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Se despertaba entre los suspiros lejanos del mar y los aullidos de la montaña. La respiración oxigenada y salada de los valles italianos que cercan Eslovenia. Entre los Alpes y el Adriático. La ciudad asfaltada de sueños se imponía ante Daniele Pontoni cuando jugaba a ser ciclista en Variano, provincia de Udine. Con la vista puesta en el adoquinado suelo de las callejas italianas de su niñez, el jovencito cabalgaba entre edificios de escasas plantas e industrias férricas. De ese hierro que se forjaba y trataba en su ciudad natal estaban hechos los anhelos de Daniele. El brillo especial de los campeones se destilaba en su mirada. El centelleo de la victoria. En aquella época Pontoni gozaba de 13 primaveras, una bicicleta y un zurrón cargado con esperanzas. Durante ese 1979, en Variano, Daniele andaba en bici entre semana, jugaba a fútbol los sábados y competía en su montura los domingos. Dulces sueños de juventud.

Corre el invierno de 1992. Trece años más tarde de aquella estampa italiana. El adoquinado irregular se sustituye por el barro de Bizkaia. 1.700 kilómetros de diferencia entre el resol del Adriático y el cielo encapotado vasco. Amanece en Igorre y un joven vestido de arco iris se ancla en su bicicleta de ciclocross. Ese mismo año, en Leeds, Pontoni ganó el Mundial de Ciclocross amateur por delante del mismísimo Dieter Runkel. En su mente, recuerdos del tiempo pasado. En aquel diciembre Pontoni se subió al primer peldaño del podio en la localidad arratiarra. Evocaba el italiano aquellos años anteriores en su carrera: la locura de la adolescencia, su viaje a Argentina, los tres años sin competir y su vuelta gloriosa junto a Luigi del Bianco. "Mi maestro", reza el de Udine. Este técnico le aupó a la conquista del campeonato nacional italiano temporadas antes. Por aquel entonces, Albert Zweifel reinaba en los corazones igorreztarras. También en el palmarés de la prueba. Con aire dulce y homicida emergió el de Udine entre el barro de Igorre. Un preludio de su escalada y labor de huracán entre las carreras de ciclocross. Pontini tomó la cabeza de la prueba en la segunda vuelta para hacer el resto del recorrido en solitario presentándose en la meta con más de dos minutos de ventaja sobre el checo Carmda. Como un canto rodado se mezclaba con la tierra reinante en una prueba a la que, según sus organizadores, "hubo de quitar dureza para entrar a formar parte de la Copa del Mundo". Eso ocurrió una temporada después.

A países de distancia, mientras el ciclón italiano se calzaba su primera txapela, cerca de Bondheim, en Bélgica, Sven Nys, con dieciséis años, se merendaba las tardes montado en su mountain bike. Más tarde le calificarían como el Caníbal de Baal, su pueblo. Da la casualidad que Baal era el dios de la guerra y de la lluvia en países de Asia Menor y para los antiguos cultos fenicios y cartagineses; para los cristianos era un demonio. Un prólogo de la voraz hambruna del flamenco en las carreras. En aquellos años, Nys era un joven desconocido. Serio y escondido en su papel de profesional se forjó un cuerpo para aguantar los envites del ciclocross en la bicicleta todo terreno. La adolescencia pasó rauda y en el 98 Sven se enroló en las filas del Rabobank holandés. Este demonio se engarzó a su bicicleta para coleccionar victorias y mostrar retazos de su ambición. Esa misma temporada ganó el Superprestigio y empezó a recibir elogios. El destino, caprichoso, le aleccionó en un barro más rápido y plagado de hielo que el vasco. Con este escarchado panorama, el belga se erigió como dueño y señor de la especialidad en su país, coleccionó fans y el destino le llevó a la victoria en Igorre en 2001.

Antes de la primera victoria del Caníbal en Bizkaia, Daniele, por su parte, alcanzó la gloria enfundándose el maillot arco iris en Munich en el 97. Pero Pontoni con el cambio de milenio empezó a acusar los estragos de la edad. Después de su triunfo en el 92, Daniele se alzó a lo más alto de ese podio durante cinco veces más. "Lasterketa buruan", rememoraba el italiano cuando hablaba de Igorre. Con la victoria de Nys en 2001 el reinado del hexacampeón parecía claudicar. Nadie en su mente podía olvidar la simpatía del caluroso ciclista de Udine. No en vano, éste fue encargado de inaugurar un monolito en San Kristobal dedicado al ciclocross. Fue entonces cuando el devenir de los dos ciclistas, uno italiano y el otro belga, se unió a una tierra muy lejos de sus hogares. Encadenaron reinados en Igorre. Con la nueva inclusión, más o menos fija, de la prueba en la Copa del Mundo, Sven se hizo habitual de la cita, destacando por su profesionalidad. La habilidad del belga empezó a hacerse patente mientras en la localidad arratiarra nadie olvidaba al italiano, dado que el flamenco no pudo repetir triunfo hasta cuatro ediciones después. El joven que se impuso en 2001 no deslumbró en Euskadi hasta 2006. Aunque, aquel joven belga que andaba en mountain bike ya coleccionaba títulos en su país.

De esta manera, y con tres victorias más en su zaguán, el ciclista belga intentará hacer olvidar al italiano, que reside aún en los corazones igorreztarras. Quizá el reinado de Nys esté decayendo, dado que en las últimas pruebas está a un nivel más bajo de lo habitual en él, pero con el flamenco nunca se sabe. "Prefiero el barro de Igorre que el de mi país", explicó el año pasado el de Baal. Así se entiende el buen manejo que se da en tierras vizcainas. En Arratia está empezándose a forjar también la leyenda de Nys, como antes fuera de José María Yurrebaso, Albert Zweifel y el propio Daniele Pontoni. Sven Nys estará hambriento y, aunque es belga, tiene ganas de degustar el chocolate vizcaino por quinta vez.