En casa del herrero, cuchillo de palo, y en casa de la periodista, radio sin pilas. Bueno, en honor a la verdad, radio con pilas caducadas. Calculo que puestas en la década de los 90, es decir, con su reguero de líquidos tóxicos corroyendo las espirales metálicas a sus anchas.

El descubrimiento lo hice el lunes, gracias al apagón, y a día de hoy, confieso, el aparato sigue en la encimera de la cocina, junto a cuatro paquetes de velas, una linterna, un mechero y un cirio con olor a vainilla –que es un plus– requisado a la innombrable. Lo que vendría a ser un kit de supervivencia en construcción. Qué quieren, se perdieron quince gigavatios en cinco segundos y a algunos nos costó recuperar las conexiones neuronales. Las mías se fundieron a negro cuando me di cuenta de que no funcionaban ni el rúter, ni el móvil, ni el teléfono fijo, ni la lavadora, ni la luz y, además, no había llave que solucionara el entuerto en el diferencial.

Los últimos whatsapps recibidos terminaron por cortocircuitarme: “Se ha ido la luz en España”. “También en Portugal”. “Y en Francia”. ¿Pero qué me estáis contando? Y una, con su instinto de superviviente atolondrada, salió a comprar agua y latas de legumbres para un confinamiento, previo corralito a la hucha del crío. Me pregunto qué habría pasado si los gigavatios se llegan a extraviar ayer, día de partido. Pienso en los tiradores de cerveza sin gota y me río yo de los ciberataques. arodriguez@deia.eus