La llamada siesta corta de 20 minutos, también conocida como power nap (siesta de energía en castellano), se ha convertido en un fenómeno cada vez más estudiado. No se trata de dormir profundamente ni de recuperar las horas que faltan por la noche, sino de darle al cerebro un respiro breve para volver con más energía.
La ciencia explica que el cuerpo entra en fases ligeras de sueño que reactivan la concentración y la memoria sin dejar sensación de pesadez. En apenas un cuarto de hora y poco más, el cerebro se reorganiza y el estado de ánimo mejora.
¿Por qué justo 20 minutos?
El secreto está en la duración. Una siesta demasiado larga hace que caigamos en sueño profundo y aparezca la “resaca del sueño”, esa pesadez que cuesta quitarse de encima. Con 20 minutos ocurre lo contrario: el descanso es breve, ligero y nos devuelve a la actividad casi de inmediato.
Estudios de la NASA comprobaron que las siestas de entre 10 y 26 minutos mejoraban el rendimiento en más de un 30 % y la atención en más del 50 %. En otras palabras: cerrar los ojos un rato puede ser más eficaz que un café cargado.
Sus beneficios para la salud
Los beneficios de la power nap van mucho más allá de sentirse despierto. Está demostrado que ayuda a reducir el estrés, estabiliza la presión arterial y mejora el tiempo de reacción en tareas que exigen atención continua.
En el terreno mental, la siesta corta funciona como un reinicio natural: limpia la fatiga acumulada durante la mañana y prepara al cerebro para aprender o retener información nueva. Por eso se estudia cada vez más su papel en colegios, universidades e incluso en formación laboral.
¿Cuál es la mejor hora para hacerla?
El reloj también cuenta. La franja más recomendable es entre la una y las tres de la tarde, cuando los ritmos del cuerpo caen de forma natural y aparece el bajón después de comer. Dormir más tarde puede interferir con el sueño nocturno, así que conviene no retrasar demasiado la siesta. Lo ideal es buscar un lugar tranquilo, tumbarse o reclinar la silla y poner una alarma para no pasarse del tiempo.
¿Sirve para todo el mundo?
La respuesta es no. En personas con insomnio crónico o problemas para conciliar el sueño, estas siestas pueden empeorar la situación. Tampoco resultan muy útiles en quienes ya duermen bien sus siete u ocho horas de noche. En esos casos, la somnolencia diurna suele tener otras causas que conviene revisar.
Sin embargo, para estudiantes en época de exámenes, trabajadores a turnos o profesionales sometidos a gran presión, la siesta corta puede marcar la diferencia entre rendir a medio gas o estar en plena forma.
En algunos países como Japón, echarse una cabezada en público forma parte de la cultura laboral. Allí se llama inemuri y se entiende como un descanso breve que demuestra esfuerzo y dedicación. En Europa y Estados Unidos, empresas tecnológicas ya habilitan salas o cabinas de descanso para fomentar estas pausas.
Una siesta de 20 minutos no es un lujo, sino una herramienta sencilla para mejorar la memoria, la concentración y el bienestar diario. Dormir un poco a mitad de la jornada puede ser el empujón perfecto para rendir mejor y llegar al final del día con más energía.