hOY a las 11.00 horas se cumplirán ochenta años del primer bombardeo que sufrió Durango. Aconteció seis meses antes que los tan recordados del 31 de marzo de 1937 y 1, 2 y 4 de abril. El que hoy nos ocupa es poco conocido y, si acaso, silenciado, a pesar de las consecuencias que tuvo.
Unos aviones fascistas arrojaron unas bombas a mano sobre unos milicianos que descansaban en el frontón de Ezkurdi. Esta acción llevó a que los republicanos de la villa decidieran sacar de la cárcel local a varios presos y los condujeran al cementerio de la localidad y los fusilaran. Una fotografía tomada en el franquismo -publicada en esta página- que recreaba este acto se ha convertido, paradójicamente y de forma errónea, en símbolo antifascista.
Según investigaciones realizadas por el historiador iurretarra Jon Irazabal Agirre, el 25 de septiembre de 1936, iniciada la guerra civil dos meses antes, hacia las 11.00 horas, las villas de Durango y también Bilbao fueron bombardeadas. Procedentes de Gasteiz, aviones afines a los sublevados contra la democracia legítima de la Segunda República arrojaron cuatro bombas. Una de ellas cayó sobre el frontón descubierto de Ezkurdi.
“En este lugar se hallaban descansando y jugando a pelota un grupo de milicianos y refugiados huidos de Gipuzkoa”, aporta Irazabal. El artefacto fascista alcanzó la pared lateral del frontón, atravesó el muro y estalló entre los presentes. Causó, según sus investigaciones, “un total de 12 muertos y gran número de heridos”.
Otra de los proyectiles fue a detonarse en la huerta del conocido médico local Marcos Unamunzaga, y dos más en la estación del ferrocarril. Los fallecidos fueron varones con edades comprendidas entre los 18 y los 32 años. “Eran mayoritariamente guipuzcoanos. Ningún durangués figura entre las víctimas”, concluye Irazabal, de Gerediaga Elkartea.
A continuación, un grupo de milicianos -posiblemente el Batallón Rusia de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU)-, a modo de respuesta al ataque, se apresuró en ir al calabozo local -edificio hoy de Telefónica-, redujo a los alguaciles y, con camino por las calles de la villa, condujo a 22 presos hacia el camposanto local para fusilarlos junto a la capilla del cementerio y sin previo juicio. Ellos alegaban que eran afines a los sublevados. Al parecer, los fusilaron junto a una capilla, “sin juicio previo que denote alguna culpabilidad y que sea merecedora de la pena de muerte”.
El mismo 25 de septiembre, otro bombardero causó también víctimas en Bilbao. Lo narra Jon Irazabal en su último libro La Guerra Civil en el Duranguesado (1936-1937): “Según unas fuentes, se produjeron 72 muertos y 648 heridos, y según otras informaciones, 126 muertos y 300 heridos. Personas civiles y milicianas en venganza por estos bombardeos y las muertes causadas por los mismos asaltaron los barcos prisión Altuna-Mendi y Cabo Quilates, fondeados frente a Altos Hornos”. En el asalto, fueron asesinados 29 y 41 prisioneros respectivamente.
Ocho décadas después, la foto citada aquí de la recreación franquista del fusilamiento de Durango ha trascendido en todo el Estado como símbolo antifascista. La utilizan, de forma errónea, diferentes siglas republicanas para dar a conocer cómo los fascistas fusilaban a los milicianos, gudaris o civiles.
El investigador agrega que “no conformes con estos fusilamientos, trataron de detener y fusilar a otros derechistas de Durango. Advertidos de estas intenciones, miembros del PNV y de STV alertaron y ocultaron a diversos tradicionalistas hasta la liberación”.
Entonces, el Gobierno vasco nombró a Julio Jáuregui como juez especial para decidir sobre estas muertes extrajudiciales. El magistrado dictó en marzo de 1937 un auto de procesamiento contra 61 personas, muchas de ellas milicianos, pero el juicio no se celebró nunca al impedirlo el desarrollo de la guerra. “En la posguerra, diversos durangueses (Juan Eskubi, Luciano Iturrieta, etc.) fueron encarcelados, y algunos de ellos fusilados, en venganza por estos fusilamientos. La paradoja es que algunos ejecutados intervinieron ocultando a los carlistas que estaban en peligro de ser asesinados”, subraya Irazabal.
Reconstrucción
Testigos aún con vida de aquel fusilamiento aseguran que a los niños -como ellos eran entonces- no se les dejó entrar al camposanto de Durango ese día. Estos testimonios llevan a pensar que esta fotografía sea una reconstrucción de los hechos por parte de los franquistas en recuerdo a sus muertos.
Quien sí pudo acceder a este fusilamiento o recreación fue el fotógrafo Germán Zorraquín, El viejo, hijo de Mauricio Zorraquín, amigo íntimo de Sabino Arana. El hijo, nacionalista vasco, se casó en segundas nupcias con una carlista, Berta Belacortu, y “cambió de bando”.