CIEN días después del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca todo ha cambiado, pero después del susto el planeta sigue girando y da la engañosa impresión de que todo sigue igual. Es incuestionable el impacto que las agresivas políticas sociales, económicas y administrativas del líder estadounidense han convulsionado todo el panorama global y también –y esto pasa más desapercibido cuando se observa desde la distancia– el interno de su país. La ruptura de las reglas que constriñen su voluntad a un equilibrio con otros agentes ha alcanzado todos los aspectos. Su estrategia ha sido la de dar una patada a la mesa de las relaciones diplomáticas, los derechos y libertades, el sistema de libre comercio y los compromisos internacionales. Por esa vía ha intentado –y conseguido inicialmente– eliminar trabas a la ley del más fuerte. Con la primera economía del mundo y el primer ejército en sus manos, ha reforzado su convicción de que el más fuerte debe imponer su voluntad. Pero esa estrategia de presionar y someter es un tratamiento de choque que en estos primeros cien días también ha mostrado limitaciones, de modo que tendrá que administrarlo con más tiento en adelante. Su extemporánea agresividad se ha convertido en un factor desestabilizador para sus propios intereses y los de aliados poderosos. El impacto de sus decisiones ha costado mucho dinero a los inversores, ha contraído su economía, pasa factura al sistema público estadounidense, cuyo desmantelamiento súbito impactará en amplios sectores de la población, y ha puesto en alerta al Poder Judicial por su unilateralidad anticonstitucional. El resultado es que las últimas semanas de estos tres meses largos se han caracterizado por el intento de desactivar crisis provocadas por sus decisiones, especialmente las arancelarias. En ese sentido, la marcha atrás ha dado sus primeros pasos –congelación y reducción de tasas anunciadas a bombo y platillo, reconducción del diálogo con Europa y China...–. El ecosistema económico le está reconduciendo desde su imperiosa necesidad de estabilidad. Más difícil y doloroso va a ser el efecto de su sectarismo social –negación de derechos a migrantes, minorías y desequilibrios de género– de la arrogancia geoestratégica o el negacionismo climático. El descuento de días va a hacerse muy largo.
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