Cuando escuché en la radio que una mujer joven había muerto en Madrid a consecuencia de la caída de un árbol durante la pasada ciclogénesis pensé en su mala suerte. ¡Qué infortunio, perder la vida aplastada por un árbol! Al instante me acordé de esa cuadrilla de manifestantes que en el barrio bilbaino de Deusto se echan a la calle como protesta por la decisión municipal de sustituir los tilos existentes por nuevos retoños más livianos y de menor porte.

Los técnicos municipales habían advertido que la mayoría de los frondosos árboles que se extienden por la avenida del Lehendakari Aguirre estaban enfermos, con riesgo cierto de colapso. Por ello, habían aconsejado su retirada y la replantación de especies más acordes al escenario urbano y al escaso medio metro cuadrado de tierra que soporta el porte de la planta , ahogada entre tanto hormigón de aceras y calzada.

Me pregunté para mis adentros qué dirían aquellos vecinos “ecologistas” que alzaban su voz frente a la decisión municipal si una desgracia como la de Madrid hubiera ocurrido entre nosotros. No quiero ni pensarlo. Habrían montado la de san Quintín y, cuando menos, pedido la dimisión del alcalde.

Siguiendo con árboles. También en Bilbao se ha puesto en circulación una queja con intencionalidad política. Según anunciantes anónimos, de esos que llaman a la radio para quejarse por la mala gestión de sus gobernantes, el ayuntamiento ha llenado la remodelada Plaza de Pío Baroja –junto a la ría en el muelle Uribitarte– de hormigón. “Ni un solo árbol”, “ni una sombra”. Y , aquí llega la maledicencia: “¿Sabéis por qué? Porque en ese emplazamiento el PNV suele poner su txosna en las fiestas y si hubiera árboles le resultaría imposible”.

La acusación, con la indecencia de quien tira la piedra y esconde la mano, ha llegado hasta algún medio de comunicación que se ha llegado a hacer eco de la boutade.

El hecho de que no se hayan colocado árboles en dicha plaza tiene una razón más simple que la alambicada explicación política. No se han puesto árboles porque debajo de la plaza, a modo subterráneo, hay un parking donde se estacionan vehículos. ¿Nadie se ha dado cuenta de esto? ¿O acaso nos da igual que se nos manipule con argumentos que no contrastamos?

No, no hay razón de seguridad ni de sentido común que aconseje moderar el sentir reivindicativo del personal y el único verbo que se conjuga con soltura es el de “exigir”.

Cada día que pasa estoy más convencido de que nuestra sociedad se ha vuelto tremendamente egoísta. Conjugamos el “yo, me, mí, conmigo” olvidando el “nosotros”. Reclamamos “mis derechos”, la solución a “mis problemas” sin observar su viabilidad o su encaje en un marco de bien común. Y lo hacemos con mayor ahínco si quien debe garantizar lo que “yo” pretendo es una Administración pública. Entonces es cuando la exigencia se vuelve imperativa.

Serían muchos los casos de protesta exigente que en el día a día encontraríamos. Algunos con argumento justificado. Otros, difíciles de digerir. Y determinadas censuras con el tufo insoportable de la amenaza conspiranoica. Estas últimas suelen ser recurrentes en personajes como José María Aznar, quien no tiene dudas en acusar a Pedro Sánchez de ser un “peligro para la democracia”, exigiendo “a la sociedad que actúe contra él”. ¿Actuar, cómo? ¿Con una revuelta? ¿Un levantamiento?

Excesos a un lado y centrándonos en el panorama político que vivimos, asistimos, una vez más a lo que Donato –mi difunto padre– denominaría “diálogo de besugos”.

“Hola, fulanito”. “Hola, menganito. ¿Usted no nada nada?” .”No. Es que no traje traje”. “Pues ya sabe, que el que nada no se ahoga. El que no se ahoga, flota. Pues flota es igual a una escuadra. Y una escuadra, igual que un cartabón”.

El diálogo monologado, que lo podrían haber interpretado Tip y Coll, solía terminar con: “Sabe usted qué es el arte?”. “Sí, morirse de frío”. “Y sabe usted qué es un can con quinqué?”. “Por supuesto caballero, un perro con un candil”. “Hala, a calcular, pues”. “Eso, a meter el culo en cal”.

