ALBARRACÍN , incluido entre los pueblos más bonitos del mundo por la guía de viajes Condé Nast Traveler, es la joya de la provincia de Teruel. Situada a 30 kilómetros de la capital, asentada en las alturas sobre roca y antaño gobernada por los árabes, cuenta con un bellísimo casco antiguo, una catedral espectacular, variada gastronomía y un entorno natural apto para el senderismo y la práctica deportiva.

Ciudad de origen medieval que debe su nombre a la invasión musulmana y a la familia bereber Banu Razín, su oficina de turismo la vende como “la ciudad más bonita” del Estado y ha sido propuesta por la Unesco para ser declarada Patrimonio de la Humanidad. Sus casas, situadas en las alturas y nacidas de la propia roca, están abrazadas por el río Guadalaviar –el Turia a partir de Teruel–, que forma un meandro que confiere a su ciudad y alcazaba el aspecto de un baluarte inexpugnable.

Ni El Cid pudo conquistar la ciudad, debido a las murallas de su castillo original, todavía visibles. El pueblo se erigió sobre un peñasco grandioso de forma triangular y sus restos, datados a partir del siglo X, llegaron a tener la consideración de Medina, la ciudadela donde residía el Señor. Además de las torres defensivas y los aljibes de abastecimiento de agua, destacan las excavaciones de varias viviendas que evocan lo que debió de ser una corte palacial de lujo y riqueza, baños, perfumes y fiestas sin fín.

Albarracín es una sorpresa continua. Los paseos entre sus casas colgantes de yeso y madera advierten de sus peculiaridades urbanísticas; da igual si es la mañana o el anochecer. Entre paletas de colores increíbles se pueden visitar la casa de los Lara o La Julianeta, la ruta del Guadalaviar entre antiguas norias y puentes colgantes, disfrutar de su naturaleza, de los pinares del Ródeno a sus cuevas, reponerse con sus famosos quesos o migas, y asombrarse de su monumental palacio episcopal o de la catedral. “Es el conjunto lo que le confiere su carácter tan único y especial”, advierten desde la oficina de turismo.