... Y la pelota llegó a Australia
Jose Larrazabal comenzó una nueva vida en Australia desde donde pelea por construir un frontón del que surjan pelotaris como Brooke June Davis y Patrea Bojack, que competirán por vez primera en Argentina tras ser instruidas por preparadores vascos.
nunca tres puntos suspensivos significaron tanto. Uno por cada carta que guarda la vida de Jose Larrazabal, el hombre al que el destino, maldito, le quiso robar la esperanza en una carretera con un accidente espantoso en el que perdió a su madre, a su mujer y al hijo que ésta, encinta, esperaba. Con la vida deshabitada a los 26 años, con el alma achicada por el dolor, encharcado el corazón en lágrimas, temblorosa la garganta, seca de angustia, redactó con la tinta de la supervivencia tres cartas destinadas a tres continentes: América, Europa y Oceanía; a tres países: Guatemala, Alemania y Australia; a tres direcciones; ante todo a tres amigos para mitigar la aflicción que le cubría. "No podía seguir viviendo así, quería olvidar. Escribí tres cartas contándoles lo que me había pasado y si me podrían ayudar a empezar de nuevo". Esperó Jose, natural de Dima, aunque criado en el barrio de Atxeta, en el linde entre Arrankudiaga y Areta. Dos años después alcanzó Australia, "porque fue de allí la primera contestación que recibí". Cargó los recuerdos en una maleta y el paisaje de Euskal Herria "lo más bonito que hay" en la memoria, y sin saber nada de inglés desembarcó en la tierra de los aventureros, los soñadores y los buscavidas -Jose lo era en el sentido literal del término-, las personas que han elevado el Babel australiano.
Ebanista de profesión, acampó en 1962 cerca de Brisbane, la capital de Queensland. Las manos que antes dibujaban y mecían la madera, las dedicó a trabajar en una plantación de tabaco. Del olor de la viruta y el serrín, al aroma de los puros y el cigarro. Pasadas dos semanas, acudió al encuentro del secretario del consulado de Colombia para el que habían realizado algunos trabajos de ebanistería. Eusebio Beti y su mujer, Catalina, acogieron a Jose Larrazabal hasta 1964. En su aprendizaje a vivir tras la desmedida sacudida que le sumió en el sótano más oscuro, se topó con el ovillo del inglés, un idioma ajeno. Eusebio fue su diccionario, su traductor, su báculo con la cultura anglosajona, para lograr el título de ebanistería, necesario para ejercer la profesión en Australia. Ocurrió que a los tres días de iniciarse en la escuela los profesores asumieron que no había lección que no supiera Jose de la ebanistería, legado de su padre, así que obtuvo el título sin tallar un discurso en inglés. "Todavía no lo hablo bien", dice con cierto sarcasmo Jose, que hablaba con las manos. Aunque progresaba laboralmente y se manejaba mejor con el inglés en Australia las raíces de su tierra enredaban en sus entrañas, no dejaban de juguetear, traviesas, con sus sentimientos de pertenencia. "Mi idea era quedarme diez años como mucho. Luego quería volver a casa".
Entonces el destino, que tenía cuentas pendientes con él, que le adeudaba el porvenir de los más queridos desde hacía años, trató de consolarle el corazón con un dulce chasquido con nombre de mujer. Conoció a Dolores Mendiola, descendiente de los primeros vascos que asomaron por la isla, y contrajo matrimonio en junio de 1965. Construyó Jose otra familia con Dolores. Junto a sus tres hijos acudían los fines de semana a Trebonne, donde la colonia vasca se reunía "había mucha unión y un gran ambiente" para disfrutar de la pelota, el mus y las tradiciones vascas en jornadas sin horas, con principio pero sin fin conocido.
A finales de los 60 y en el amanecer de los 70, la mecanización en la poda de la caña de azúcar empujó a muchos vascos a volver a Euskal Herria "porque no había trabajo para todos", apunta Larrazabal. Residía por aquel entonces Jose en Ingham, en el norte de Queensland, hasta que en 1983 se trasladó a Townsville, una ciudad a 100 kilómetros de donde descansa un quejoso frontón de 18 metros de largo, apenas cinco cuadros, y de escasa altura puesto que su frontis trepa únicamente hasta los cinco metros, la mitad de lo que exigen las medidas reglamentarias. Allí depositaban su esfuerzo jugando a pelota en las maratonianas reuniones de los fines de semana los vascos que lo construyeron con su sudor. En ese mismo lugar, en Trebonne, ha anidado Jose su sueño de levantar un frontón de "verdad" para lo que el Ayuntamiento de la ciudad está dispuesto a ceder unos terrenos que se encuentran frente a la Euskal Etxea. Fundó Jose Larrazabal, que tiene 75 años, animado por José Mari Gorostiaga, la Federación Australiana de Pelota Vasca, encajada en el Consejo Mundial, en diciembre de 2006. Desde esa fecha trabaja Jose junto a su hijo Jon, arquitecto de profesión, sobre el proyecto del frontón que necesita una inversión de 150.000 euros. Además de la infraestructura, asume Jose que "habría que enseñar a pelotaris de Australia con monitores de Euskadi lo necesario para que luego éstos enseñen a otros".
