markina-xemein. Félix Espilla Urizarbarrena (19-II-1962) abandona hoy la cesta profesional. Más de tres décadas en las canchas alumbran a un deportistas cercano y que no ha perdido en ningún momento la perspectiva. El berriatuarra califica de "rápidos" estos años, pero en el reflejo de sus ojos se intuye la sabiduría y el saber estar de quien ha crecido a lomos de un frontón.

¡Cómo pasa el tiempo! ¿Qué ve usted cuando mira hacia atrás?

¡Que el tiempo ha pasado muy rápido! Con dieciséis años llegué a Estados Unidos y ya son 32 jugando a pelota. Eso significa que hemos tenido unos años buenos, hemos vivido de la pelota, con los amigos... Han pasado rápido porque lo hemos disfrutado.

¿Cómo fueron sus inicios en la cesta punta?

Yo empecé muy tarde, con quince años. Aquí los chavales se inician antes, con ocho o nueve. Vivía en Berriatua y no veía cesta. Iba a la escuela, mi padre tenía una empresa de piensos, y le ayudaba a ganar dinero. Eso era lo primero. Con ocho años ya iba al puerto a quitarle la cabeza a las anchoas. Además, tenía un almacén y tocaba repartir los sacos. Cuando ya acabé los estudios, había que trabajar en casa. Él tenía dos camiones y yo con trece años ya conducía uno, sin carné ni nada.

No paraba quieto...

Sí. También jugaba a paleta mucho, no paraba. Correr, jugar... Con paleta jugaba contra dos o tres. La gente nos decía: "Dale al crío a cesta". Y es que era la época de América, donde todo era grande. Mi padre decía: "No, no, no..." Él pensaba que si yo me iba, nadie le iba a ayudar. Le insistieron tanto que vinimos a Markina y empecé con unos de Ondarroa, que justo estaban comenzando. Fui prosperando con Andrés Jauregi. Y, de repente, a Estados Unidos en 1978.

¿Cómo fue aquella noticia?

Yo tengo problemas de nariz, ya que cuando tenía cinco años me atropelló un coche. Mejor dicho, le pegué yo y no puedo respirar por la nariz. El caso es que fuimos a Lekeitio a ver a un médico y ya había llegado una carta. Fuimos a ver al doctor Jauregi, mi madre y yo. Sacó la carta del intendente de West Palm Beach. Entonces dijo: "Creo que tu hijo va a ir a América". Mi madre se puso a llorar.

Y su padre, ¿cómo se lo tomó?

El aita se lo tomó con pena. Mi padre tiene mucho carácter, es serio. También lo hizo con alegría, pero no sabía qué trayectoria iba a tener, porque no llegaba la información hasta aquí. Tenía esa duda. Hasta que no lo vio, no creyó que podía conseguir vivir de esto.

Y usted, encantado por marchar.

Por una parte me alegré y por otra sentí tristeza. Tristeza porque me tenía que ir de casa, pero alegría porque ir a jugar a Estados Unidos a pelota era la leche.

Un cambio impresionante.

Era otro mundo. Salir de Berriatua, un pueblo de 1.000 habitantes, donde no había ni ascensores, y llegas a América, donde había ascensores, coches grandes, centro comerciales... Todo a lo grande. Pero bueno, como todo, conocíamos a mucha gente de aquí y hacíamos mucha vida juntos. Comíamos, jugábamos, salíamos de juerga... Todo juntos. Los pelotaris siempre que están solteros son como una tribu, siempre juntos. Y si pasa algo, vamos todos a ayudar.

¿Cómo era su vida allí?

Vivíamos con la cultura del ahorro. Ahorrar allí, para gastar aquí. Luego venías aquí de juerga y lo gastabas todo. Tenías que conseguir almacenar lo máximo, porque nunca sabes lo que vas a durar.

Y sin saber una pizca de inglés...

