En la carretera que discurre desde Retuerto hasta El Regato, unos metros antes de alcanzar la presa del pulmón de Barakaldo, Julián Larrea aguarda nuestra llegada apostado junto a la trasera de su caserío en el barrio de Ureta. Ejerce el saludo con un fuerte apretón de manos mientras su esposa, Águeda, preocupada por el estómago del invitado, ofrece su cocina para degustar una puchera de alubias con carne que ha hecho para comer. Sopla el viento sur. Cuatrocientos cencerros y campanillas musican y adornan el camino al cobertizo. Hachas, layas, guadañas, tenazas, martillos, yunques, cepillos, granuladoras, machiembras? más de 3.000 herramientas de labranza, carpintería y ferrería forman un auténtico museo del caos que lleva alimentando cincuenta años. "Todos los lunes vienen grupos de escolares de la zona y les enseño lo que ha sido la vida en el medio rural" explica Larrea mientras sortea unas pequeñas construcciones de piedra: una réplica de la lobera de Orduña y dos depósitos donde los antiguos guardaban las castañas.

Orgulloso de su colección de hachas -más de trescientas piezas la convierten en la mayor de la península- recuerda sus inicios en el campo. "En casa éramos ocho hermanos y vivíamos muy apretados. No llegamos a pasar hambre pero después de la guerra tuve que marchar a Gopegi para ganarme unos duros. Pasé cinco años sin volver a casa, trabajando de sol a sol. Creo que allí forjé mi fortaleza". Julián goza de una salud de hierro a pesar de que ha pasado días enteros en el monte, en ambientes húmedos "como un pollo mojado". A pocas horas de su hazaña sobre un tronco de 2,5 metros de perímetro en la plaza de Axpe Goikoa de Dima (mañana, 12.00 horas), el miedo a sufrir un percance le mantiene alerta en cada momento. "Yo me pongo en la piel de los atletas que se lesionan a pocos días de unas olimpiadas y se me cae el alma a los pies?". De repente, ¡ring-ring! Llaman al teléfono. En el día de su ochenta cumpleaños el viejo teléfono de ruleta echa humo.

Larrea se inició de forma tardía en el deporte de la aizkora y por eso no pudo compartir plaza con leyendas cuasi coetáneas como Polipaso o Gartziarena. Previamente fue tres veces campeón de Euskadi de caza menor con perro y en una ocasión de España. "Me estrené en un torneo de barrio, en Larrabetzu, que ganó un tal Berri". Por aquel entonces ya le acompañaba su hijo Armando, con el que se proclamaría en once ocasiones campeón de Bizkaia de tronza y otras tres de Euskadi. Su palmarés con el hacha se reduce a un campeonato territorial por parejas. Pionero de la especialidad en la Margen Izquierda, envidia a sus vecinos navarros y guipuzcoanos porque "partían con ligera ventaja al concentrar en sus provincias casi toda la actividad".

Julián no concursa en un torneo oficial desde 1996, pero las exhibiciones con Amando, y ahora con su nieto Julen, lo mantienen en plena forma. "Somos tres generaciones cortando en una misma plaza y eso nadie lo había visto hasta el momento", espeta con orgullo atusándose el pelo. No en vano ha recorrido España entera y parte de Portugal, Francia, e Italia con su cajón de hachas, alcanzado incluso territorio austral. Reconoce no haber cometido excesos y su dieta es rica en verduras. Le priva cualquier plato de cuchara pero no le hace ascos a una buena chuleta. Cultiva su propia miel, que degusta todas las mañanas disuelta en un litro de leche y da rienda suelta a su imaginación sobre pedazos de madera que convierte en mobiliario de fantasía o vehículos a motor. A pesar de que no fue a la escuela, cuenta sus libros por kilos, preferiblemente de divulgación y hasta se ha iniciado en el cultivo de bonsáis.

Kepa Atutxa y Zelai II le azuzaron y Amando le convenció. Larrea apela a la higiene deportiva para hacer frente a una pieza de semejante calibre: "Si vas a comulgar hay que ir bien confesado con la madera. No puedes engañar al cura y mucho menos a los que confían en ti y acuden a la plaza a verte". ¿Será la última gesta de un gran hombre? "¡Qué va! El día 9 estaré en Getxo cortando un tronco de 2 metros ¡ochenta años no son nada!".