al hallazgo de pelotaris Aunque aún no ha llegado el dinero que financie el sueño de Jose, sí lo hizo el monitor. Siguiendo el rastro de la pelota aterrizó en enero Ibon Garate, que apenas tenía nociones rudimentarias de inglés en Australia, con la idea de explorar la demografía aussie, proclive al deporte e intentar así reclutar a alguien para la pelota. Le recibió el hogar de Jose Larrazabal, su guía. Reunieron a un grupo de quince entusiastas -10 chicos y 5 chicas- para adentrarse en "un deporte que no conocían de nada", recalca el joven algortarra. "A falta de un frontón en condiciones empecé a enseñarles lo básico en unas canchas de squash, que era lo más parecido". Al frontón de Trebonne, a la cuna de la pelota australiana, a 100 kilómetros de donde residía, viajaban los fines de semana continuando la liturgia de los primeros vascos. Abandonada la modalidad de mano casi de inmediato, al primer contacto, "porque probaron con pelota mixta (una mezcla de gosua y dura) y acabaron todos con la mano dolorida y con hielo", la paleta goma tomó el puesto de mando. "Tenían muchas ganas, pero no tenían ni técnica ni posturas. Incluso la herramienta les parecía rara. No habían visto nada igual. Se trataba de empezar de cero". La historia de Jose medio siglo después.
el progreso "aussie" La inercia de los entrenamientos durante los cinco meses de estancia de Ibon Garate, que coincidió con la época de lluvias en Australia, lo que dificultó aún más los ensayos -"una vez que fuimos al frontón nos lo encontramos con tres metros de agua", recuerda- descartó a los menos diestros y elevó a Brooke June Davis y a Patrea Bojack, dos jóvenes australianas de 25 años que competirán la próxima semana en Argentina representado a su país en el torneo internacional femenino auspiciado por el Consejo Mundial y el que estará la selección vasca. Retornó Garate en junio y Brooke y Patrea, entusiasmadas con una modalidad que definen "divertida para jugar y para ver", continuaron descubriendo las entretelas del juego por su cuenta hasta que hace 20 días deshicieron el viaje que emprendió Jose Larrazabal, y arribaron a Euskal Herria en lo que consideran "una gran oportunidad". Entre el frontón de Durango y el trinquete de Abadiño, con Kepa Arroitajauregi como cicerone, las jóvenes australianas tratan de absorber los resortes que manejan el juego. "Patrea es una zaguera poderosa y Brooke viene del tenis. Han aprendido mucho teniendo en cuenta que hace unos meses no sabían lo que era esto. Creo que pueden ganar algún partido en Argentina", desvela Kepa.
Huyen de la sombra Brooke y Patrea, que se cobijan en el sol, "hace mucho frío", se disculpan sobre la mañana escarchada de Abadiño. "Es que allí ahora están en verano y hace muchísimo calor", sugiere Garate sobre el movimiento táctico de las australianas, encantadas con la idea de competir con "otros países que tienen mucho nivel. Nosotras vamos a aprender y lo intentaremos hacer lo mejor posible". "A mí me divierte jugar y claro que quiero ganar, pero Patrea es más competitiva que yo y su idea es ganar el campeonato. Yo prefiero ir tanto a tanto", expresa Brooke con la sonrisa colgada de su rostro, la misma que alumbró cuando sus ojos recorrieron la fisionomía de la paleta por vez primera: "Me pareció curiosa". Encantadas de su periplo por Euskal Herria -donde han sido testigos de partidos de mano, cesta y pala y en el que han descubierto el trinquete así como un frontón de "verdad"- Brooke y Patrea discrepan sobre su lugar idóneo para jugar. Prefiere Brooke el trinquete, mientras que Patrea disfruta del frontón. Desde las antípodas, Jose cuida de sus "nietas", de su sueño, del día en que la pelota llegó a Australia y salió rebotada del frontis hasta Argentina.