No tenía ni idea de decir nada ni de pronunciar nada. En la escuela dimos francés y poco. Allí cuando fuimos nos dieron unas lecciones básicas, que gracias era thank you y cosas así. Venía uno y le decías thank you y al otro you´re welcome. Después estábamos con la gente que trabajaba en el frontón, que salían con nosotros y nos ayudaban. Venían igual 400 y es que los pelotaris allí eran como los futbolistas aquí ahora. Empezábamos a preguntar y alternar y así nos apañábamos

La escuela de la calle.

La gente que te conocía venía siempre a decir algo. Si venían hablando en inglés, tu le decías a todo: Yes, yes, yes... Si ponían mala cara: No, no, no... (risas) con los años aprendimos un poquito y nos defendimos.

Era la época dorada de los frontones de Estados Unidos. ¿Toda una experiencia?

En aquella época los frontones se llenaban. 7.000 u 8.000 personas en el frontón. Era increíble. La gente adoraba a los puntistas.

¿Durante cuánto tiempo jugó en Estados Unidos?

Desde el 78 hasta el 92. En el 91 estuve 4 meses, vine aquí el verano y me decanté por quedarme. Después hice temporadas en Dania. Cuando nació mi hija mayor ya me quedé definitivamente. Mi mujer encontró trabajo de andereño y ya llevamos desde el 99 ininterrumpidamente aquí.

Llegó muy joven al frontón de New Port, ¿cómo ha evolucionado Félix desde entonces?

Vas con una mentalidad de crío. Llegas y sólo quieres jugar. Cuando vas creciendo te vuelves avaricioso: quieres ganar. Eso es lo que quiero transmitir a los jóvenes. Siempre tener mentalidad ganadora, querer ganar, pero para conseguirlo también hay que saber perder, porque todos los que han ganado mucho, normalmente siempre han perdido mucho. Hay que tratar de ser ganador nato, eso lo nota el público. Sin desplantes al rival. Todo el partido a tope, así, en el resto de los apartados, también vas a estar a nivel importante. La intensidad tiene que continuar siempre en todos los aspectos.

¿Se basa en eso su conexión con el público?

También hay que ser sincero en la cancha, con el público, porque cuando lo ve siempre te apoya. Habré perdido muchos partidos, pero te dicen: has luchado, has seguido... Incluso cuando hay gente que ha perdido dinero apostando por ti. El deportista tiene que demostrar desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre que es el mejor. Importa mucho el día a día.

Todas esas cualidades, además, se resaltan fuera del frontón.

Sí, y luego aparte, lo que resalta en la cancha, aparece muchas veces fuera de ella. Lo que se es dentro, se es fuera. Yo creo que desde joven tiene que empezar un poco la disciplina. Yo siempre me acuerdo de mi padre, que me decía que hiciera caso al que me enseñaba. Me decían: "Tienes que mirar para arriba para echar así", y yo miraba para arriba. A veces de chaval decía: "¿Tú me vas a decir a mí lo que tengo que hacer?". Muchas veces existe esa falta de disciplina o de respeto que se tiene al que te está enseñando. Antes había una disciplina terrible y, si no hacías caso, mi padre así me dijo: "Mira, como yo me entere de que tú no te esfuerzas, ahí está el trabajo y se acaba la cesta". Y ahí estamos, en lo que decía, lo que enseñaba y lo que te ha costado; porque bastante cuesta llegar para que luego dejes mala imagen.

¿Tanta importancia da a la imagen que tiene que ver el aficionado?

Sobre todo, tienes que dejar una imagen buena, de todo lo que has luchado para estar donde has estado, entonces tienes que intentar hacerlo o mejor posible y lo que te permita el cuerpo para que la gente te aprecie.

Y la disciplina, ¿fue tan importante para usted?

Bueno, no fue solamente la disciplina, porque al que no tiene no le puedes dar, como en todos los deportes. También es en balde porsque, aunque tenga disciplina, si yo no tengo las cualidades que son necesarias para estar en un nivel grande, pues lleguaré nunca. Lo que creo es que si tienes una disciplina, aunque estés ahí abajo, poco a poco se va llegando más arriba.

¿En qué consiste?

