Idoya Zabalza, de 54 años y de Pamplona, casada y madre de dos hijos de 20 y 18 años, compagina su carrera profesional como arquitecta técnica con la dedicación compartida a su padre, Javier, de 82 años, afectado por un deterioro cognitivo equiparable al alzhéimer. Idoya forma parte de la llamada generación sándwich, que equilibra sus responsabilidades laborales con el cuidado de sus progenitores y la crianza de sus hijos e hijas.
Álvaro Cantera, de 47 años, es ingeniero mecánico y vive en Bilbao. Desde 2018, su vida gira en torno al cuidado de sus padres, con el apoyo de sus sobrinos y su hermano Rafa. Su padre, que tenía dependencia física, falleció hace un año. Su madre presenta actualmente demencia en grado leve. Con 83 años, es activa y vital, pero necesita ayuda diaria en las tareas cotidianas.
Las historias de Idoya y Álvaro son relatos de una responsabilidad escasamente reconocida, pero imprescindible para sostener una sociedad cada vez más envejecida: el cuidado no profesional de personas mayores, que, con frecuencia, asumen los familiares en la mediana edad y en plena etapa laboral activa.
La compañía farmacéutica Cinfa ha puesto el foco en la realidad de este colectivo para dotarlo de voz, reconocimiento y visibilidad. Con este propósito, el Observatorio Cinfa de los Cuidados ha obtenido a través de un estudio, avalado por la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, una radiografía de los cuidados y su impacto en las familias. “Queremos conocer a las personas cuidadoras, profundizar en su bienestar físico, mental y emocional y saber si se sienten reconocidas y apoyadas. Todo ello, con un enfoque inclusivo y desde la empatía, porque cada forma de cuidar es válida y todas deben ser respetadas”, asegura la Dra. Alicia López de Ocáriz, directora médica de Grupo Cinfa y presidenta del Observatorio.
Una tarea en familia
¿Cómo se asume el cuidado de los familiares mayores en la Comunidad Foral? En Navarra, el perfil de la persona cuidadora tiene de edad media 51 años y, en el 55% de los casos, es mujer y cuidadora principal. Casi ocho de cada diez compaginan este rol con su actividad profesional. La mitad afirma atender a familiares con algún grado de dependencia. Y el tiempo promedio atendiendo al familiar es de 3,9 años.
La corresponsabilidad caracteriza los cuidados en esta región: el 91,4% de las personas cuidadoras en Navarra comparte la tarea de atender a su familiar y siete de cada diez lo hacen con sus hermanos o hermanas. Como Idoya, que suma esfuerzos con su madre y su hermano, con quien se reparte las visitas y los fines de semana de atención a su padre. “Cada uno ha asumido un papel y lo vivimos con muchísimo amor”, resume.
Siete de cada diez personas cuidadoras en Navarra admiten haber tenido que restar tiempo a otras actividades. Así, la conciliación es el mayor reto de Idoya. “No hay tiempo material para todo: padres, hijos, trabajo, pareja. Tienes que dejar cosas que te gustan, pero también sale lo mejor de ti y de la familia”.
Ocho de cada diez personas cuidadoras navarras opinan que atender a un familiar mayor les ha cambiado el modo de ver la vida: casi cuatro de cada diez afirman valorar más el tiempo y las pequeñas cosas. En particular, Idoya afirma que pese al cansancio y la falta de tiempo, el cuidado la llena. “Ahora mismo, mi padre me despierta una ternura infinita. No lo vivo como una responsabilidad, sino como una forma de devolverle todo lo que él me dio”.
Mezcla de emociones
Álvaro Cantera forma parte del 22,1% de hombres que asume el rol de cuidador principal en la Comunidad Autónoma Vasca y, a sus 47 años, se acerca a la media de edad de la persona cuidadora en este territorio, 49 años, donde ocho de cada diez compatibilizan esta responsabilidad con su actividad profesional. El cuidado se extiende por un tiempo promedio de 3,5 años.
Desde que murió su padre, Álvaro está pendiente de su madre todo el día, también por las noches, lo que le llevó a hacerse autónomo para poder compaginar mejor su vida profesional de ingeniero con su día a día como cuidador. Como ocho de cada diez personas cuidadoras vascas, comparte la responsabilidad del cuidado con otros miembros de la familia. Él forma un equipo con sus sobrinos, de 28 y 25 años, que viven con ella. Y cuenta también con el apoyo de su hermano. “Nos organizamos bien”, sostiene.
Álvaro echa en falta los viajes, el pueblo, la moto y, sobre todo, pasar más tiempo con su gran apoyo emocional, su pareja, Leire; tiempo que, como él, también quitan para otras actividades casi ocho de cada diez personas cuidadoras en esta comunidad.
Álvaro convive a diario con el reto de cuidar y, a pesar de la exigencia y el cansancio derivado de la situación, resalta la satisfacción de cuidar de su madre y la tranquilidad de saber que está bien atendida; emociones positivas que predominan y que también aprecian cerca de la mitad de las personas cuidadoras encuestadas en la CAV.
Álvaro e Idoya ejemplifican los vínculos invisibles que unen generaciones y que entretejen el día a día de las familias en mil diversas formas de cuidado. “Cuidar forma parte de la vida, y me siento tranquilo sabiendo que los míos pueden contar conmigo”, subraya Álvaro. Para Idoya, es del amor de donde surge la fortaleza: “Los mejores tiempos que vivo ahora son con mi padre. Es el amor en estado puro”.