Quien no ha sido pretencioso en esta vida ha sido un aburrido. O un muermo sin capacidad para dejar volar a su imaginación. Todos, o la mayoría, hemos sentido la necesidad en algún momento de alimentar nuestra autoestima con poses o señales que incentivaran nuestra imagen hasta hacerla llamativa para los demás. Lo que ocurre generalmente es que en ese afán por destacar exageramos los atributos de nuestro éxito hasta convertirnos en una caricatura que roza el ridículo.

En mis tiempos jóvenes he de reconocer que tuve una temporada de impostura gilipollas. Por entonces me relacionaba con gente de mi edad. Chavalería corriente de municipios populosos y de ámbito social trabajador. Vestíamos como la tendencia de la época, sin pretensiones. Y nuestras vidas transcurrían envueltas en la monotonía de una colectividad estudiantil que se relacionaba con actividades comunes (deporte, monte, poteo…) Como activistas políticos que además éramos, teníamos, quizá, más movilidad que la media y como elemento distintivo participábamos en multitud de reuniones y encuentros. Vivíamos, por así decirlo, de reunión en reunión (hasta la victoria final).

Mi mojigatería llegó cuando, siendo uno de los actores de aquella movida de jóvenes politizados, decidí hacer un cambio a uno de mis complementos tradicionales. Hasta entonces, mis apuntes, la grabadora, la cámara fotográfica, etc (recordar que era estudiante de periodismo) los llevaba a cuestas en una bolsa colgada al hombro. Un macuto muy rudimentario y anticipo de las actuales mochilas. Pues bien, mi “salto” de imagen fue trasladar todos esos enseres a un maletín. Mejor dicho maletón. Un maletín metálico que, a mi entender podía darme un toque de ejecutivo, si bien la imagen que la realidad daba de mí era la de un comercial a comisión que vendía enciclopedias.

Durante un tiempo estuve yo haciendo el tonto con la cartera para arriba y para abajo simulando ser un ejecutivo o un destacado protagonista de la movida política juvenil, cuando en realidad, aquella cartera había pertenecido a un viajante que vendía ambientadores para locales con aromas poco saludables.

La bobada se me fue de repente. Empecé a trabajar (colaborar) en un diario haciendo de cronista de televisión. En la redacción del rotativo me di de bruces con toda la fauna que componía la jungla periodística. Desaliñados redactores colgados al teléfono buscando confidencias y declaraciones, secretarias de redacción eficientes que martilleaban máquinas de escribir eléctricas, técnicos de talleres, de filmación o de montaje de armas tomar. Impacientes coordinadores de sección ávidos de cerrar la edición que te perseguían por los pasillos, refinados economistas de familia bien que te recibían educadamente envueltos en un jersey de lana con los codos agujereados, fotógrafos recién bajados de las ramas de los árboles…Toda una avifauna que me hacía sentir en vivo y en directo como si participara en un episodio de la serie televisiva “Lou Grant”.

Entre todos aquellos personajes entrañables me fijé en uno. Era el especialista en temas internacionales. El único periodista con traje y corbata habitual que, como yo, llevaba maletín. “Un reportero reputado” -pensé yo-. Él interpretaba lo que pasaba en el mundo y comentaba los titulares de The Times o Le Monde. Un verdadero journaliste.

El mito se desvaneció un mediodía cuando descubrí qué es lo que llevaba aquel comentarista dentro de la cartera y para qué la usaba. El columnista internacional giró las dos palomillas que mantenían cerrada la cartera, abrió la tapa y del interior del maletín sacó un chusco de pan, una servilleta de papel y una lata de sardinas. Acto seguido cerró el portafolio, giró las pestañas y con precisión de tabernero mayor se preparó un bocadillo chorreante de aceite, almorzando en plena redacción.

Desde aquel momento, mandé mi maleta al fondo de un armario de donde un día mi madre la hizo desaparecer sabiamente. Y yo dejé de hacer el ridículo pues bastante tenía con presentarme tal cual era.

