En este pasado Alderdi Eguna el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, no solo animó a los militantes de su partido a participar en el nuevo proceso de renovación interna sino que les encomendó el liderazgo participativo del mismo. Asimismo, desde hace ya varias semanas, destacados dirigentes de la formación jeltzale se han referido a la necesidad de abordar cambios en el modelo organizativo habida cuenta de que las bases del mismo tienen más de un siglo.

Organización (I)

El 4 de diciembre de 1932, el Teatro Ureta del Aberri Etxea de Tolosa fue testigo de la celebración de la Asamblea Nacional de EAJ-PNV, cuyo punto nuclear fue el de presentar el nuevo proyecto de organización interna (el anterior databa de 1914) siguiendo el mandato emanado por la Asamblea Nacional de reunificación de Bergara (1930).

A falta de ponentes previamente designados, José Antonio Agirre Lekube se reveló como el “hombre de la asamblea” y junto a él, otros jóvenes como el poeta José María Agirre, más conocido por el seudónimo de Xabier Lizardi; Manuel Irujo, “el de las claras y rápidas intuiciones”; Telesforo Monzón, “el del criterio razonado y profundo”; el abogado ordiziarra Joseba Rezola y el también letrado alavés Francisco Javier Landaburu.

En aquella cita configurada como jornada de estudio previo, se facultó al Euzkadi Buru Ba-tzar para “formar una comisión de personalidades a fin de recoger las nuevas ideas y orientaciones”. No obstante, ante el problema derivado en varias organizaciones municipales de falta de tiempo para abordar en profundidad las propuestas, Manuel Irujo declaró lo siguiente: “No nos detengamos en la marcha. Que se delibere y se estudie trabajando todos con sentido patriótico; que no sean todas cuestiones previas que más que una asamblea nacionalista va a parecer esto una asamblea de las Cortes constituyentes españolas”.

Uno de los apartados más debatidos en la jornada fue el relativo al derecho de afiliación para mujeres y sacerdotes. El presidente del partido, Luis Arana (hermano del fundador), al igual que Ceferino Xemein, manifestó su opinión contraria a la entrada de sacerdotes, entendiendo las características del “altísimo ministerio sacerdotal y de la necesidad de mantenerlo fuera del campo de la política”. Aunque la mayoría apoyó las tesis de Arana, Telesforo Monzón esgrimió que el sacerdote “no debe ser político, debe ser patriota, como el sacerdote de todos los países lo es” y que no estaba de acuerdo con el criterio de la presidencia de negarles la entrada en la organización.

Con todo, la aprobación final del marco organizativo se pospuso a la siguiente asamblea que tuvo lugar, en el mismo escenario tolosano, el 29 de enero de 1933. En aquella cita, los protagonistas fueron Agirre Lekube e Irujo Ollo, en calidad de redactores de la ponencia de organización de carácter confederal y líderes de la progresiva modernización del partido. Ambos, y aunque este hecho pueda hoy considerarse extraño y hasta retrógrado, lograron que se aprobara finalmente la enmienda relativa a la afiliación sacerdotal. Desde aquella asamblea, las mujeres fueron consideradas militantes de pleno derecho y el partido se abrió a la incorporación de personas que profesaban cualquier tipo de credo religioso (protestantes, mahometanos) o simplemente, que no lo profesaran (agnósticos).

En términos generales, aquel proceso asambleario supuso la derrota de los ortodoxos de la primera generación nacionalista frente a los democristianos que buscaban sustituir el vigente Manifiesto-Programa por un nuevo documento programático que respondiera, como decía Irujo, “a nuestra vitola de pueblo en renacentismo”.

Más de cuarenta años después, en 1977, el PNV salía de la clandestinidad afanándose en establecer sus bases ideológicas, programáticas y organizativas. El grupo de trabajo de la ponencia organizacional determinó que la llamada “ORGANIZACIÓN DE TOLOSA DE 1933” encierra en contenido, fondo y articulado, una prudencia y una sabiduría tales, que ella debiera de seguir siendo la base de la futura Organización y del Partido Nacionalista Vasco, debidamente actualizada de acuerdo con las necesidades del momento presente”.

