Comer pan a diario es un hábito muy común, especialmente en países mediterráneos, donde acompaña casi todas las comidas. Sin embargo, no todos los panes son iguales ni todos los efectos que tiene sobre el cuerpo son positivos. De hecho, si se abusa o se elige mal el tipo de pan, este alimento puede tener consecuencias negativas para la salud.

Los peligros del pan

El principal problema del consumo diario de pan radica en la calidad del producto y la cantidad ingerida. La mayoría de los panes industriales que se venden hoy en día están elaborados con harinas refinadas, azúcares añadidos, exceso de sal y grasas de baja calidad. Este tipo de pan, lejos de ser un alimento nutritivo, puede convertirse en un factor de riesgo para diversas enfermedades.

Uno de los efectos más evidentes es el aumento de peso. El pan blanco o refinado tiene un índice glucémico alto, lo que provoca picos de azúcar en sangre seguidos de una caída rápida. Esto genera hambre antes de tiempo y lleva a comer más cantidad de lo necesario. A largo plazo, este proceso puede favorecer la resistencia a la insulina y aumentar el riesgo de diabetes tipo 2.

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Además, el exceso de sodio presente en muchos panes comerciales puede contribuir a la hipertensión arterial y a la retención de líquidos, especialmente si se consume junto a embutidos o alimentos procesados. Otro punto a tener en cuenta es que algunos panes contienen aditivos y conservantes que, aunque aprobados, son innecesarios y algo a evitar en una dieta equilibrada.

Por último, las personas con sensibilidad al gluten o trastornos digestivos pueden experimentar molestias como hinchazón, gases o digestiones pesadas, sobre todo si el pan consumido no es de fermentación lenta ni de masa madre.

No todo es malo

A pesar de sus posibles riesgos, comer pan todos los días no tiene por qué ser perjudicial si se opta por versiones de buena calidad y se mantiene una cantidad moderada. El pan integral, elaborado con harinas de grano completo, conserva la fibra, las vitaminas y los minerales del trigo. Esa fibra mejora el tránsito intestinal, ayuda a controlar el colesterol y mantiene estables los niveles de glucosa.

Además, el pan integral es una fuente de energía saludable gracias a sus hidratos de carbono complejos, que se liberan lentamente y proporcionan sensación de saciedad durante más tiempo. Contiene también vitaminas del grupo B, hierro y magnesio, nutrientes esenciales para el metabolismo y el sistema nervioso.

La clave

Comer pan todos los días no es malo en sí mismo, pero sí puede serlo si se basa en panes industriales y se hace un consumo excesivo. La mejor opción es optar por panes integrales, de masa madre o de cereales enteros que conserven su fibra natural y estén elaborados con ingredientes de calidad.

Una o dos rebanadas al día, dentro de una dieta equilibrada, pueden aportar energía, saciedad y nutrientes esenciales sin poner en riesgo la salud. En cambio, abusar del pan blanco o ultraprocesado puede favorecer el sobrepeso y los desequilibrios metabólicos.

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El pan no es el enemigo: lo importante es elegir bien, moderar las cantidades y recordar que la salud depende del conjunto de lo que comemos, no de un solo alimento.