En ir aprendiendo. Querer aprender. Querer demostrar, querer ganar. Disfrutar, disfrutar de lo que estás haciendo, de que la gente diga: "Si señor", que eso te agrade, porque dices: "Coño, me han visto bien". Eso es bueno.

Habrá sido una parte importante de la fuerza que le ha movido.

Pues sí, la fuerza de voluntad y el apoyo del público, porque también el público y los familiares me dicen todavía: "¿Cómo te vas a retirar? No te retires" Y mucha gente. Y eso te anima. A mí todavía me da un cosquilleo y pienso: "Joe, la gente me ve bien todavía". Algún día tenía que ser y este año va a ser ya el último. Y luego, pues bueno, entrenaremos, seguiremos ahí, iré a los partidos y tal, pero todo de manera aficionada.

¿Fue una decisión dura colgar la cesta?

Sí, muy dura, porque después de un montón de años de jugar a la pelota y disfrutar de ello, de estar en un montón de torneos y de hacer amigos, es una decisión fuerte, porque todavía estoy disfrutando en el frontón y estoy bien. Dejarlo de repente es un poco difícil, pero, por una parte, estoy contento porque lo voy a dejar en un buen momento, en vez de alejarme de la cancha para que la gente diga: "Deja de jugar porque estás arrastrándote", eso no lo quiero oír.

Y se retira con una Cesta de Oro y una final del Parejas que se vio truncada por una lesión. ¿Podría haber aguantado más?

Ya, pero no quiero arrastrarme. Eso sí que les he dicho a muchos amigos. Les he dicho: "Mira, tú el día que me veas mal, no porque me veas mal un partido, sino porque me veas mal de verdad, dímelo", porque muchas veces el que está dentro de la cancha no se da cuenta de que está mal. Tú estás jugando y piensas que estás bien y al fin y al cabo es el público el que se da cuenta y dice: "Si éste está a rastras". Hasta ahora siempre me han dicho: "No, no, tú sigue porque estás muy bien, lo estás haciendo bien, se te nota que estás bien físicamente", y es un apoyo moral muy grande para mí.

¿Quién fue su ídolo?

Hasta los quince años no recuerdo haber visto nunca cesta. Cuando venía a Markina veía a Txurruka y recuerdo que me decían que me fijara bien en él y cómo se colocaba y qué movimientos hacía. Más tarde, también me fijé en estrellas como Txikito de Bolibar o Katxin Uriarte...

¿Qué recuerdos le quedan?

Muchos, pero recuerdo bastante la huelga. Tenía más tiempo, trabajábamos bajo cuerda, salíamos a pescar, a cazar. Lo malo fue que se alargó, a la gente le daba igual que les metieran en la cárcel o que les deportaran fuera del país. También los años allí bien joven, ganar campeonatos, disfrutar con los amigos....

Ha ganado mucho, pero también habrá perdido muchos partidos.

Nunca hay que pensar: "no puedo". Todos los deportistas de élite saben sufrir. Cuando daba ventajas, me decían: "Este partido no puedes ganar". Muchas veces pueden decirte que no puedes, pero si lo intentas lo consigues. Hay que ganar cómo sea y luchar cómo sea.

¿Cómo espera el festival de despedida?

No estoy pensándolo, quizá el día que llegue me dé un bajón. Supongo que me pondré muy nervioso. Ya son 32 años jugando y todavía siento la tensión, que no se va porque quieres ganar. Muchas veces antes de jugar voy al baño a vomitar. Sobre todo en partidos importantes, pero me tranquilizo jugando. Cuando salto a la cancha se me van los nervios que tengo en el vestuario.

A partir de mañana, ¿a qué se dedicará Félix?

Estaré ligado a mi empresa de perforaciones y, cuando no haya trabajo, habrá que estar en casa con mi mujer, mis hijas... Me gusta cocinar y hacer las labores de casa. Por rutina, si puedo, cocino siempre. Así, los fines de semana podremos movernos e ir de un lugar a otro, que a mi mujer no le gusta nada quedarse parada.

¿Y la cesta punta?

Seguiré ligado como espectador.