Aunque el modelo organizativo diseñado para la nueva etapa política era indudablemente democrático, lo cierto es que las costuras de aquel ropaje comenzaron a asomar con prontitud . En 1978, el veterano afiliado donostiarra Ramón Azurza, que fue senador por Gipuzkoa, remitió a algunos militantes un documento que manifestaba lo que sigue en uno de sus párrafos relativo a la Asamblea Territorial de Gipuzkoa: “Es evidente que el sistema mayoritario [por el que se elegían los órganos ejecutivos] encierra un grave déficit democrático, cual es ignorar que no hay democracia si no hay representación de las minorías, y de la norma transcrita podría seguirse la grave consecuencia de que la mitad más uno nombrara a todo el GBB y la mitad menos uno quedara sin ninguna representación, lo cual constituiría una verdadera dictadura de la mayoría con antidemocrática marginación de la minoría (…) El sistema electoral vigente, en la medida en que cierra cauces a la minoría, contribuirá a endurecer enfrentamientos y dificultar diálogos y convivencias. Hay que considerar que la existencia de grupos dentro del Partido es una realidad que tiende a subsistir como consecuencia de su carácter interclasista ¿Cómo democratizar el procedimiento? A que la representación de cada grupo resulte proporcional se orientan las distintas variantes del sistema de elección por  listas”. 

En 1979, las elecciones al Bizkai Buru Batzar registraron las primeras disputas internas y el grupo encabezado por Antón Ormaza quedó sin ninguna representación en la ejecutiva regional tras haberse impuesto la candidatura liderada por Xabier Arzalluz. En el periodo 1984-1986, plagado de luchas intestinas y que desembocó en la escisión del PNV y la posterior creación de Eusko Alkartasuna, se habían constituido distintas ejecutivas territoriales absolutamente monolíticas, afines en su totalidad a uno u otro sector. Y en 2003, la pugna Imaz/Egibar volvió a generar direcciones territoriales en las que no cabía la inclusión de personas pertenecientes a diferentes corrientes de opinión.

Analizadas en perspectiva histórica las nefastas consecuencias de orden interno provocadas por dichos enfrentamientos y derivadas en gran parte de un sistema electoral absolutamente mayoritario, no cabe duda de que en el incipiente proceso de renovación interna (algunos analistas hablan incluso del concepto de “refundación”), EAJ-PNV debiera pensar en sustituir dicho modelo por otro de carácter proporcional que ofrezca garantías de integración de la minorías, deseche aproximaciones a aquella frase de Manuel Irujo de que “se condena más al hereje que al enemigo” y posibilite órganos ejecutivos más inclusivos y, por ende, más cohesionados. El método d’Hont, que se aplica en todo tipo de elecciones públicas (parlamentos de Gasteiz e Iruña, ayuntamientos etc.) pueda ser la herramienta adecuada. El nuevo proyecto organizativo debe arbitrar mecanismos de representación inclusivos también para el disenso parcial, los matices tácticos y las lógicas diferencias personales. La unidad en una formación política no debe entenderse nunca como monolítica y de “pensamiento único”.

Ramón Azurza ya lo dijo en 1978: “Al servicio del gobierno del Pueblo Vasco por sí mismo en libertad, tanto mejor instrumento será el Partido cuanto más democrática sea su vida interna. Todo afiliado que en las normas o en su funcionamiento descubra algo cuya modificación podría mejorar la democracia dentro del Partido, tiene el deber de decirlo”. Y muchos años antes, José Antonio Agirre, entonces delegado de Getxo en la citada Asamblea Nacional de Tolosa de 1932, declaró con solemnidad: “Hay derecho a criticar, pero solo para construir, no para destruir”.

Doctor en Historia Contemporánea