las cosas, las que demandan rendición de cuentas y una reflexión ética sobre el entorno en el que nos toca vivir.
Icono artístico
Esa pared que vuelve a estar vacía se ha convertido en un icono artístico y político. Lo que queda tras ese efímero mural es irónicamente un recordatorio de las cotas que puede alcanzar el poder, de la relevancia que tiene la crítica que no puede ser silenciada y de la responsabilidad colectiva por proteger esos espacios, incluidos los del mundo del arte como herramienta expresiva. En este sentido, la obra de Banksy es/fue algo más que una creación artística; es un acto de resistencia, un desafío a la normalización del uso del poder y un llamamiento a que la sociedad recuerde que cuestionar la justicia es un derecho y no un delito estético.
Borrar el mural de Banksy podrá ser legalmente defendible, pero moral y simbólicamente es una advertencia sobre los límites de la crítica en los espacios donde ésta debería florecer.