Bilbao - La cocina de La Misericordia es su reino de este mundo, el territorio en el que Luis Mateo, Luisito para el día a día de la institución, ha templado toda su vida. No por nada llegó a la vieja Meca hace sesenta años largos, con siete a sus espaldas, y desde entonces se ha hecho una figura indispensable en ese paisaje. Eran otros tiempos, claro, en los que todavía se acogían a los niños expósitos. pero Luisito no ha cambiado un ápice: trabaja en la cocina a diario y vive en una de las habitaciones de la institución, donde se recrea con los Simpson en televisión. Es uno los espíritus alegres de la casa y la ejemplo vivo de lo que ha sido y es una institución que ha marcado a varias generaciones.

¿Conoció a sus padres?

-No. Puedo decir que mis padres han sido las Hijas de la Caridad. Recuerdo cuando aquí venían los niños, no solo los abandonados sino los alumnos. Han hecho mucho por la calle y por la gente más desfavorecida.

Me cuentan que fue uña y carne con Alejandro, el lotero...

-Fuimos amigos, sí. Coincidimos en algunos trabajos aquí dentro pero luego él salió a vender lotería y se hizo famoso. Pero me reí mucho con lo que me contaba. Era un buen hombre.

¿Hubiese querido algo así?

-¿La fama...? No, no. Mi vida está bien así, tranquila.

Le han visto encabezando las procesiones de la Hermandad de Begoña en Semana Santa...

-Es una promesa que hice y que no puedo revelar, pero sí. En los primeros años salía sin capirote, pero ahora ya voy como uno más.

¿Qué le admira del mundo que ve cuando sale de la institución?

-Han cambiado muchas cosas. Y hay un mundo moderno que me asombra: el nuevo San Mamés, que me gusta más que el viejo, el Guggenheim que todavía no conozco... Mucho, mucho.

¿Su sueño pendiente es...?

-Lo cumplí. Era viajar a Lourdes.

¿Vio milagros?

-No he visto un milagro pero creo en ellos. Me gusta ver la esperanza de la gente allí. Y el teatro, claro.

¿Cómo dice?

-Allí he interpretado varios papeles, de enfermera, de médico -me llamaban Doctor Mateo...-, de muchas otras cosas. Es bonito actuar para los demás, ayudarles. Y he conocido la bondad de la gente.

¿Qué personaje le ha causado admiración?

-Conocí al alcalde muerto, a Azkuna, y siempre me trató con respeto y cariño. Y al obispo de Bilbao, Mario Iceta. Le pedí que cambiase el oro de su anillo por la plata porque era demasiado ostentoso. Y me hizo caso.

¿Tiene la sensación de haberse perdido vida aquí, entregado a esta institución?

-No, ¿por qué? Los terceros domingos de cada mes voy a la Catedral de Santiago y me tomo algún que otro zurito. Incluso tuve una novia de la que mejor no hablar...

¿Las mujeres...?

-Ja, ja, ja. Lo importante son las personas, no el sexo del que sean. Hoy estoy soltero y sin compromiso, ja, ja, ja.

¿Qué aspira ha hacer cuando le llegue la jubilación?

-¿La jubiliación? Para qué la quiero. No quiero jubilarme. Soy feliz ayudando en lo que puedo.

sesenta años en la misericordia