Los artificios o los “chutes” de autoestima, no son buenos consejeros para quien pretende obtener el respaldo de la gente. Resulta comprensible que tras los buenos resultados electorales cosechados por EH Bildu en los dos últimos comicios, sus representantes estén esperanzados en mantener esa tendencia o incrementarla en el futuro inmediato. Pero una cosa es sentirse satisfecho por el cumplimiento de objetivos y otra bien distinta levitar con la situación. Otegi, siguiendo su tradición, ha hecho una cosa y su contraria. Ha pedido “paciencia histórica” a sus seguidores, a los que ha solicitado tranquilidad para, a continuación, anunciar como un augur “que viene la ola” en referencia a un pretendido “sorpasso” al PNV en las próximas elecciones autonómicas. Elecciones en cuya pugna lleva casi tanto tiempo como Andueza que, a este paso, va a hacer, en lugar de una carrera, un maratón electoral.

El remate de la sobredosis del ego lo ha argumentado Otegi en el hecho de que la sociedad vasca, “Euskal Herria , se parece cada vez más a EH Bildu”. Uno podría entender la cita al revés, que EH Bildu se esfuerza en parecerse cada vez más a la sociedad vasca. Pero no a la inversa. Resulta bastante presuntuoso argumentar tal cosa.

Lanzados como están en su proceso en el que se reivindican como el futuro (“Etorkizuna gara”), es más inteligente no interferir en su visión estratégica para evitar el “cuerpo a cuerpo”. Si ellos se reivindican como “futuro”, el presente incuestionable es el PNV, Y mientras el provenir, el futuro, sea una simple conjetura, el presente es la certeza, el momento en que vivimos.

En ese espacio del hoy, el PNV debe seguir siendo él mismo, el que entiende la acción política como una forma sólida de resolver los problemas de la gente. Esta pasada semana hemos encontrados dos frutos de esa manera de ejercitar la voluntad popular. Dos ejemplos concretos de hacer frente a los problemas con soluciones de verdad, no solo de palabra.

El Consejo de Ministros del Ejecutivo español celebrado el pasado martes aprobaba dos Decretos-leyes que incluían, por un lado, la rebaja del umbral de población mínimo para constituirse en municipio independiente hasta los 4.000 habitantes en la Ley de Bases de Régimen Local, posibilitando la constitución de Usansolo como nuevo municipio en Bizkaia. Y en segundo término, la modificación del Estatuto de los Trabajadores para que los convenios colectivos autonómicos prevalezcan sobre los Estatales si suponen una mejora para los trabajadores. Estos cambios legislativos dan cumplimiento a dos puntos del acuerdo de investidura firmado por Andoni Ortuzar, y Pedro Sánchez, el pasado 10 de noviembre.

En el primero de los casos, el acuerdo forzado por el PNV pone fin a la controversia suscitada por el Gobierno español al recurrir la desanexión de Usansolo del municipio vizcaino de Galdakao. La nueva normativa pactada y aprobada rebaja el umbral de población para la segregación de términos municipales a 4.000 habitantes (cifra que supera Usansolo) y en una disposición transitoria, da por válidos con efecto retroactivo todos los pasos dados para el reconocimiento de un municipio independiente.

Recordar en este caso que la Izquierda Abertzale ha sido especialmente incisiva, agitando a los vecinos contra las instituciones vascas. Pero gritos y pancartas a un lado, ha sido el PNV en solitario quien ha forzado y conseguido la solución del conflicto.

Lo mismo ha ocurrido con el segundo de los pactos elevados a legislación; la prevalencia de los convenios colectivos autonómicos, una reivindicación histórica de los sindicatos vascos y de quienes siempre han procurado la construcción de un ámbito propio de relaciones laborales.

La no admisión de esta especificidad hizo que el PNV se posicionara en contra de la reforma laboral. La amenaza de Antonio Garamendi de retirar la firma de la patronal del acuerdo si la prelación de convenios autonómicos se aprobaba hizo que el Gobierno español no admitiera lo reclamado por el PNV. Pero la insistencia reiterada de este partido por reconocer el ámbito laboral vasco, ha terminado por ser efectiva. Un logro que como ha dicho ELA “es una gran victoria de la clase trabajadora vasca”. Y Confebask desaparecida.

La Izquierda Abertzale puede seguir exhibiendo sus plumas como si fuera un pavo real. Crear expectativas es su derecho. Aunque sea vendiendo humo. Pero las castañas del fuego las siguen sacando los mismos. Es la diferencia de quienes pretenden ser futuro y quienes, de verdad, son presente.

Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV