CUENTA Sánchez cómo decidió que quería ser presidente del Gobierno. Fue en 2013. Año y medio después de quedarse fuera del Congreso. La exministra Cristina Narbona dejaba el cargo y le ofrecieron ocupar el escaño. “Íbamos hacia Huesca. Conducía mi mujer y yo cogí el teléfono. Y le dije a Begoña: “Si entro, que sea para montarla; si vuelvo, que sea para hacer algo grande”. Y a fe que lo ha cumplido. Superviviente político nato, llevaba ayer lunes –como ha hecho tantas veces– su manual de resistencia entre los dientes.

El rey de los golpes de efecto se ha convertido en un especialista en salir adelante cuando todos pronostican su debacle. Y eso que ha lanzado varios órdagos en los últimos diez años. A caballo entre 2013 y 2014, aquel diputado que había entrado en el Congreso por una carambola decidió disputar el liderazgo del partido. Y en julio de 2014, el Ave Fénix renació bajo las cenizas de Madina con sonrisa Profiden y camisa blanca inmaculada.

Dos años más tarde, en 2016, el repetido no es no, es decir la negativa a que su partido se abstuviera para facilitar la reelección de Mariano Rajoy, le sumió en uno de sus episodios más oscuros. Los malos resultados electorales derivaron en el tenso Comité Federal en el que la cúpula socialista se fracturó, las cuchilladas de sus compañeros de partido volaron todas en la misma dirección, la suya, y una gestora optó por la abstención. Fue entonces cuando decidió entregar su acta de diputado.

Pero solo ocho meses más tarde volvería a Ferraz. Porque puso a rodar aquel mítico Peugeot 407 en el que se hizo miles y miles de kilómetros para recabar apoyos y rescatar la secretaría general. Como un militante de base, se subió a su coche con unos fieles escuderos como Adriana Lastra, José Luis Ábalos, a los que luego daría la espalda.

En mayo de 2017 y, cuando todos volvían a darle por amortizado, tumbó en unas segundas primarias a Susana Díaz, y a un Patxi López enfurruñado con el líder. El sanchismo no había hecho más que empezar. Fue en 2018 cuando se hizo con el poder gracias a una moción de censura, la única que ha prosperado en España, apalizando a un Mariano Rajoy acorralado por la corrupción. Solo durante un año logró gobernar en solitario.

Se coaligó con Podemos después de decir que no dormiría tranquilo. Jesús Hellín / Europa Press

En noviembre de 2019, y tras unos insuficientes resultados en las generales (repetición de las de abril), Sánchez pactó con Pablo Iglesias, el líder de Podemos, para configurar el primer Gobierno de coalición desde la Segunda República. En poco más de 24 horas conseguía algo que no había sido posible en cinco meses. Y reculaba de este modo de una de sus frases más icónicas. “No dormiría por la noche (si gobernara con Podemos)”, fue una de sus respuestas más recordadas sobre su coalición con los morados. Los bandazos del líder socialista –es célebre su cambio de opinión sobre el Sahara– seguían su curso porque previamente decidió no pactar con Albert Rivera, después de mostrar una clara sintonía con el líder de Ciudadanos.

No mirar atrás

Salía de nuevo airoso y eso que, en cuanto ganó las elecciones, Pedro Sánchez se topó con una pandemia que generó el peor tsunami sanitario de la historia. Después aparecieron los desastres naturales. Erupcionó un volcán, cayeron nevadas históricas como Filomena... Llegó una guerra (la de Ucrania) y así una sucesión de crisis inéditas que dieron la vuelta a la legislatura como un calcetín.

Él resistía y se reponía mes a mes aunque por el camino tuviera que abandonar a algunos fieles acólitos. Porque en julio de 2021, tras la peor fase de la pandemia, Sánchez llevó a cabo una drástica remodelación de su Gobierno con esa máxima suya de no mirar atrás ni para coger impulso. De su equipo salió un gran grupo de aquellos que le acompañaron desde su caída como secretario general en 2016. José Luis Ábalos y Carmen Calvo dejaron de ser ministros, Adriana Lastra abandonó la dirección socialista e Iván Redondo desapareció del gabinete.

En esa época, Sánchez volvió a desdecirse y Catalunya marcó totalmente su agenda al conceder el indulto parcial a Oriol Junqueras, y el resto de los condenados que no secundaron a Puigdemont en su rebelión contra el Tribunal Supremo.

Émulo de Houdini

Sin embargo, cuando ya se creía que eran imposibles más juegos de ilusionismo, el mago Sánchez-Houdini dejó a todos con la boca abierta cuando en mayo de 2023 convocó un adelanto electoral por sorpresa. Al día siguiente del 28-M, donde el PP ganó por goleada en la mayoría de comunidades, tomó otra decisión drástica que tornaría en jugada magistral.

En un nuevo número de magia, en noviembre de 2023, cuando la investidura solo salía pactando con Junts y ERC, volvió a dar otro cambio de rumbo. Ya lo había hecho con Bildu cuando aseguró que con ellos no iba a “pactar nada” y que no permitiría que la gobernabilidad del Estado recayera sobre los independentistas. Por eso ayer lunes, cuando todo el mundo creía que cogía la puerta de Moncloa, sorprendió de nuevo y la peli romántica de suspense se convirtió en un blockbuster de manual.