bilbao. La caricatura del Pato Donald campaba entonces por los circuitos del mundo, como mascota de un Barry Sheene ídolo de masas que apuraba sus cigarrillos con el casco puesto y ya sobre la parrilla de salida de las carreras. Tiempos románticos, incluso precarios, pero en los que era más fácil encontrar compañerismo en box ajeno. Se trataba del primer gran premio que se celebraba en el circuito italiano de Mugello. Hace 35 años; 1976 en el calendario, año en el que a la postre el piloto londinense ganaría el primero de sus dos títulos mundiales en 500. Época en la que, como recuerda el expiloto y periodista Denis Noyes, "un adelantamiento no significaba nada". Ahora, sin embargo, "un piloto llega a preparar durante toda una carrera un adelantamiento que definirá o no su objetivo". Aquel día, Sheene protagonizó uno de los finales más ajustados de la historia -el más apretado fue en el Gran Premio de la República Checa de 1996, cuando Crivillé doblegó a Doohan por dos milésimas-, después de batir a Phil Read por la diferencia de una décima.

¿Qué es una décima? Medio suspiro. Un guiño. Una letra. Cosas intrascendentes precisamente por el tiempo en que se suceden; también lo es todo y concretamente por eso mismo. Es un metro tomado con regla. Un kilómetro por hora. Es gloria o es decepción. A Efrén Vázquez, con Isidoro a bordo de su casco, detalles atemporales, que no cambian como lo hace el tiempo, la dichosa décima le bajó de un cajón del Gran Premio de Italia de 125 sobre el que se aupó Maverick Viñales; a Nico Terol, sin embargo, como a Sheene, le dio la victoria sobre Johann Zarco. Maldita o bienvenida, una décima decanta un fin de semana de horas sobre la moto. Fe de la igualdad entre los mejores. Cosas que no cambian.

La primera vuelta pudo ser la última para el de Rekalde. El temeroso Faubel tocó el tren delantero de la Derbi de Efrén y este libró la caída con susto. Pero no esquivó el despeñamiento por la clasificación. Se fue hasta la octava plaza. Una acción que determinaría su lucha por el tercer pedestal. Sin mayores opciones, maniatado, porque Terol y Zarco no dieron coartada. "No he podido reaccionar, han roto la carrera nada más arrancar", confesaba el bilbaino, que, además, acusó no contar con un misil como el de 2010, que registró el récord histórico de velocidad punta en Mugello con 244 kilómetros por hora; ayer se quedó varado en los 230.

Un giro al coloso que es santuario de Rossi fue suficiente para que Efrén se asentara en la cuarta posición, la trinchera desde la que trazaría la estrategia para el "adelantamiento" del que versaba Noyes. "Toda una carrera para definir un objetivo": el podio. "Podemos y debemos pelear por él hasta el final", anticipaba el bilbaino del Ajo Motorsport antes de la prueba. El resultado "incontestable" que le confirmara como uno de los más veloces del octavo de litro.

Viñales, tercero, abría el grupo que buscaba la conexión con los exiliados Terol y Zarco. El francés rodaba en cabeza por antojo del alcoyano. "Nos hemos estorbado, si no, les hubiéramos cogido", diría a la postre el joven de 16 años, la sensación del Mundial con el perdón de Terol, que tiraba de Efrén, Salom y Faubel. Aunque lo cierto es que tanto Zarco -1.57,783- como Terol -1.57,816- hicieron submarinismo en el tiempo que era récord de la pista -en posesión de Bradley Smith desde 2008, con 1:58,009-.

terol no se complica El líder del Campeonato, recién operado del dedo meñique de su mano derecha, jugaba con el galo con la picardía que el maestro emplea con el aprendiz. No abría gas a fondo en la recta de meta para agotar a Zarco y no mostrarle su mayor baza, la potencia de su Aprilia. "Esta es la victoria que más me sabe", juzgaría Terol. Y es que no se complicó. Fue al estoque. Su espada fue su inteligencia. Castigó a Zarco desde la sombra de su rebufo y le azotó en los últimos metros, afrontando la recta del final de la prueba, donde se desdobló y venció. Una décima fue la condena.

Efrén lidiaba en los compases definitivos con Viñales. Ambos dejaron colgado a Salom, pero no a Faubel, quien tomaría la iniciativa. Así, tres se debatirían por el tercer puesto en Italia. Pero el de Rekalde viajaba condicionado: "No hemos acertado con la elección del neumático y, al final, la goma delantera estaba muy degradada". En el último paso por meta el bilbaino rodaba quinto. Se zafó de Faubel, pero no pudo con la maldita décima. Tan ancha como una muralla defensiva, tan fina como el hilo dental. Tan insignificante como decisiva. Esto no cambia. "Por lo menos, hemos podido exponer parte de nuestro potencial", se consolaba Efrén, a las puertas del cajón, como tantas veces el pasado curso, hasta cinco. Dichosa cuarta plaza, dichosa décima italiana, pensaría también Read. Y Zarco, claro.