Europa sabe cómo jugar la Ryder Cup y por eso se le ha llevado por segunda vez consecutiva y tercera en las últimas cuatro ediciones. Es también la tercera ocasión en la que el equipo continental gana fuera de casa en este siglo y la quinta desde que en 1979 el torneo se abrió a jugadores de fuera de las islas británicas. La última victoria visitante de Estados Unidos data de 1993 en The Belfry. El balance en estos años es de catorce triunfos de Europa y nueve de los estadounidenses, que son solo seis si se excluyen los triunfos consecutivos de 1979, 1981 y 1983 cuando Europa, en su idea actual, aún no le había cogido el truco al evento.
Ahora las cosas han cambiado y los jugadores europeos han hecho de la Ryder Cup uno de sus principales objetivos cada dos años, sea cual sea su procedencia, la sienten como propia y los resultados respaldan esa mentalidad. No hay otro secreto que formar equipo y comportarse como tal, no solo en los tres días que dura el torneo. Por ejemplo, once de los doce jugadores europeos que han ganado este año ya lo hicieron en Roma hace dos años y en el grupo del capitán Luke Donald y los cinco vicecapitanes, todos con mucho conocimiento de los entresijos de la Ryder, solo había un cambio. Por el contrario, en Estados Unidos había seis jugadores diferentes y solo repetía uno entre los responsables técnicos. Esa sensación de improvisar, de dejar todo en manos de la bandera y el orgullo acaba penalizando a los estadounidenses y se refleja en unos datos apabullantes: en las dos últimas ediciones, la ventaja de Europa en los partidos por parejas ha sido de 22-10; en los individuales, Estados Unidos se han impuesto por 14 y medio a 9 y medio.
Al margen de otros factores que pueden desequilibrar la balanza como la preparación del campo, la influencia del público o los estados de forma de cada jugador, es en los foursomes y fourballs donde Europa está marcando la diferencia a partir del uso de los datos y la estadística avanzada. Luke Donald ha depositado su confianza en Edoardo Molinari, que analiza todos los aspectos del juego para formar las parejas más potentes, que no necesariamente deben incluir a los mejores jugadores según el ranking. Se trata de mezclar bien, de aprovechar las virtudes de cada uno. Es el viernes y el sábado, si no antes, cuando tiene que notarse la mano del capitán porque el domingo no hay que tomar más decisiones que colocar a los doce jugadores con inteligencia en los duelos individuales.
Donals se guardó en Bethpage Black a Shane Lowry y Tyrrell Hatton para los últimos partidos porque esperaba esa furibunda reacción de los estadounidenses y también le salió bien. El irlandés y el inglés, dos tipos que no se asustan, no han perdido ningún partido en esta Ryder Cup y sumaron punto y medio en ese tramo final de la jornada para asegurar la victoria cuando los anfitriones ya veían de cerca la hazaña y a los europeos se les había puesto el susto en la cara.
Rahm, un pilar
Dentro de dos años, la Ryder Cup recalará en Irlanda, en Adare Manor, y no sería raro que la mayoría del equipo europeo repitiera. Desde luego, Jon Rahm estará entre ellos si la división en el golf mundial no complica las elecciones. El de Barrika fue de más a menos en Nueva York con tres primeras sesiones excelsas y dos, sobre todo la del domingo, por debajo de su nivel. Pero Rahm acumula ya tres Ryder Cup en su palmarés y diez puntos y medio en diecisiete partidos disputados, lo que coloca su porcentaje entre los mejores de la historia de Europa con al menos diez duelos. Su puesto como uno de los líderes del equipo no está en entredicho, pero él quiso dar todo el mérito al capitán: “Luke ha puesto el listón muy alto. Lo que ha hecho durante estos cuatro años es absolutamente asombroso. Ha sido tan profesional, tan dedicado, tan increíblemente meticuloso, tan bien organizado y haciendo todo lo necesario, y por eso han visto las dos actuaciones que hemos visto de nosotros. Es el capitán del barco y nos ha guiado por el buen camino. Lo único que nos queda por decir, creo, es que nos quedan dos años más”.