Diálogo de besugos debe entender la mayoría de la opinión pública en relación al trámite negociador que se prolonga en el tiempo para la investidura de Pedro Sánchez. Trámite que está siendo utilizado por los medios de comunicación como elemento de combate. Deslegitimador para unos y reafirmante de la democracia para otros. Perdida la oportunidad de Núñez Feijóo y el PP por desembarazarse de los apoyos de la extrema derecha y buscar nuevas alianzas, todo el mundo parece ahora aguardar el momento de Sánchez. Pero Godot Sánchez no llega. Se retrasa y nadie sabe si terminará compareciendo o si su alternativa malogrará esta oportunidad.

Como era esperable, de producirse una mayoría suficiente de cara a la investidura, esta será por una suma de acuerdos. Acuerdo de acuerdos. Cada cual quiere el suyo◘–justo y lógico– y la tentación de una parte negociadora es responder a las diferentes expectativas con propuestas compartidas. Pero eso no funciona. Y menos, si se pretende hacer como subterfugio o cicatería.

Hemos conocido la propuesta programática de PSOE y Sumar. Los socialistas han cerrado también un compromiso con EH Bildu que ya aventuró la pasada semana su “sí” parlamentario a Pedro Sánchez. Su acuerdo contendrá, como en el anterior mandato, material “sensible”, en un intento de devolver a la “normalidad” lo que se convirtió en excepcional. Cada cual tiene sus prioridades y necesidades. Así de fácil.

También los gallegos del BNG han anunciado el voto partidario a Sánchez. Ellos igualmente han cerrado un acuerdo del cual darán cuenta en el País de Breogán a quien representan. Esquerra Republicana de Catalunya se ha apresurado cerrar un compromiso, que los socialistas han proclamado ir más allá de la investidura con vocación perdurable. Anunciaron transferencias y minoración de deuda. Aspectos materiales y prácticos, como corresponde a un partido en el gobierno que busca la efectividad en la gestión.

Lo sorprendente ha sido que habiéndola negociado con Junts, Bolaños y Junqueras hicieran público el “advenimiento” de una ley de amnistía. Y hasta aquí el tren negociador ha llegado a término. El proyecto de ley de Amnistía patrimonializado por ERC parece ser el obstáculo que impide la marcha del tramo final negociador. Sobre todo, cuando su presentación en el Parlamento se consideraba una cuestión previa y preliminar a la investidura en sí. Algún estratega ha errado el tiro y buscando el tacticismo ha pensado que podría obtener dos piezas con un solo disparo. Pero no. Lo que se negocia con uno debe respetar su ámbito de interlocución. Sin engaños, duplicidades o agravios.

Los votos de Junts siguen siendo determinantes para que Sánchez salga airoso de este reto. Según cuentan, cuando el acuerdo parecía acariciarse con la punta de los dedos, alguien ofreció a Esquerra lo ya pactados con JxC y tal falta de respeto desairó –con razón– a la formación de Puigdemont y Turull. Grave tropezón, que quebraba una frágil confianza, todavía en construcción.

A la hora de cerrar este escrito no se conocía más. Ambas partes –socialistas y catalanes– se afanaban en recomponer lo descosido. Así que no tenemos certeza que nos indique cómo acabará el cuento.

El último partido en completar el cuadro de alianzas vuelve a ser el PNV. Los jeltzales esperan respetuosamente noticias de Waterloo. Y aguardan pacientemente por encontrarse con una voluntad real de Ferraz por hacer verdad eso de “socio preferente”.

Pese a que una gran mayoría de comentaristas califica al PNV como uno de los “aliados” que votarán a favor de Sánchez, los nacionalistas no tienen aún decidida su apuesta. También quieren “su” acuerdo y están a la expectativa de que, por el bien de todos, pueda fraguar positivamente. Por intentarlo no va a quedar. Solo esperan seriedad en la respuesta. Seriedad, respeto y voluntad política para cumplir con los compromisos que pudieran observarse.

Todo está aún en el aire. A la espera de que la voluntad de acuerdo prospere y haga posible una nueva legislatura en el Estado.

Mientras eso se despeja, la derecha continúa desbarrando. Vaticinando calamidades, apocalipsis y quiebras del sistema que alteran la convivencia. Su objetivo vuelve a ser las elecciones. Repetir comicios para intentar –con el inestimable apoyo de Vox– llegar a un gobierno para el que, han demostrado no estar preparados. De ahí que el suyo sea un diálogo de besugos. Nadadores de la nada.

Miembro del EBB del PNV